Como comenzar a hablar de mi infancia. Es algo verdaderamente difícil, para alguien que es totalmente desconocido para ustedes, pero haré todo lo posible para obtener algo de su atención.
Mi primer recuerdo es, en la terraza de la casa de mi abuela paterna, «guillermina Molina» una mujer de casa, con temperamento fuerte y recio. debía ser así para tener las riendas de un hogar con diez hijos, y un esposo que pocas veces pronunciaba silaba alguna. Tenia, creo que, entre tres, o tres y medio. ya caminaba por toda la terraza y la casa, detrás de “muñeca”, una pastor alemán, que mi abuela decía Con voz gruesa y fuerte que era mía. Su ternura y tranquilidad permitían que jalara sus orejas, tomara su cola, alguna vez, hasta tratar de montarla sin ningún éxito. Su reacción era huir con una tranquilidad efímera. Con la separación de mis padres nunca supe más de ella.
Itagui. año 1988
Quiero describir un poco la casa donde viví con mi familia.
Es una edificación antigua, mal construida con algo de colonial. La puerta era de madera, sin barniz ni color. creo que fue la más económica que pudieron encontrar mis tías en la ebanistería local. La anterior era de lámina, tenía un agujero tan grande por el óxido en la parte de abajo que podía caber un gato sentado.
la entrada es un pasillo sin luz, embaldosado color café, verde oscuro, amarillo encendido. colores de esa época que unidos intercaladamente forman una especie de tablero de ajedrez.
Recordar cada detalle es curioso, me transporta como si estuviera en ese lugar, rodeado de las plantas en materas plasticas, sintiendo el olor a humedad en la pared inflamada, con mi pantaloneta amarilla, dos chicles globo en el bolsillo de atrás, y los guayos Patrick color negro, que no me los quitaba por nada, hasta con pantalon sentía que me quedaban. Yo era único con ellos, era como Superman con su capa. Años después, escuché varios comentarios sobre permanecer mucho tiempo con guayos puestos.《¡ los guayos dañan los riñones!》《¡caminar con guayos genera problemas de columna!》《los taches crean problemas de meniscos irreversibles》. no creo que hubiera un joven que utilizará más guayos qué yó. y mí promedió como futbolista no era el más alto que digamos.
Aunque tuve mis momentos de gloria. Hasta el momento. ya han pasado varios años, no he tenido ningún problema con los riñones o la columna, ¡gracias a Dios!.
La casa era de techo.
Una mezcla de: "cañas en hileras, fieltro, plástico, tejas de barro". cada que paseaba el gato por el tejado, era una gotera nueva que había que arreglar.
ni hablar de los días de apareamiento de los felinos, llovía más adentro que afuera. Los cuartos eran pintados con cal, para evitar bacterias y líquenes, no se si era por estas propiedades que se utilizaba en la casa, o por ser lo más barato del mercado.
En ocasiones, al despertar. entre sobresaltos y pequeños hoyos de la pared, podía ver imágenes que semejaban rostros riendo, parejas bailando, caras gritando. No sé si era un juego de mi mente, o los acabados poco uniforme de los muros, que formaban estas figuras.
Podía quedarme por largos periodos acostado, mirando aquellas imágenes, buscándoles movimiento. Al final esto me aburría y hacía algo más.
Mi abuela una que otra vez estando en cualquier ocupación de la casa, dejaba salir la frase.
《su abuelo es un lento》refiriéndose a su esposo. Lo que he podido escuchar, es que mi abuelo Bernardo Emilio. era de una personalidad serena, humilde, apacible y confiado. creía que todo ser creado por Dios era bueno como él, por lo tanto confiaba en todo el mundo.
El llegar a Medellín era comenzar de nuevo con su esposa e hijos, tenia algunos ahorros como para comprar una buena casa, en un buen lugar, fue tanta su ingenuidad, que terminó comprando una que ni siquiera pudo entrar a sus cuartos por qué le dijeron que había gente enferma y no se podía abrir la puerta, si lo hacía podía infectarse.
