Sonríe mirandola, una mujer preciosa e inocente así es ella, la amaba incondicionalmente, era su vida entera, sus ojos, preciosos y únicos, cada vez que la miraba fijamente se perdía en ellos.
Sus pestañas eran largas y tupidas, sus labios delgados y rosados cada vez que los veia no podia contener las ganas de besarla, amaba todo de ella, desde la punta de los pies hasta la cabeza.
Se sentía el hombre más dichoso del mundo al haber conquistado a tan hermosa dama, era suya, su novia y dentro de pocos minutos sería su esposa....
Acepto—su dulce voz lo sacó de la ensoñación y sonriendo miró al sacerdote— ¿Acepta usted a Isabel Dominguez, para amarla respetarla en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe?— no tenía nada que dudar, con una gran sonrisa mira al sacerdote y responde firmemente— Acepto— minutos después estaba él besando a su amada y ella devolviendo el beso con fervor.
A sus espaldas todos los invitados aplaudían emocionados, padres, amigos, todos estaban felices por su unión, con Isabel en brazos el salio de la iglesia, había jurado amor eterno ante Dios y ante la iglesia por ella y lo cumpliria sin importar que, ellos escribirían su dulce historia de amor...