Aquella tarde del trece de abril, Himalia llegó muy enojada al teatro buscando a Lizandro para reclamarle por su atrevimiento. En un principio, Lizandro fingió no saber de qué hablaba la mujer, por lo tanto, actuó de manera descarada en frente de todos.
Aquiles, el director, solamente observaba en silencio desde la planta alta del lugar. Sabía que su sobrino había hecho algo para causar aquella actitud en Himalia. Así que, al no soportar la tensión al interior del teatro, el director de la orquesta bajó para exigir una explicación.
—¿Puedo saber qué demonios sucede aquí?
Lizandro miraba a Himalia con recelo mientras la joven sostenía sus cosas. El músico no dijo nada, cosa que causó enojo en su tío quien nuevamente preguntó
—¿Qué está pasando aquí?
A lo que Himalia respondió
—Lamento el escándalo, pero ya estoy cansada de que Lizandro quiera meterse en mi vida.
—¡No es cierto! —gritó Lizandro —¡Eso es mentira!
Elian, uno de los violinistas intervino diciendo —Lo que Himalia dice es verdad. Lizandro se la pasa pendiente a cada paso de ella. Ya hasta se da la tarea de seguirla en ocasiones cuando salimos del teatro.
El resto de integrantes de la orquesta le dio la razón a su compañero, quien muy molesto habló en defensa de la señorita Demopoulos. Himalia agradeció a Elian por su acto, pero no quería que se metiera en problemas con Lizandro por defenderla. Poco después, Leónidas también intervino.
—¿Qué hacías ayer en casa del amigo de Himalia?
—¿De qué hablas, Leónidas? Yo no estuve ayer en ninguna parte.
—Fuiste a casa del joven que vive en la cabaña que está camino a la ciudad. Te vi llegar e ingresaste a su propiedad sin el consentimiento del sujeto. ¿Sabes que eso es ilegal aquí y en cualquier parte del mundo? —comentó Leo.
Al verse acorralado, Lizandro no tuvo más alternativa que aceptar el hecho de que sí estuvo en la cabaña de Athan el día anterior.
—Quería saber quién es ese ermitaño de la cabaña —confesó —quería saber quién es el hombre que quiere robarme a Himalia. —luego gritó —¡Estoy enamorado de tí!
Sorprendida ante aquellas palabras, Himalia se acercó a paso lento hacia su compañero y, con el dorso de su mano derecha, le propinó una fuerte bofetada delante de todos los músicos, incluyendo al mismo director.
—¡Basta, Lizandro! —dijo Himalia cegada por la ira —Basta de pretender burlarte de mí y de todos aquí presentes. ¿A parte tienes la osadía de seguir mis pasos como si te importara lo que hago con mi vida? —Himalia comenzó a llorar por rabia —¿Qué le dijiste a mi amigo ayer?
—Que eras mi novia —confesó Lizandro al ver la furia de Himalia.
La chelista se enojó aún más, levantó la voz y le dijo —Preferiría mil veces la muerte que estar contigo.
Leónidas, entre la multitud, sonreía con mucha malicia al ver el rostro del tan detestado Lizandro. Verlo muerto de miedo le hacía pensar a Leo de que finalmente, Himalia lo había puesto en su lugar.
Al no soportar más la situación, Aquiles decidió ponerle fin y comenzar con el ensayo. Ordenó no mencionar una palabra más al respecto y, cuando su ubicó en su puesto, Lizandro se acercó a él diciendo
—Dejaste que me humillaran de semejante manera.
A lo que Aquiles respondió
—Te conozco muy bien, Lizandro. —Aquiles acomodaba los papeles de las partituras y sin mirar al músico pronunció —y a pesar de que eres mi sobrino debo decir que eres un desgraciado.
—¿Defiendes a Himalia en lugar de defenderme a mí que soy de tu sangre?
—Defiendo a quien tiene la razón y me temo que en el problema de hoy tú eres el único culpable. Nada haces con seguir a Himalia ni mucho menos inventar semejante cosa. ¿Tan incompetente eres que actuas de tal manera para llamar la atención de una mujer? No me contestes. Solo piensa en lo que has hecho, ahora anda a tu puesto, que estamos por comenzar.
Lizandro no toleraba que su tío permitiera aquel acto al que consideraba humillación, por lo tanto pensó en vengarse poco a poco y de cada uno de los músicos. Mientras tanto, los demás se concentraban en dar lo mejor de sí para el próximo evento, pues ya se aproximaba.
Al caer la tarde, los músicos terminaron de ensayar. Himalia rápidamente recogió sus cosas y salió del teatro evadiendo a Lizandro. La chelista subió a su motocicleta y aceleró tomando rumbo a casa de Athan quien ansiosamente la esperaba para la melodía de aquella noche.
Al llegar, Himalia le contó a Athan lo que pasó y le dijo que había puesto a Lizandro en su lugar. Athan sonrió, pero al mismo tiempo sintió pena por el músico que lo molestó en su cabaña.
Sin perder más tiempo, Himalia tomó el violín y comenzó a tocar. El dato a compartir de la noche era que Athan adoraba a los chimpancés mientras que Himalia adoraba a los delfines.
—Nuevamente te pido perdón por las molestias que pudo haber causado Lizandro ayer. —comentó Himalia en cuanto terminó de tocar el violín —jamás creí que sería capaz de llegar hasta aquí solo para molestarte.
Editado: 10.09.2022