Historias de terror

Dustdoll (IV)

Dani dormía.

El dolor había remitido, pero no del todo. Dormía, más no descansaba. En sus sueños se repetía una y otra vez la escena (las escenas) en la que su padrastro lo golpeaba. Y con cada repetición, su odio acrecía.

Acrecía contra él(Sebastián), bastardo sin perdón. Acrecía contra su madre, hipócrita de mil mierdas, que lloró cuando lo golpeaban, pero que nunca interfirió. Acrecía contra su hermanastro, cuya risa oía desde abajo cuando recibía la golpiza. Acrecía contra su padre, por dejarlo en manos de unos monstruos. Incluso odiaba a Dustdoll, por decirle que se quedara. ¡Los odiaba a todos!

¡Los odiaba, los odiaba!

Al cabo de un rato los malos sueños se convirtieron en fantasías. Miraba a un monstruo, grande, fuerte, horrible, que golpeaba a Sebastián. Lo arremetía contra un rincón y lo molía a golpes. Dani no era el monstruo, pero sentía que tenía poder sobre él. A su madre la dejó inconsciente de un manotazo, cuando auxiliada con un cuchillo corría en ayuda de su esposo. Después observó con complacencia el terror de su hermanastro ante la visión del monstruo…

Después soñó con una lluvia de meteoritos que destruía su casa. Lo destruyeron todo, menos a él. Cuando hacía un recorrido vio la mano de Sebastián debajo de los escombros, los dedos se movían y una débil voz pedía ayuda, Dani la pisó con complacencia.

Con cada fantasía, su bienestar crecía. Sí, los odiaba y deseaba que todos murieran.

Desear no basta ―dijo una voz en sus sueños.

¿Dustdoll?

Si quieres algo, no puedes desearlo y espera que suceda. Tienes que buscarlo. ¡Tienes que matarlos!

Matarlos… matarlos… la palabra se repitió en su mente como un eco. La idea era muy tentadora.

Sólo soy un niño.

Te ayudaré.

Son mis padres… al menos ella es mi mamá ―por alguna razón, le parecía un razonamiento endeble. ¿Su madre?, ¿qué es una madre para empezar?

Sabes que merecen morir. No son buenas personas. ¡Tienes que matarlos!

Me atraparán y me castigarán. Me mandarán a la cárcel.

Huiremos. Yo estaré contigo. De todas formas, te ibas a escapar. Nos iremos, pero nos vengaremos.

Hubo una pequeña lucha en el interior de Dani, sus prejuicios presentaron quejas y argumentos para no hacerlo, pero tenían escaso fundamento: Son tus padres, no eres más que un niño, qué ganarás, te encerrarán de por vida, te ahorcarán, no tienes el valor… Pero el odio, el deseo de venganza, pudieron más.

Lo haré. Pero, ¿cómo?...

Despertó. Dustdoll estaba entre sus brazos, aún húmedo por las lágrimas que había derramado antes de dormirse. Había un largo y afilado cuchillo en la mesita junto a la cama.

―Vamos ―dijo Dustdoll, esta vez su voz era audible―. Primero tus padres.

Más tarde lo recordaría todo como un sueño, como algo irreal. Tomó el cuchillo con decisión y fue a la habitación de sus padres. Entró sin apenas hacer ruido. Ambos dormían profundamente. Tomó la sábana que cubría hasta el pecho de Sebastián y la corrió. Aquel movimiento despertó al hombre, que abrió los ojos con desmesura, sólo alcanzó a ver algo plateado en la oscuridad, después vino el dolor y empezó a gritar.

Tres veces hizo descender el cuchillo Dani. No fue necesaria una cuarta vez, porque su padre había dejado de gritar. Carolina se había puesto de pie, alcanzó a encender la luz y logró ver la tercera cuchillada. Empezó a gritar, aterrada, confundida, pensando que todo tenía que ser una pesadilla. ¡Su pequeño hijo no podía tener un cuchillo en la mano!

Dani clavó los ojos en la mujer y empezó a avanzar. Carolina quiso huir, pero algo la tiró al suelo. A sus pies estaba el feo muñeco de su hijo, cuyas costuras de la boca se ensancharon en una terrorífica sonrisa. La mujer gritó todavía más fuerte, hasta que las certeras puñaladas del muchacho la callaron.

Cuando Dani terminó con la mujer, estaba empapado en sangre. Tenía salpicaduras en la cara y en la ropa, la mano del cuchillo y el cuchillo mismo chorreaban sangre rojísima y sus ojos brillaban febriles. Fue a este niño-demonio lo que Cristian vio cuando se asomó a la puerta de sus padres, y al ver lo que vio, empezó a gritar. El pobre había llegado arrastrándose. De modo que sus posibilidades de huir fueron nulas. Dani completó la tarea con él.

―¿Dustdoll? ―gritó al terminar la sangrienta labor―. ¿Dustdoll?

Lo había visto a los pies de la mujer que había sido su madre, pero no estaba. ¿Dónde estaba?

―¿Dustdoll? ―llamó de nuevo― ¿Dónde estás, amigo?

Lo buscó debajo de la cama, en el ropero y en el cuarto de baño. Incluso buscó debajo de los cadáveres, pensando que quizá había quedado atrapado por alguno. Pero no lo halló allí. Sin dejar de gritar, empezó a buscarlo por toda la casa.

Así lo halló la policía diez minutos más tarde, que alertada por los vecinos había ido a ver qué ocurría. Lo que la policía vio fue a un niño de siete años cubierto de sangre, con un gran cuchillo en la mano, mientras gritaba un nombre raro. Parecía desorientado. Cuando vio a la policía sus ojos se abrieron como platos, el cuchillo cayó de su mano y se rompió el embrujo. Con horror comprendió la magnitud de lo que había hecho.




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