Historias de terror

Dustdoll (III)

El grito agudo despertó a todos en el hogar de Dani, que tardó dos segundos en descubrir la procedencia del grito: de la habitación de Cristian, por supuesto. Sonrió con malicia y Dustdoll sonrió con él.

Carolina corrió desde la cocina para averiguar a qué se debía el grito. Sebas le pisaba los talones, todavía con el periódico en la mano. Se trataba de Cristian, el chico seguía gritando y llamándola a gritos. Empujó la puerta, pera esta tenía llave por dentro, así que tuvo que correr para traer la de repuesto.

Su hijo estaba en el suelo, los pies sangrantes. Corrió a su lado y le dijo palabras consoladoras.

―Había clavos en mi zapato, mamá ―dijo entre sollozos―. Dani los puso allí, igual que la cuerda.

Lo tuvieron que llevar al hospital, otra vez. Dani se regocijó con los gritos del muchacho. Que pagara, sí, que pagara todas la que le había hecho.

Su madre fue a verlo a la habitación tras regresar del hospital. Había dejado a Cristian en el sofá de abajo, jugando con el 360. Había revisado los zapados y encontró clavos de una pulgada, no tirados al azar, si no clavados desde la suela, de modo que las puntas apuntaban a los pies del que metiera el pie.

No entendía muy bien cómo Dani había hecho semejante cosa, ni de dónde había sacado la idea y el valor, pero estaba convencida de que él era el autor de esta nueva fechoría. Esta vez había ido demasiado lejos. Su hermanastro no podría caminar durante varios días.

Entró en la habitación del pequeño sin llamar, con brusquedad. El muchacho sufrió un sobresalto, y durante un instante tuvo la absurda idea de que el muñeco, sentado frente a Dani, también se asustó. Pero eso era imposible. Sin embargo, tenía la extraña convicción de que así había sido.

―¡Mamá! ―dijo Dani.

Carolina cubrió la distancia que los separaba de un par de zancadas y lo abofeteó en la cara.

―La primera vez la dejé pasar ―dijo, la rabia bullía en su interior―. Pero esta vez has ido demasiado lejos, pudiste destruir los pies de tu hermano.

―No sé de qué hablas…

―De las tachuelas en los zapatos, por supuesto.

―Te juro que yo no fui…

Lo volvió a abofetear, en la otra mejilla, que se puso granate como su gemela.

―Cerraste la puerta por dentro, como todo un criminal, pero era imposible correr también el pestillo de la ventana, ¿verdad? Podrías ir a la cárcel por esto, sabes, porque demuestras una mentalidad muy peligrosa y vengativa. Pero venganza es la que se cobrará tu padre cuando regrese del trabajo. Él también está convencido que fuiste y esta vez no pienso interceder en favor.

―Como si alguna vez lo hubieras hecho…

Lo volvió a abofetear, esta vez le alcanzó la nariz que de inmediato empezó a sangrar. Después se fue y echó llave por fuera.

*****

―Me tengo que ir ―le dijo a Dustdoll una hora después. Todavía tenía un tapón en la nariz y las mejillas le escocían.

―No es buena idea, Dani. Esta es tu casa.

―¿No viste cómo me golpeó mi madre? Si ella, que es mi madre, me hizo esto, espera a ver lo que hará su marido. Tengo.

―Eres un niño, ¿a dónde irías?

―A cualquier lado, todo sea por escapar de todos ellos. De mamá, de su esposo y del idiota de mi hermanastro. Podría ir a buscar a papá.

―¿A ese que nunca vino a verte? ¿A ese que se olvidó de ti dejándote a manos de esta horrible familia?

―Pues entonces iré a cualquier otro lado. A las calles, a un albergue, al basurero… Además, te tengo a ti, tú me ayudarás, tienes muchas habilidades.

―Pero sólo te puedo ayudar aquí. Afuera no seré más que un muñeco cualquiera.

―¡Oh, Dustdoll! ―Abrazó al muñeco con fuerza― Dijiste que no se darían cuenta.

―Un error de cálculo. Descuida, lo repararemos, pero para eso debemos permanecer aquí.

Daniel quería escapar. Salir por la ventana al balcón y de allí descolgarse con unas sábanas hasta el suelo y huir. Tenía miedo de lo que pudiera hacer su padrastro, fuera lo que fuera sabía que pasaría la noche adolorido y llorando. Pero Dustdoll no lo dejó marcharse, le dijo que, al salir de esa casa, él sería un muñeco más, ya no podría escucharle ni responderle, ya no podría ser su amigo. De modo que, pese al miedo que le tenía al padrastro, se quedó por él, por Dustdoll.

*****

Hasta que llegó la hora temida. Sebastián volvió del trabajo. Cuando subió a ver a Daniel, sus ojos echaban chispas. Desde las escaleras oyó que su madre gritaba que por favor no fuera a ser muy duro con él. El corazón de Dani se encogió en un puño y se arrepintió de no haber escapado.

Sebastián giró el pestillo de la puerta, Dani miró con los ojos dilatados del terror cómo se movía este, cómo se entreabría hasta abrirse por completo de un portazo. Dani lo miró a los ojos y sintió el miedo más profundo que pueda existir. Los ojos del hombre parecían los de un demonio.

―¡Oh, Dustdoll! ―musitó abrazando al muñeco, tratando de encogerse hasta el punto de que no lo pudieran hallar.




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