El nombre de Himalia Demopoulos era reconocido en varios lugares de Europa. La chelista y su amigo Leónidas componían quien ahora era director de orquesta, componían piezas musicales para proyectos grandes como películas y obras de carácter artístico. Ambos músicos habían creado todo un repertorio.
La chelista que ahora tenía veintiséis años, vivía cerca la costa del mediterráneo en una lujosa casa, se encontraba una mañana componiendo una pieza musical para ser interpretada por sus ex compañeros de orquesta sinfónica, la cual todavía era dirigida por su padre.
Aquella cálida mañana de verano, la chelista tocaba el piano cuando su mayordomo le avisó que un caballero la buscaba.
—¿Quién es? —cuestionó la mujer.
—Dijo que es un viejo amigo a quien no ve desde hace mucho —comentó el hombre.
Himalia se asomó por la ventana y pudo divisar a un hombre de piel blanca. —Déjalo pasar, por favor. Pero asegúrate de que no pase a la galería.
—Sí señora. —dijo el mayordomo y obedeció a la orden de Himalia.
La mujer pensó que se trataba de algún director de cine, ya que por su trabajo, muchos llegaban hasta su morada para planear bandas sonoras de películas.
Mientras Himalia organizaba las partituras, el hombre esperaba pacientemente en el primer piso. Cuando el mayordomo se distrajo recibiendo la correspondencia, el sujeto aprovechó para entrar a la pequeña galería a ver los cuadros que Himalia tenía colgados en la pared.
Con mucha ternura, el hombre observaba las pinturas. En ese momento, fue sorprendido por Himalia.
—No está permitido el paso a este rincón de la casa sin mi autorización. —dijo la mujer un tanto molesta.
—Lo suponía, pero no pude evitar ver que conservas estas pinturas. —dijo el hombre dando la espalda a la chica.
Himalia frunció el ceño —tu voz me parece familiar. ¿Tocamos juntos en la orquesta sinfónica de Atenas?
A lo que el hombre respondió —No —volteó —pero sí nos veíamos todas las noches de un mes de abril para romper un hechizo de luna.
Himalia no pudo contener las lágrimas al ver que Athan había regresado. Sin vendaje y con su rostro al descubierto, Mavros llevaba una vida normal como todos los demás.
—Finalmente te encontré, Himalia —dijo mientras la chica corría a abrazarlo —pasé meses tratando de encontrarte.
—Quise abrazarte aquella noche, Athan —decía la mujer llorando —pero no pude.
La noticia del regreso de Athan llegó a oídos de todos aquellos que conocieron su historia.
El hombre que ahora tenía treinta y un años, se dedicaba a la pintura. Para ambos era bueno saber que podían vivir de su arte, aunque a Himalia le iba mucho mejor.
La chelista le propuso a su amigo llevar sus pinturas a las diferentes galerías de arte. Por segunda vez, Himalia ayudaría a Athan.
El pintor, fue haciéndose famoso con el correr de los años. Mismo tiempo en el que Mavros y Demopoulos se enamoraron profundamente.
—Es curioso, la forma en la que fui hechizado por medio de la luna para no encontrar el amor, cuando en realidad estuvo junto a mí todo este tiempo. —dijo Athan.
Himalia recordó que un día el abuelo de Athan le dio una fotografía en la que ambos estaban juntos cuando tan solo eran unos niños.
—Esta foto —dijo la mujer —solíamos jugar cuando iba a visitar a mi abuelo durante las pascuas. ¿Quién diría que ese niño eres tú?
Athan sonreía —ahora todo tiene sentido, con razón tu rostro se me hacía familiar.
Con el correr de los meses, Athan le propuso matrimonio a Himalia y más tarde formaron un hermoso hogar, tuvieron dos hijos.
Aquella historia de amor, producto de un horrible y oscuro encantamiento, ahora era la luz en la vida de estos dos enamorados.
Editado: 10.09.2022