¡Ernesto¡, ¡Ernesto! ¡Sabemos quién Sos! – te oímos escuchando Radio Moscú – sabemos quién Sos. Sabemos que escuchás radio Moscú.
¡Ernesto!
.. ... ...
Una y otra vez, oía esas voces. En su cabeza solo había lugar para una sola voz, la de su conciencia, y no otras. Confinado en su departamento de la Avenida Alvear, zona céntrica de la ciudad de Buenos Aires, Argentina permanecía silencioso, escondido detrás de un sillón de una plaza, al cual dio media vuelta, y esperando con un revolver en mano estaba allí, pronto llegarían los del servicio secreto. Pronto estarán aquí. Están pisando mis talones. Mis sentidos lo saben, se decía por dentro.
Ernesto. No te escondas. Sabemos que estás ahí, escuchando radio Moscú.
No había pasado mucho tiempo cuando se decretó la cuarentena por el Virus de la gripe. Todas las personas deberían permanecer dentro de sus casas. Un día antes de lo sucedido Ernesto tuvo su sesión de terapia con el Dr. Rivera. Rivera era un hombre de cierta edad avanzada, y de una estirpe de la vieja escuela del psicoanálisis, y la psiquiatría. No obstante prestaba una cierta atención por su paciente. El tal Ernesto hombre de unos cuarenta y cinco años. Profesor de historia, aficionado a la radio. El siempre debió convivir con una malformación mental. Varias veces fue internado por sucesos de su mente. Hechos que sobrevenían esporádicamente. Luego en su etapa de confinamiento en los sanatorios desaparecían, y a los meses regresaban. Ha pasado y pasa por diferentes agentes de medicación como Seroquel, Risperdal, Rozerem, Neurontin. Y con ello, las etapas correspondientes. Su familia se conforma de padre y madre de edad ya avanzada, y una hermana que vive en otra ciudad, y que a veces lo visita de improvisto sin avisarle día y hora. Vive solo, y los hechos lo llevan a desconfiar del mundo, y de sí mismo.
Nunca se había casado, y se le conocieron algunas relaciones que no toleraban su mente retorcida en este juego lúdico de coherencia, y razón. Nadie quiere al loco.
- ¿A ver Ernesto como has estado en estos días? – pregunta con sigilo aquel médico de la mente
- Doctor, no puedo evitar el miedo. Me hablan. Ellos piensan que soy comunista, pero no los soy. No entienden. Solo cometí el error del leer un viejo libro polvoriento que tenía de la familia, el manifiesto comunista de Marx en el baño, un día que no tuve la clase en la universidad.
- ¿El manifiesto? – pregunta observando el techo mientras una mosca vuela alrededor.
- Si, la obra de Marx. ¡Usted sabe! – responde temblando en sus mejillas
- Sí, he leído poco de ese hombre. Mire las voces son solamente por ese punto en especial, ¿qué otras situaciones se le generan? – repregunta –
- Muchas, ¡muchas doctor! La otra vez pase por un Starbuck. Solo quería un café. Y el muchacho que atendía la caja de cobros no dejaba de mirar fijo. Luego llamo a su compañera. Y ambos me miraban como si algo quisieran decirme. Cuando me dieron mi pedido de café. Usted sabe que se suele poner el nombre de la persona que ordena la compra.
- ¡Si! – se rasca el lóbulo de su cien el doctor – ¡he ido!
- Bien, la cuestión es que cuando me pasaron el vaso de café en el humo se podía notar una rancia fragancia. Y
- ¿Y decía su nombre en él?
- Decía, sabemos que escuchás radio Moscú Ernesto. Agarré mi vaso, y escapé corriendo de aquel sitio. Tanto el chico, como la chica salieron del negocio, y observaban detenidamente mi andar. No quise voltearme a verlos, no podía doctor. No podía. – responde una y otra vez con miedo. -
- Mmm inquietante lo que me está expresando. Antes que sigamos, ¿ha tomado la medicación? – continua preguntando el matasano de la psiquis. -
- ¡Si doctor!, las que se me ha dado. – con enojo acota. -
- Mmm. Voy a preparar una receta un poco más amplia de las indicadas. ¿Usted esas voces en que situaciones se presentan?
