El doctor violó la cuarentena al salir de su casa, e ir a aquella biblioteca perdida en una casita pequeña de estilo antiguo. Si bien las medidas eran precisas, su exactitud de quienes podían transitar, o no las calles no era rigurosa, si se tenía un permiso. Su anfitrión un tal Gaspar guardaba con recelo los secretos que los libros polvorientos mantenían como sus telas de araña y todos esos desgastes que hacen a la antigüedad. ¿De cómo llegó el profesor?, ¿y por qué fue? Una curiosidad inefable por la historia hizo de él que escapará de su casa, bajo la mentira de realizar ciertos trabajos correspondientes a su profesión de lego ante las autoridades. Motivos sencillos. Y más allá de la justicia en su búsqueda, procuraba terminar sumergido en un imperio escondido en libros. Era un hombre chapado al antiguo estilo, por lo que no se llevaba con las redes de internet, ni las tecnologías del presente que van al futuro. Tampoco creía en el virus, por lo que pasaba desapercibido en el mundo de la pandemia.
Gaspar, encargado del sitio, lo recibe sin darle la mano, debido a las precauciones, y con su barbijo colocado en su boca, y le expresa con minuciosas palabras entendibles que el alma de cada libro se percibe en el aire y que el respeto y decoro son dos puntos importantes antes de tomar un ejemplar.
El doctor entendió al pie de la letra las indicaciones del dueño de aquella biblioteca. Aclaro al tal Gaspar las razones y su búsqueda. Este camino entre tantas cosas de madera y papel hasta una puerta. Al lado de ella una mesa pequeña con cajones. Abrió la primera gaveta sin suerte de encontrar algo. Luego abrió la segunda y repitió la operación con la tercera. En ella tomó la llave de la puerta. Introdujo en la rendija, y esta se abrió con un chirrido de óxido, y falta de aceite. La puerta no se quejaba por el abandono. Al contrario eran bienvenidos. Volvió abrir la primera gaveta antes de ingresar, y saco una vela y unos cerillos. La luz se hizo presente ante la oscuridad que aguardaba paciente que dos humanos fueran ingeridos en la negrura espesa de la habitación sellada. La puerta continuaba abierta. Eran bienvenidos.
- Sígame – Le dice Gaspar al doctor
- ¿A dónde me lleva?
- ¿Usted no me pidió ese libro?
- ¡Si, bueno! -
- ¡Bueno!. Por eso estamos aquí
- ¿No es peligroso?
- ¡Lo es si, usted lo cree! El peligro aparece cuando uno lo inventa en su mente y lo busca, y espera por su inventor.
- ¿Y si no lo creo?
- ¡No hay peligro!. Venga. – llama el encargado. -
El anfitrión lo llevó por unos recovecos. Todo sumamente oscuro hasta llegar a la estantería de libros pegada a una pared de ladrillos húmedos y fríos, que esparcían la humedad por todo el lugar. Este con su dedo índice señalaba libro por libro hasta dar con el preciso. Lo tomó, y se lo dio al doctor. Ambos volvieron por donde ingresaron.
- ¿Se va? – pregunta. -
- Si, puede sentarse en aquella silla con la mesa y tome la vela. Aquí no hay electricidad. Ellos no lo consideran necesario.
- ¿Ellos?
- ¡Los libros!
- ¿Y cómo leerlos?
- Siéntalos, y escúchelos. La vela le llevara por buen camino.
- ¿No me quedare ciego?
- Esas son historias de miguel ángel y nada en concreto se verifico. Suerte.
Recogió el libro, y soplo con cuidado el polvo de la tapa, mientras se sentaba en la silla y lo apoyaba en la madera corroída de una mesa sin barniz. Este no se enfadó por separarse luego de tanto tiempo de aquella pieza de hojas amarillas. No, no tenía motivos, contrario se sentía en libertad ya esparcida en partículas que en el aire viaja ahora. Al abrir aquel mundo de páginas, se concentró en un punto histórico determinado. Aquella batalla encargada a la espada de Roma, Marco Marcelo, a Siracusa, y el arma de un carcamal asesinado por un soldado incauto.
Las leyendas de un cerebro que acabo con varias tropas con un fuego eterno. Formula que hasta hoy en día se desconoce de su creador. Se habla de Calínico para defender Constantinopla de la avanzada sarracena. Pero hay alguien más.
La primera página tenía un dibujo bien tallado del anciano manifestando con su mano extendida a los soldados desde las alturas, y bolas de fuego cayendo por los cielos. Estás eran más vivas que los propios peces, y se desarrollaban como una autoproducción en sí misma. Un hombre se fusiona en las llamas. Las siguientes páginas relatan en la traducción del griego antiguo al castellano.
El anciano habla, y dice que el asedió duro tanto como quienes viven en el averno en forma de penitencia. Él parece calmo. Respira profundo, y huele el añejo aroma de la hoja en la cual le dieron vida.
El espíritu celoso del viejo permanece en silencio impertérrito. El silencio habla más de lo que se cree. Y las tapas forradas de terciopelo de un libro sin nombre, sienten el calor de unas manos luego de muchos años, aunque el viejo sigue en silencio hasta que su hogar que tantos años lo tuvo dentro de sí (como un hijo), le pide expresar más de lo que él sabe del hecho.
El doctor pasa de página. El anciano ahora cuenta con lujo de detalles que un arma infalible va parar el asedio del general Romano. Puede ver luego de concluido el párrafo un dibujo de un cañón. Aparentemente de vapor. Una bola redonda es escupida desde su boca.
Ahora el viejo se reclina tal vez en una silla, y sigue el relato. Ante muchas antiguas teorías ambiguas he llegado a concluir con desmedro que la alquimia tiene los poderes suficientes para detener un ejército.
Los grupos están avanzando sobre las aguas de la Italia, en la Sicilia; alejándose puede vislumbrar desde sus trirremes a la ciudad. Enclave del mediterráneo. Es un ejército potente contra un cerebro tan gastado.
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Editado: 30.04.2024