A pesar de haberlo visto mil veces cuando eramos niños, jamás me fijé en él. En la escuela primaria, aunque estabamos en diferentes turnos, era cotidiano encontrarnos en la entrada, y algunas veces, el se divertía molestandome - que quede bien limpio - me decía cuando me veía los días en que con otros compañeros del colegio debíamos hacer el aseo del salón. Yo lo miraba y refunfuñaba sonrojada ante su mirada traviesa.
Otras veces, cuando junto con mi hermana debíamos pasar por la calle en dónde él vivía, yo me desesperaba pensando en un camino alterno pues odiaba con todas mis fuerzas escuchar su voz al pasar frente a él diciendo - ahí va mi novia - y ni siquiera voltear a verlo mientras apresuraba el paso para desaparecer de ahí.
Algun otro momento, justo el día de mi graduación de primaria, tuve que ir a casa de su tía para que ella me peinara. Él estaba ahí, y yo no podía evitarlo; llamé a la puerta y fue él quien abrió, sonrió y entró a la casa pra avisar a su tía. Cuando ella me atendió, entramos a una habitación en donde me pidio que me sentara, esperé un momento y enseguida llegó él para "ayudarle". A pesar de que no soportaba su presencia, debo admitir que tampoco, nunca fuí capaz de aguantarle la mirada sin sonrojarme.
Todos esos recuerdos de infancia y algunos otros de adolescencia, hoy vienen a mi mente y me hacen sonreír; de haber sabido que él era el gran amor de mi vida, habría aprovechado cada momento a su lado... no sabía que su compañía iba a durarme tan poco.