¿Que cuando se sentaran iban hablar? ¡Y vaya si hablaron! Carlitos preguntaba y la mujer respondía. De esa forma durante largo rato, más de lo que la abuela le permitía retrasarse sin regañarlo.
Su madre era una buena persona, fue lo más importante que extrajo de la charla, con sus virtudes y defectos, como todos, pero buena persona, al fin y al cabo. Era una adolescente cuando quedó embarazada de su padre, una adolescente algo descarriada, a decir verdad. Fumaba y bebía, a escondidas de la madre, y algunas noches ni siquiera llegaba a dormir. Poco a poco iba convirtiéndose en una vergüenza para la familia. Una de esas noches que no llegó a dormir a casa la pasó con su padre, semanas después descubrió que estaba embarazada. Pero no había estado con nadie más, de modo que no había dudas sobre la paternidad del feto.
Su padre al enterarse que sería papá se alejó de ella. Y eso a María la destrozó, porque según dijo la hermosa joven, su madre se había enamorado de él. Y ella torció aún más su camino. Bebió, fumó y hasta drogas probó. Y cuando el niño nació (Carlitos), tras solo un mes de espera, la abuela la echó de la casa; ninguna mujer como ella iba a manchar el honor de su familia. Y del bebé ni hablar, este se quedaba. Y María se fue. Su padre, por otra parte, emigró a Estados Unidos, y sintiéndose más liberado económicamente contactó con la abuela de Carlitos y prometió hacerse cargo de los gastos de éste.
―¿Y mi mamá?, ¿Qué pasó con ella? ―apremió Carlitos― ¿Dónde está?
―Tú madre ―dijo su interlocutora―, ella siguió algún tiempo más por la senda torcida. Pero pronto descubrió que esa era una vida muy dura. Tuvo que hacer trabajos despreciables para sobrevivir, indignos en muchos casos. A veces pensaba en regresar a casa de tu abuela, pero no olvidaba las palabras duras con que ésta la echó de allí. Así que permitió que el orgullo ganara la partida y se negó a regresar.
»Pero poco a poco empezó a emerger de ese mundo en el que había sucumbido. Consiguió trabajos decentes, alquiló un cuartito y pronto se encontró estudiando de nuevo. Hace dos años que se graduó y consiguió trabajo en un bufete muy respetable. Se convirtió en una dama decente y de buen corazón.
―¿Entonces por qué no ha venido a verme?
―Vergüenza ―respondió la dama de pálida belleza―. Vergüenza por todo lo que hizo, vergüenza de mirar a la cara a su madre, vergüenza de decirle a su pequeño que es su madre.
―¿Y dónde está?
―En un buen sitio.
―Esa es una respuesta imprecisa.
―Hablas muy bien para ser tan pequeño ―dijo la dama, le revolvió el pelo con franca ternura y le sonrió con una sonrisa que se extendió desde los labios hasta los ojos. Carlitos se sintió confortado―. Pero es la única respuesta que obtendrás de mí hoy.
―¿Eso significa que nos volveremos a ver? ―Se le ocurrió una estupenda idea―. Ven a casa conmigo. Habla con la abuela sobre mamá. Seguro le encantará saber que ahora es una buena mujer. Seguro que si lo explicas… ¿Qué tienes? ¿Estás llorando? ―Por las pálidas mejillas de la mujer se deslizaban húmedas y brillantes lágrimas. Ella se las limpió con un pañuelo, mientras luchaba contra los sollozos― ¿Estás bien?
―Sí. No te preocupes, mi amor, no me ocurre nada ―Carlitos sintió una especie de corriente eléctrica, como un escalofrío, ante la frase “mi amor”. De repente se sintió incómodo, muy incómodo, deseoso de irse a casa ya.
―Creo que tengo que marcharme ―dijo― ¿Vendrás a casa conmigo? ―Aunque en realidad ya no quería que fuera con él.
―No puedo ―dijo la mujer, ya algo más repuesta―, tengo que estar en otro sitio.
―Entonces yo me marcho.
―Fue un gusto conocerte, Carlitos ―se inclinó, lo abrazó, solo que esta vez el abrazo no le resultó tan grato como la primera vez, y el olor, como a flores muertas, algo dulzón, parecía más fuerte que antes. Aun así, Carlitos le devolvió el abrazó. Por último, le besó en las mejillas―. En serio me alegró mucho estar contigo, aunque sea un rato.
―Gracias ―respondió Carlitos―. Para mí también fue un gusto conocerla, ¿señora…?
―No importa mi nombre ―replicó ella, evasiva―. Prometo que vendré a verte otro día ―Carlitos sintió una ráfaga de frío ante aquella promesa―, para ese entonces ya sabrás quien soy. Por lo pronto, adiós.
Le dio la espalda y se alejó con paso elegante. De pronto sintió una enorme tristeza al verla marchar. Respiró hondo y regresó a casa con parsimonia, pensando en la pálida joven, en su madre, en lo que habían hablado y en esa promesa de que volvería para verlo.
Mientras se acercaba a casa se dio cuenta de que algo no iba bien. Había coches y camionetas aparcados frente a la casa, y un grupo numeroso de personas entraba y salía. Desde la calle, un grupo aún mayor curioseaba estirando el cuello y cuchicheando entre sí. Carlitos pensó alarmado que algo grave había ocurrido. Quizá su abuela se había enfermado, quizá un accidente, quizá un ladrón… Mejor se echó a correr, su mochila escolar golpeándole la espalda al ritmo de sus pasos.
Entró a la sala corriendo, que había sido despojada de todo el mobiliario. En el centro, macabro, con la ventanilla abierta, un féretro sobre una mesa. Y un olor flotaba en el ambiente, un olor que provocaba nauseas, un olor dulzón, un olor que evocaba reminiscencias cercanas. Carlitos sintió miedo como nunca antes.
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Editado: 26.05.2022