- En muchas ocasiones doctor. En la mañana, la tarde, y noche. A veces desaparecen. A veces escucho un interlocutor habla un idioma extraño.
- ¿Un idioma extraño? – medita el doctor – cuéntenme, como que palabras citan.
- Me cuesta pronunciarlo, pero lo se de memoria: Lenin K vlasti Lenin k vlasti. Da zrdavstvuyet. Moskvy da Zdravstuyet kommunizm – y así sucesivamente doctor - no puedo dejar de pensar en esas palabras, y ellos vendrán.
- ¿Quienes? – pregunta inaccesamente el doctor –
- Ellos, los del servicio secreto. Vendrán, me interrogaran, y me llevarán. Ellos piensan que soy rojo. Esos del servicio, tal vez ellos, u otros. No sé. – advierto que me persiguen. Un hombre con lentes y gorra rara. -
- Y lo ha visto en reiteradas ocasiones. Varias veces. Lleva un sobretodo, y un bigote mostacho. Doctor ellos piensan que soy rojo, me quieren a mí. Me buscan, y las voces no paran doctor. No paran. –
- Bien, hagamos una cosa. Usted regrese a su casa. Quédese allí enviaré un informe para que lo vayan a buscar los médicos. ¿Haremos una nueva internación si?
- Está bien doctor – Ernesto se mira las manos en las bifurcaciones de las líneas, temblando –
- Cualquier inquietud me puede llamar al teléfono de guardia, y mantenga la calma.
–
- Perfecto. Gracias doctor.
El doctor se incorpora de su silla, como Ernesto. Y lo acompaña a la puerta de salida. En su informe se prepara una nueva medicación. La esquizofrenia es inminente. –
Al caminar por la calle, Ernesto experimentó internamente los pasos de unos zapatos de cuero pesados. Comenzó a correr hasta tomar el ómnibus de la parada siguiente que lo llevaría a su casa. Al subir el chofer le preguntó dónde iría y el respondió a su domicilio como siempre. Aquel hombre lo observo detenidamente, situación que puso nervioso a Este. Al tomar asiento del lado de la ventana, un tanto cansado por el estrés generado, se durmió unos minutos. Con el primer golpeteo de una frenada brusca del carro despertó, y allí en el vidrió contiguo a él, donde se apoyó, podía verse, y leerse "Sabemos que escuchás Radio Moscú. Lo Sabemos". Del lado de afuera una anciana le sonreía y comenzó a reír a carcajadas. Él se asustó mucho más que de costumbre. Se levantó del asiento, y toco el timbre a la siguiente parada, afortunadamente estaba ya cerca de su hogar. Descendió, y a paso veloz continuo su andar hasta el portón del departamento, metió la llave como pudo. Al entrar en el hall central, el espejo de la entrada reflejó en él, un hombre gastado y perdido. Ojeroso con bigote, y gorra extraña Él lo vio, y no supo si su mente era desquicio de una alucinación. ¡Escuchas Radio Moscú camarada! Le dice la voz aquel espécimen del espejo. El susto lo hizo correr en el salón hasta el ascensor. Tocó el botón con su dedo índice varias veces a fin de que descendiera aquel aparató. Ni bien se abrieron las compuertas. Se metió, al cerrarse, apretó el número indicado al octavo piso. EL viaje parecía interminable, y se mordía los dientes de aquel suceso. Al llegar, se digirió directamente a la entrada de su departamento con su llave en punta hacía delante para ingresar en la ranura directamente como una flecha. Le costó, producto de la desesperación, poder girar la misma, y la perilla para ingresar. Una vez concluido, entro y selló la entrada.
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Editado: 30.04.2024