El carrusel.
Lucia esperaba en el lugar de encuentro. No hacía calor ni tampoco frío. Era el clima perfecto. Aún así sentía que si témpera fluctuaba de los 24° a los 28°. Se abanicaba con la mano un poco y sacó de nuevo una servilleta del pequeño bolso color plata. Esto era lo que más odiaba, sentirse acalorada al estar nerviosa. Podía ser cualquiera y aparecer en un momento u otro.
Volvió a ver el reloj de pulsera. Apenas y había pasado un minuto desde la última vez que lo revisó. Sopesó la posibilidad de comprar algo para refrescarse, un sorbete, un frozen o una paleta. Pero también meditó en los posibles accidentes que existían relacionados con los derrames. No. Era demasiado arriesgado.
Aún faltaban casi diez minutos para las ocho. Llegó demasiado temprano. Pero bueno, era la costumbre estar veinte minutos antes en cualquier lugar. Pero hoy no había sido buena idea. La expectativa se estaba volviendo ansiedad que apretaba su estómago. Se vio en el enorme espejo del puesto de peluches y dulces,se asustó al ver el rojo de sus mejillas. No tenía opción, un frozen le ayudaría a bajar el calor de los nervios.
Se sentó en una de las bancas y miró el reloj una vez más. El carrusel giraba lleno de niños, jóvenes y no tan jóvenes. Se preguntó cuándo fue la última vez que subió a un carrusel y cayó en la cuenta de que jamás lo había hecho. Sonreía mirando a una niña que saludaba siempre al pasar. Su padre, que le veía detrás de la barandilla le imitaba. En la siguiente vuelta le dijo que sonriera para la foto. Entonces, una mujer se le unió. Llevaba algodón de azúcar. Saludó a su hija y luego le dio a su marido un poco de la nube azucarada en la boca. Él a su vez la imitó y compartieron un beso. "Qué bonito" pensó. Que bonito era ver el amor. Y seguramente era bonito vivirlo.
Se dedicó a observar a quienes estaban en el carrusel, girando en los corceles, otros en los carruajes hermosos y otros montados en conejos o siervos. Notó a una familia. La pareja viajaba en la parte trasera del carruaje mientras que el niño iba montado en uno de los dos hermosos corceles al frente. El niño sonreía y parecía que cada cosa que decía los hacía reír. Ellos se miraban enamorados. Ensimismados uno en el otro, haciendo a un lado el mundo que los rodeaba. A la siguiente vuelta, se besaban. Le pareció ver que era un beso tímido. Cómo si fuera el primer beso hasta que fue creciendo. Así, con cada vuelta, podía ver el verdadero sentimiento tras aquella demostración de afecto. El niño se veía feliz. Los miraba a escondidas y reía.
—¿Qué estás mirando? — preguntó una voz conocida que la trajo a la realidad.
Parpadeó un par de veces para salir de la burbuja mágica del carrusel que la tenía hipnotizada. Tardó un segundo en responder, sus labios seguían pegados. Pero al mirar al visitante, tuvo que parpadear de nuevo para serciorarme de que aquella imagen no era un espejismo.
—¿Francis?
—Hola — dijo con timidez.
—¿Qué haces aquí?
—Eh… ¿puedo sentarme?
—Sí. Sí — dijo haciéndose a un lado para hacerle espacio. Francis llevaba dos de esas salchichas empanizadas. Una con ketchup y la otra con mostaza —. ¿Esperas a alguien?
—Sí — dijo mirando al suelo con una sonrisa. Le pareció ver qué se sonrojaba pero no podía asegurarlo, había poca luz.
—Así que al final, sí tenías planes para hoy — dijo recordando la conversación de hace unos días y también para sonsacarle información.
Francis volvió a sonreír y asintió admitiendo la culpa.
—Tú también — señaló sin mirarla.
—Fue algo de último momento — explicó excusándose.
—¿Ah sí?
—Ajá.
—¿No planeabas venir?
—No estaba muy segura pero… tenías razón — dijo. Esta vez fue ella quien dejó de mirarlo y dirigió su vista al frente, hacía el carrusel. Ahora había una pareja que, no se veía precisamente de veinte años pero si muy enamorados. Pudo sentir la mirada de Francis así que se apresuró a dar una respuesta —. A veces hay que tener fé y… darle una oportunidad a las cosas.
Lo escuchó suspirar. Cómo si se hubiera quitado una pesada carga de encima.
—Me alegra que pienses así. Y me alegro que hayas venido.
—Gracias — dijo sonriéndole. Su amigo la miraba con intensidad. Cómo si hubiera algo más detrás de su mirada dulce.
—Toma — dijo entregándole una de las salchichas. La de mostaza.
—Ya sabes que no me gusta con salsa verdad — comentó sonriente a punto de tomarla. Pero al instante se detuvo y no la tomó.
—¿No quieres? — preguntó extrañado.
—No. Sí quiero. Es solo que, estoy esperando a alguien a quien por cierto ya se le hizo tarde — decía mirando el reloj y sacando la tarjeta para confirmar la hora y el lugar por si se hubiera equivocado al leer —. Y no quiero, ya sabes, migajas en los labios, mal aliento o mostaza en el vestido.
Francis desplegó una sonrisa complaciente.
—Descuida — dijo entregando de nuevo el palillo —. Perdón por venir tarde. Estás hermosa por cierto.
Lucia sujetó la banderilla con fuerza tratando de cazar todas las piezas en su cabeza.
—En realidad estoy aquí desde las siete pensando en qué hacer primero porque, después de enviarte la tarjeta ayer, me di cuenta de que no tenía un plan. Y bueno, estaba dando vueltas por ahí esperando a que se hiciera la hora pero se me pasó — explicó con una media sonrisa —. Lo siento. Perdón por hacerte esperar.
Fue ahí cuando Lucia se dio cuenta de que había estado reteniendo el aire en sus pulmones. Respiró de forma profunda y acompasada para evitar el mareo.
—Luci, ¿estás bien?
La voz de Francis se escuchaba muy lejana. Y el girar del carrusel no ayudaba. De pronto sintió su mano vacía. Quizá soltó la salchicha y manchó su hermoso vestido pero no podía decirlo. Seguía congelada.
—¿Eras tú? — logró decir con la voz rota. Francis le veía con terror en los ojos. O quizá solo era un reflejo de los suyos.
#5966 en Joven Adulto
#17571 en Otros
#5099 en Relatos cortos
san valentin, amor amistad familia, historias cortas de amor
Editado: 24.02.2021