En plena altamar estaba verificando aquellas aguas. La máquina de bomba estaba lista, y me disponía a sumergirme en las planicies de un oscuro sitio lleno de misterios. El virus que se hallaba asolando al mundo, no podía hacerme un efecto macabro en mi persona, pues hasta el momento solo era contagioso a nivel humano. No ataca a otras criaturas, al contrario tenía supuestamente otros efectos, de los cuales nunca supe, ni me interese en averiguar cuáles eran. En aquel barco éramos dos. Guerra, mi empleado de confianza, que como yo, estaba en condiciones físicas, y mentales.
Se encontraba todo listo en aquella mañana de invierno. En plena mar las olas denotaban la parsimonia de una cierta tranquilidad que no sometía retos, ni augurios de que pudiese producirse una tempestad. Según el barómetro, no habría complicaciones, ni nada que se le parezca.
Puse manos a la obra en mi proyecto de transitar la tierra baja del mar en una exploración. Deje a cargo a mi empleado que se encargaría de la embarcación, y de realizar las medidas de inmersión, mientras investigaba el lecho marino.
Al descender, por el radio Handy explicaba todo lo que a mí alrededor se cruzaba. Había peces de todo tipo. Algunas medusas, y otras especies marinas. Al tocar suelo, sentí la arena. La manguera del traje tenía la capacidad suficiente para un descenso más amplio. Supe desde un principio que había llegado a una suerte de montaña, y allí vi aquel agujero oscuro debajo de lo alto de esa sierra submarina. Comuniqué a Guerra, pero este no respondió. De todas maneras le dije que exploraría mucho más al fondo. Encendí la linterna, y comencé a bajar lentamente. Parecía que todo guardaba una cierta paz. Quise nuevamente comunicarme, sin éxito.
En medio de la penumbra fui emboscado, debí suponer lo que acontecería. Era una especie criatura en las aguas que con una fuerza atroz me sostenía, llevándome hacia el fondo. Con todo mi poder golpee varias veces a la bestia. Saqué mi daga guardaba en un bolsillo, mientras intentaba zafarme de aquello que me sostenía. En un momento me soltó, y sentí la libertad plena, aproveche la ocasión para iluminar lo que era realmente. Mis ojos solo vieron una enredadera. Debo tener cuidado. Una vez más trate de dar comunicación, sin contestar Guerra. Al llegar a mi objetivo, allí estaba. Era como lo había predicho en aquel libro.
Fue hace un año que había leído el libro que en mi viaje a Bariloche encontré en su casa guardado celosamente. Lleno de polvo contenía los secretos, de que en un cierto punto se encontraba una caja de metal, con lingotes, que había sido depositada en las aguas del
mar. Tenía las pruebas de quien era su creador. Un tal Josh Self. Integrante del cuerpo de la SS del Tercer Reich, que viajó a la Argentina escapando de los Aliados.
Por medio de la sobrina de Self, y un amor logrado accedí a él.
Estoy abriendo el cofre de la gloria, y el dinero me observa y seguro que brilla en su esplendor. Justo allí, con la caja cerrada con un candado de fácil abertura, se rompe con el barrote que llevé en mi traje de cierto peso. De a poco se abría con el majestuoso color del oro. Alcancé solo a rosar aquella pieza de la naturaleza, cuando me sentí atraído automáticamente.
No era ya parte de una planta, sino que esta vez, era una piel que tenía terminaciones nerviosas que se estiraban. Era más que un alga de esas que absorben. El barrote estaba en el suelo, y solo el objeto filoso me acompañaba en este combate.
Forcejee durante una hora. Me había tomado por el pecho, e intenté liberarme desde la poca fuerza que aún me quedaba en una mano con la daga de cuya fortuna poseía. El filo certero que acarició con sutileza uno de sus tantas cadenas que se extendían sobre mi anatomía, misturaba la tinta de la falange con el agua, todo fue una oscuridad en lo profundo, donde perdí el pensamiento, y me vi sumergido hasta la iluminación del exterior. Una la línea entre el cielo y el agua se dividen.
Sin duda la bestia se había calmado, y allí permanecí pudiendo narrar esta historia.
Fue difícil el encuentro. Me había entrometido con un asunto delicado de introducirme en el espacio sideral de las aguas azules por la codicia. Aquí estoy, en este momento. A flote. Es bello el paisaje de las nubes que forman figuras circundadas por algunas aves. El peligro es excitante en cierto modo. Es como jugar a los dados. Algo sencillo, y a la vez curioso, hasta que en la partida se hace presente el miedo. Debo tener cuidado.
¡Qué pena! Guerra esta sin poder hacer nada. El virus no le dio tiempo. Y yo estoy allí observándolo. ¡Pobre!. El oro será para otro viajero con suerte.
Aun veo mi cuerpo, flotando en las aguas. Puedo visualizar, Si, ese hombre allí con una máscara; un rostro extraviado, y pálido. Alguien vendrá por él ¡Espero!, y lo llevará a tierra firme junto con Guerra para que lo lloren en la digna sepultura.
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Editado: 30.04.2024