Y Él volvía a huir. Y volvía a huir. Pero ya no. Esa vez sería diferente.
«Tranquilo, amigo —dijo al árbol de la rama amputada—. Si nuestro dios de sol y lluvia es misericordioso, hoy mismo te proporcionaré algo de esa venganza que tu centro anhela.»
Enterró sus raíces no muy lejos de su nuevo amigo y se quedó inmóvil. Permanecer inmóvil era su especialidad, después de todo era mitad árbol y mitad… bueno, al menos sabía que era mitad árbol.
Esperó con paciencia. Tanteando con su mente todo alrededor. Los árboles tenían mucho miedo, igual que ayer, que antier, y que todos los días desde la llegada de los humanos. Le contaron a Él que ya habían perdido varios amigos y parientes, y a través de ellos vio el campamento humano. Había al menos diez tiendas de campaña, muchas armas para matar y despedazar árboles, y grandes montones donde apilaban a sus camaradas fallecidos. Él sentía la rabia rebullir dentro, pero mantuvo la calma. Él solo no podría con tantos humanos. Sólo restaba ser paciente.
Hasta que llegó su oportunidad. Durante la noche.
El humano iba solo. Avanzaba despacio, alumbrando su camino con una lámpara de mano (Él no sabía qué era una lámpara de mano, pero recuerden que yo estoy contando la historia de forma sencilla, sin adentrarnos demasiado en la mente excepcional de Él). Esa noche no iba a talar árboles, lo que llevaba en su mano era un arma para matar animales: ¡el humano iba de cacería!
Él esperó paciente. El humano se fue acercando paso a paso, despacio, con lentitud. Cuando estuvo enfrente del medio-árbol, Él dejó caer sus ramas. El humano grito. Pero su grito no duró demasiado. Él lo cogió con una rama del torso y con otra de las piernas, tiró y el humano se estiró hasta partirse en dos. Las vísceras se esparcieron como salpicaduras de agua.
Los humanos encontraron el cuerpo de su compañero a la mañana siguiente. Y sintieron miedo. Hicieron una y mil especulaciones, pero ninguna les pareció satisfactoria. Una cosa estaba clara: en el bosque había un depredador capaz de separar a su víctima en dos partes. Habría que tener mucho cuidado a partir de ese día.
Y a partir de ese día se anduvieron con mucho cuidado. Pero a partir de ese día cosas realmente cruentas y espantosas empezaron a ocurrirles a los osados o imbéciles que se apartaban del grupo principal. Tres días después del primer asesinato, otro hombre apareció muerto, colgando de sus ropas deshilachadas de las ramas de un laurel. Lo más raro era que el asesinato ocurrió durante el día. De manera que habría que andarse con pies de plomo incluso durante la jornada diurna.
Días más tarde, aparecieron muertos otros dos. Andaban juntos. En su locura quizá habían decidido salir a cazar al depredador, porque portaban armas de fuego de alto calibre. Lograron disparar, porque fueron los ruidos de los disparos los que alertaron al resto de grupo. Pero no tuvieron suerte, ya que además de su sangre y vísceras, no había rastros de sangre de alguien más. Excepto las enormes pisadas, una mezcla de púas y serpientes extendidas, que dejaba Él. Pero no parecía probable que un ser tan gigantesco existiera, de modo que al principio no relacionaron aquellas pisadas con las muertes.
A pesar de las trágicas muertes. La explotación maderera no cesó. ¿Y cómo? Si el resultado sería muy lucrativo.
Él había tenido la esperanza que tras algunas muertes los humanos se iban a marchar. Pero no fue así. Todo lo contrario, éstos estaban tan decididos como al principio con exterminar el bosque. Él estaba decepcionado. Y cansado. Matar no era fácil, aun si se trataba de aquellas criaturas despreciables. Sencillamente él no había sido hecho para matar. Y cada muerte le pesaba en el alma. Pero tenía que continuar, por él, por el bosque, y por todos los animales y árboles del mundo.
Las muertes continuaron durante un tiempo más. Cada vez más espaciadas. A veces transcurrían semanas sin que alguien muriera. Pero tarde o temprano alguien pecaba de imprudencia y sus vísceras terminaban embarradas en el suelo.
Los humanos estaban fuera de sí. Probaron atrapar al depredador con cerdos, vacas y gacelas, mientras ellos se apostaban para vigilar, pero él depredador no se asomó. Después, abusando de la osadía, mandaron una pareja de valientes y locos delante, mientras ellos los seguían a un centenar de metros, listos para abalanzarse sobre la fiera cuando atacara la carnada. Pero todos los árboles hacían de oídos y ojos de Él, y Él no atacó.
Los hombres morían. Con diferencia de muchos días, pero morían. Los árboles morían día a día. Por decenas y por cientos. Los que quedaban estaban aterrados. Más hombres llegaban para reemplazar a los caídos; pero para los árboles no había relevos. Era una guerra que estaban perdiendo. Y su único combatiente, el único que podía salvarlos, insistía en ser paciente, y las bajas que causaba eran desproporcionadamente inferiores a las que sufrían. Los demás empezaron a incordiarlo. Empezaron a decirle que debía ser más osado, que debía atacar de diferentes formas, tenía que cobrar más víctimas o irremisiblemente todos morirían.
Lo siguieron atormentado de tal manera que cada vez que Él expandía su mente lo único que oía eran reproches y mil ideas de cómo acabar con los humanos. Durante un tiempo se sintió acosado de tal modo que pensó seriamente en huir. Pero tras reflexionar sobre ello decidió que no. No iba a volver a huir. Así que era hora de actuar con más audacia.
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Editado: 26.05.2022