Cuando se decretó la cuarentena, era inminente que el virus se había instalado en toda la sociedad, y para entonces el remedio fue la cura de un confinamiento.
Arnaldo, sujeto de unos cuarenta y uno años, regresaba con todos los elementos propios del aislamiento. Todo lo que fuera preciso para evitar tener que volver a la calle. De antemano se manifestaba por las redes de comunicación, la radio, televisión, e internet, que dejasen se circular, debido a la peligrosidad del germen. Aun los científicos realizaban análisis para verificar su estado, pero no comprobaban por el momento elementos de un desarrollo total.
En los primeros días, permaneció tranquilo, realizando las actividades normales de la casa. Limpieza, algunos arreglos triviales. Tareas que se debían hacer. En su soledad, notaba con extraña sensación de que no podría estar solo, de que algo más lo contemplaba, como se contempla un cuadro fijamente, aunque no prestó la más mínima atención. Llegada la hora de la noche, se preparó una cena discreta. Un churrasco, con ensalada de huevo, y tomates. Una copa de vino para darle gusto al paladar en aquel maridaje.
Meditó en medio del fetiche de aquella comida, sobre algunas cuestiones que retomaría al terminar la cuarentena. Estaba absorto en pensamientos. En un instante direccionó en una mirada la visión hacía el viejo televisor en blanco y negro de su abuelo. Aquel aparato que no se había encendido en años, estaba allí como parte de los adornos de su hogar. Ante el tedio resolvió levantarse de su asiento, y dirigirse hasta él. Verificó la perilla, y tomó el cable eléctrico para conectarlo con la caja de electricidad. Antes de apretar aquel botón que da vida a la imagen, examinó la antena, la cual mantenía las condiciones de tal.
El Televisor era una caja de madera, con una pantalla de tubo de fosforo, y plomo. Totalmente diferente a las pantallas LED de hoy en día. Al apretar el botón, una imagen borrosa se extendía por aquella lente. En un principio era una lluvia de distorsión hasta que con una palmada en el lado izquierdo de la madera pudo sintonizar la figura de un paisaje. Un tanto oscuro. Era una habitación vacía, en cuyas paredes se podía ver el color blanco que se entremezclaba con la iluminación de alguna luz perdida que no ayudaba al entorno. Giro la perilla de los canales, uno por uno, siempre era la misma imagen. Pensó quizás que no funcionaba como debía. Regreso a la pantalla nuevamente.
Un hombre aparece en aquel paisaje de repente, y observa frente hacia el exterior, como mirando fijamente al receptor que dio vida al aparato luego de tantos años.
- No enciendas el televisor – se expresaba la vos distorsionada de aquel ser. -
Un ser de traje, de apariencia mayor. Tenía puesto un saco de color oscuro, una corbata del mismo color, camisa a rayas, y pantalón color crema.
- No enciendas el televisor – continua con las mismas palabras. -
Arnaldo se mantuvo impoluto en los dichos de aquel personaje. Era como si sus ojos traspasaran por ese potente foco que brindaba los efectos de una realidad que no era más que solo una ficción de alguna proyección. Percibió la sensación de que le estaba hablando a él mismo.
- ¿Me hablas a mí? – se dijo en principios a sus adentros, y luego a él –
- No enciendas el televisor – continuó –
Cansando de oírlo, giro la perilla del artefacto, pero era inútil. Entonces tomó la decisión de apagarlo.
Regreso a la mesa donde estaba cenando, y la curiosidad de aquel encuentro con el hombre lo sedujo en ese misterio de preguntarse: ¿que estaba ocurriendo? ¿Sería algún programa?
Coloco su mano en el mentón cavilando aquella frase. No enciendas el televisor. ¿Por qué?
Se sintió un poco extenuado, y comenzó a transpirar. Era como un pánico que le produjo al escuchar esa voz. Quizás el encierro lo estaba trastornando, y un auto exilio obligatorio. Sabía que el germen estaba en las calles, y no podía salir ya que la resolución era muy estricta. Hasta que las autoridades anunciaran nuevas medidas era la premisa.
Terminó de cenar, llevo los platos a la cocina. Al concluir el lavado, y secado de ellos, regreso a su living donde el televisor estaba con su gran lente color gris. Él tenía otro aparato más complejo y actualizado, sin embargo el detalle de aquel adorno con los colores en blanco y negro, y esa aparición repentina de un hombre era llamativo. La copa de lo que quedaba de vino en la mesa, fue bebida de un sorbo, y la dejó allí, para retirarse a descansar.
Se sentía muy agotado, por lo que se tumbó sin ponerse el pijama en su cama. A la hora, despertó con una percepción que provenía de su mente. No enciendas el televisor, se decía una y otra vez.
Aquella impresión le quitó el sueño. La locura de un miedo, le hizo ver que su cuarto era como una caja que cada vez se reducía más, y más. El aire comenzó a faltarle, y el sudor de su piel fue un detonante para que se incorpore, y vaya a la cocina por un vaso de agua. Bebió lo suficiente para quitarse un sabor ranció de sus boca y labios secos.
Al salir de aquella cocina, apreció desde la distancia el aparato de pantalla, y recordó la imagen. ¿La había visto en algún lado?
- si la has visto - se expresó en su cabeza.
- ¿Cómo lo sabes? – se preguntó
- Lo sé – contestó
Ladeó su cabeza como queriendo despejar aquellas palabras. Fue hasta su sillón, y se sentó unos instantes, se frotó con sus manos los ojos, y luego pudo notar sus lagrimales como salían de sus globos oculares.
En su cuerpo un escalofrío recorrió desde el inicio de sus pies hasta el último bastión de su cabello vibrando en un nimio temblor.
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Editado: 30.04.2024