Me hubiera encantado conocer ese hombre sensible amoroso, de manos grandes y fuertes, que en sus últimos días me tomo en sus brazos por un momento, ya que su estado de salud no le permitía estar más tiempo conmigo. yo solo tenia tres meses, dice mi madre, el se agitaba al cargarme. Mi abuela siempre dijo que físicamente soy el más parecido a él. con respecto a la personalidad no creo que todo ser creado por Dios sea bueno, o traiga buenas intenciones.
Siempre fui un chico algo enfermo y nervioso, pero eso no impidió que disfrutara al máximo cada momento de salud. Es más, creo que por mi condición disfrutaba mucho más que los otros chicos. Cada salida, juego de fútbol, salpicar en los charcos, correr por la calle, montar bicicleta. Todo era súper.
Algo muy dentro me decía. 《¡disfruta como loco cabron!》nunca sabrás que semana estarás encerrado, a causa de tus afecciones respiratorias. yo hacia caso a esa voz en mí interior, sin importar luego las consecuencias.
De chico recuerdo haber escrito un cuento de un monstruo, cómo un dinosaurio, no lo recuerdo bien. que destruía ciudades enteras, mientras buscaba su familia. Fue una noche en que la cápsula homeopática, para disminuir los síntomas de asma, me provocó un insomnio atroz, seguido de una taquicardia incontrolable. Tomé una hoja en blanco del cuaderno de la escuela, un lápiz, y comenzó el pequeño relato para olvidar un poco qué el corazón quería salir corriendo, y el cerebro estaba tan despierto como un búho en la noche. Los componentes de esta medicina nunca los conocí, pero en verdad, era milagrosa. Quedaba desalentado, un poco oji hundido por uno, o dos dias, pero eso sí, totalmente aliviado de mi alergia. Todo esto generó que fuera un chico, un poco retraído, solitario, poco sociable. Que muchas veces solo salia a la tienda a hacer los mandados de mi abuela tulia, o de mi tía Carmen. en algunas ocasiones ni eso podía hacer, por miedo a toparme con carevieja, un joven de diecisiete años, corpulento y mal encarado, enano, con uno sesenta de estatura, que amedrentaba a medio barrio con sus puños y su cuerpo grueso. Una mañana cualquiera regresaba de la tienda de don efren, con una bolsa de arroz, tres huevos, una libra de sal. allí estaba parado frente a la puerta de mi casa, con la mano derecha apoyada en el muro de la fachada.
-- ¡la plata!-
Me dice este pequeño rufián de uno sesenta, dándome un empujón que me hizo soltar la bolsa. En ese momento pasaron muchas cosas por mi cabeza, temor, al no saber que pasaría, rabia, por qué mi desayuno había quedado en el suelo, ése empujón en mi pecho que hizo explotar ese volcán de represión que tenía por dentro.
-- ¡hijoeputa!-
esa palabra me salió del Alma, empuñe mis manos, me le tire encima buscando golpearlo, sentí varios golpes en la cara que fueron como el flash de una cámara, añadiéndole el dolor de varios teztazos contra un muro. me defendí todo lo que pude, o lo que mis débiles brazos pudieron soportar.
Luego de esta pelea sentí que todo cambió, el nerviosismo se había esfumado, era como una sensación de bienestar en medio del dolor. había recuperado algo que casi nunca había tenido.《confianza en mí》. mi pómulo derecho quedó inflamado, el labio reventado, los nudillos de mi mano derecha sangrando, en cambio mi ego estaba en lo mas alto. ¡Lo había logrado!. enfrentar ese chico que todos temían cambio mi vida, mí mundo, mi forma de ver el camino. La mañana siguiente al levantarme mi pómulo seguía inflamado, el labio también, los nudillos de mi mano adoloridos y enrojecidos, yo continuaba con esa sensación de bienestar. Era día de escuela, yo era diferente. Levanté el cuello de mi camisa, la dejé por fuera, tampoco peine mi cabello como todos los días.
