- ¿No habla mucho no? Sé que siempre fue retraído. -
- Para ser sincero jamás oí palabra de su boca –
- ¿Qué tendrá en su mente no?
- Todos tenemos un muerto en el placar que debemos soltar algún día.
- Y algunos hasta tienen la concesión del cementerio mismo. – aclara -
- En efecto. Algo que nos haya pasado, y sacarlo a flote, como cuando se hunde algo en nuestro corazón.
- ¿Será algo muy malo? Algo que haya hecho
- ¿O le hagan hecho? – responde con el dedo señalando al cielo. –
No era más que un ser común de esos que se desmaterializan en la sociedad, para ser más preciso, era neutro en todo sus aspectos. Incluso en su familia. No por ser una persona retraída, pero no le interesaba nada que correspondiese a la fama, y la gloria de pertenecer al sistema. Ello llevaba a pensar que José estaba en el grupo de riesgo de los llamados ermitaños del olvido. Que se olvidan, y son olvidados.
Su trabajo de administrativo en el laboratorio del instituto le permitía pagar una renta y con ello mantener una vida austera, sin sorpresas, mientras terminaba sus estudios como biólogo.
El ingreso del virus, no fue más que un suceso de esos que ocurren en el mundo. Precisa una purga esta sociedad, pensó. Algunos locos fanáticos rezaban, día y noche, otros destruían la ciudad con su anarquía culpando al gobierno. Los que se mantenían ajenos solo escuchaban las noticias, y José era en un quíntuple de ser ajeno, sin mayores miedos que cepillarse los dientes en la mañana.
La cuarentena obligo a todas las personas al confinamiento. A este le daba lo mismo, ver o no la luz del día, y la oscuridad de la noche. O eso quería denotar ante los ojos de todas las personas. Por su trabajo debía ir, ya que la ciencia no descansa.
No fue hace mucho tiempo en su niñez en la que estaba rodeado de muchos seres, y él en su reinado era el líder de un grupo de amigos. Regresaban de jugar al futbol, una tarde de invierno en la que el frio quema los huesos. El camino a casa era un tanto complejo, recién se estaba asfaltando en el distrito la calle, y no había autos alrededor, tampoco transeúntes. Un parpadeo de sus ojos por la luz de un sol potente, le hicieron cerrar ellos, un instante. Un instante, es un efímero santiamén de tiempo. Y también una infinita línea que puede durar lo que varios millones de años dure la tierra.
Al abrirlos encontró el camino tal cual como siempre. Al andar despacio no se percataba de algunas irregularidades, como que estaba caminando en la misma dirección sin
avanzar. El veía una casa, y no lograba dar con ella. Ante tal situación comenzó a correr, y jamás llegaba a destino. El tiempo parece eterno, y tal vez no. Algo no estaba bien. Se atinó a dar media vuelta, y del otro lado, el camino como si hubiese recorrido nada. Buscó salir de él, pero era inútil, cuando direccionaba la vista hacia el este, estaba el camino como si fuera de frente, cuando era al oeste de la misma manera, misma condición norte, y sur. Unos retazos de polen se esparcían por el aire, y entonces comenzó todo a volverse oscuro. Comenzó a dibujarse un paisaje a los lejos lleno de personas que caían al suelo desfallecidos, otros lamentándose. Vio un sinfín de seres olvidados, vio matanza, hambre, y desesperación. Toda esta sinfonía de desastres, asustaron al niño hasta que este no pudo contenerse manteniéndose firme sin poder avanzar. Se arrodilló de cuclillas, tomándose con sus brazos las rodillas, mirando al suelo, y luego al cielo, y el nimio relumbre golpea suavemente sus ojos. Era como un fulgor especial, una hoja de girasol en el suelo que pudo avistar en su mente. Y al abrirlos, aquellas retinas tenían un alivio que visualizaba que ya estaba en su casa. Justo allí en la puerta de entrada con las llaves en su mano derecha colocándolas en el orificio de la cerradura.
Despertó entonces de aquel episodio acostado José. Ese sueño de una realidad de su niñez. Algo que lo persiguió toda su vida, y posiblemente el complejo de retracción al mundo. A partir de allí, de ese episodio, experimentó en su mente, y cuerpo, una nueva personalidad que eliminó al José de aquella época.
Con el virus circulando, José salió con un bolso grande por la puerta trasera de aquella pensión, donde dos personas lo vieron y saludaron, el asintió con un gesto. No era comunicativo, y la cuarentena no era respetada como se debía. En otros países ya comenzaban los estragos, y la gente a volverse paranoica. Este sacó las llaves de su auto. Un modelo viejo. Peugeot 504, y se dirigió para donde su trabajo. Al ingresar con sus llaves de empleado, como bien es sabido, no había nadie en aquel sitio. Estaba desierto por lo que aprovecho el tiempo. Realizó algunas mesclas, e introdujo las esencias en el frasco formando un liquidó espeso, luego lo dejó en un tiempo estimado al cual calculó a reloj. Recordó cuando en varias conversaciones hace años, les manifestó que uno debía prepararse. Siempre aparte de callado, lo tomaban por un loco mediocre, y ejercían por su forma introvertida una suerte de bulling psicológico que era desgastante. No obstante el continuaba con sus indirectas de que en el aire algo estaba nadando, y pronto llegaría al día de hoy. Tomó aquel frasco, y lo introdujo en una caja sellada de metal con las precauciones requeridas. En la nota especificaba que debía llegar a la Dirección de análisis, y asuntos. Era la entidad encargada de cuestiones urgentes en el instituto.
Podría haberlo llevado en persona en su momento, aunque prefirió alejarse. Todo depende aquí de la razón humana de esas mentes que manipulan las entidades. No le interesaba formar parte de nada.
El ostracismo te vuelve precavidos pensó toda su vida. Y él lo era. -
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Editado: 30.04.2024