“Pobre hombre”, es el lamento que oye el viudo, cuando va camino al cementerio. Su esposa murió por la nueva enfermedad que ha creado el hombre.
Los sepultureros están con trajes especiales y al estar casi acabado el trabajo, uno de ellos resbala. No tenía el casco puesto, pues el sudor le impedía ver bien. La desesperación se hace colectiva y se pide que lo entierren también a él. Total, ya estaba contaminado, es como si estuviera muerto en vida.
Pasado unos meses de aquel incidente, la epidemia se volvió pandemia. Esos cuerpos, al desintegrarse y tener contacto con nutrientes del suelo y el agua de filtraje, hizo que el virus se propague por todo el país, en alimentos y bebidas. Luego el mundo, por turistas infectados, locos viajeros.
“La única opción de supervivencia, será un viaje a la luna. Solo adinerados podrán salvarse. Los boletos por las nubes y cada día suben más. Desde fuera, la Tierra será bombardeada”.
Ese mensaje fue trasmitido hace 7 meses, en enero de 2020. Hoy. Ya en julio, lo repito una y otra vez, mientras las veo despegar.
Soy adinerado, o quizá lo era antes de comprarle esos boletos a mis mellizas. El dinero ya no vale nada para mí, porque no hay riqueza más grande que salvar a tu familia.
El cielo arde. El fin del comienzo.