Según Vicente Riva Palacio en su libro de “Tradiciones y leyendas mexicanas” deambulaba en El Callejón del Muerto un “hombre de alta estatura y faz pálida, largo y lacio el negro pelo y muy espesa barba con un terrible brillo que brotaba de su mirada”. Un espectro que rondaba en la calle donde vivía Tristán Alzures, hijo de Don Tristán el mercader más respetado de esa época y quien tras su muerte dejó el ejemplo de cómo vivir como buen cristiano. Don Tristán era el orgullo de ese barrio porque en vida ayudaba a los demás, era buen hombre, y después de su fallecimiento heredó a su hijo la casa, una tienda y mucho dinero. Además como reconocimiento le pusieron al callejón el nombre de Alzures.
Tristán hijo, llevaba una vida normal y continuó con el negocio que le había heredado su papá. Cierto día, no podía dormir y pensaba que tenía semanas sin saber nada del espectro que rondaba el callejón. Al día siguiente, cerró la tienda y estaba decidido a hablar esa misma noche con el fantasma. Llegó a su casa, se encerró a rezar, se colgó reliquias y escapularios que protegieran su pecho y posteriormente salió con una daga para enfrentarlo…
Entre la obscura noche y las tinieblas, Tristán sintió que la sangre le hervía, se le erizó el cabello y comenzó a pedir auxilio a Dios con la daga empuñada, hasta que llegó al espectro y Tristán le gritó: “Te exijo que digas si eres alma de otro mundo”, el fantasma lanzó un gemido, tres veces le exigió Tristán y tres gemidos dio el espectro.
El espíritu finalmente decidió contestarle y le dijo que tenía una misión, que fuera a su casa, buscara un cofre que había enterrado, pero que él no lo podía leer y tenía que llevarlo al arzobispo. Desapareció el espectro y Tristán corrió a su casa a cumplir la orden y oh sorpresa que se llevaron… El final lo puedes conocer en la historia completa de El Callejón del Muerto.