Al llegar al salón de clases me senté donde siempre, tercera fila, quinto pupitre. Sentía las miradas encima mío, yo, con la mirada al frente. Mostrando una serenidad inagotable, Incomprendible para mí, y todos los demás.
-- ¿que te paso en la cara, Juan?-- Preguntó mi compañero de segunda fila.
-- no es nada, peleando.--
Respondi mirándolo por un instante, luego la mirada volvió al frente.
-- ¡señor restrepo, bienvenido!.-- replica la maestra poniéndose de espaldas a la pizarra.
-- gracias maestra,¿cómo esta usted hoy?--
-- ¡muy bien! Comencemos.-- contestó sin mirarme. yo no era el mismo alumno de años atras.
Todo fue diferente este día. No hubieron juegos en el descanso para mí, me quedé afuera de la cafetería recostado en el muro mirando como los demás corrían por el patio y los pasillos, como alguna vez lo hice.
Un balón blanco rueda por el patio, llega a la punta de mis zapatos negros. me agacho tomándolo muy despacio, se va acercando esa niña de quinto grado, que todos veíamos como algo inalcanzable. Con su cabello largo color negro, sus ojos grandes, y esa sonrisa que brillaba como si fuera una propaganda de televisión.
-- es mío -- dijo sonriendo.
-- toma- contesté con voz baja.
-- gracias Juan--
me habló con mirada coqueta. Sabía mi nombre. No lo podía creer, ¡era cierto!, sabía mi puto nombre. Estaba que me cagaba en la ropa, pero no demostré nada en ese momento. solo asentí con la cabeza. Ella comenzó a caminar hacía sus amigas y de la nada llegó renzo.
un chico de quinto año que alardeaba y gritaba de sus hazañas. Arrebato el balón de las manos de yuliana y salió corriendo chutandolo por todo el patio. yuliana voltio a mirarme, Esa mirada nunca se me podrá olvidar, era una mirada de auxilio, ¡por favor ayúdame!. Decía con la expresión de sus ojos. De nuevo las primeras explosiones comenzaron a emerger del volcán en mí interior, coloqué el envase de gaseosa en el piso y me acerqué despacio hasta renzo. Hablar con ese chico era como hablar con una serpiente, siempre buscaba como hacerte daño.
-- ¡oye! Renzo, Por favor entrégale el balón-- le dije en tono decente y sereno.
-- quítamelo tú. Maricon.--
de inmediato relacioné esta frase con aquella de:
--¡la plata!--
aprete mi puño derecho con fuerza, y antes de que dijera algo más, le golpeé en la mandíbula dejándolo noqueado. Todos sus compañeros dejaron el juego y la burla, y lo ayudaron al ver que cayó como un saco de harina. yo caminé hasta el balón que quedó en la mitad del patio. lo entregue a yuliana sin mirar sus grandes ojos. Sabia que este golpe traería consigo fuertes consecuencias que no se hicieron esperar. Cinco minutos después estaba en rectoría con el señor, arno weber Hernández. Siempre pensé que su nombre era arnold, pero estuve equivocado por mucho tiempo era arno weber Hernández, una mezcla de padre alemán con madre latina. Su forma de vestir rayaba lo peculiar, y su forma de impartir justicia como la de un general del ejército nazi.
-- señor Juan. Puede explicarme usted por qué golpeó a el señor renzo.--
-- señor arnold--- yo....--
-- arno, no arnold. continue.--
-- el le quitó el balón a esa niña señor, yo le pedí que lo regresara y me insultó.
-- ¿usted cree que es motivo para agredir a un compañero?.
Pasaron unos segundos luego de la pregunta.
-- sí.-
Conteste sinceramente sin pensar las consecuencias.
-- muy bien, recoja sus cosas y pase por acá antes de ir a su casa --
Recoji mi morral, un libro de artística que estaba dentro del pupitre. Pase por la rectoría y el señor arno, me esperaba con un sobre para entregar a mi madre. Solo quería golpear su mandíbula como a renzo.
Yo solo hice lo que debía hacer.
HOLA mis lectores.
Con 100 comentarios monto el segundo capítulo.