Salimos del bar tranquilos, no bebimos tanto, solo lo suficiente para que fluyera la conversación. Y ahora que caminábamos con dirección a tu auto, mis manos sudaban y temblaban; sabía que hablabas, pero solo asentía por cortesía. En realidad, mis pensamientos estaban en otra parte, una parte de ella, para ser precisos: sus labios. Peleaba en mi mente; sabía que debía hacerlo ahora, era la oportunidad, estábamos solos y la habíamos pasado bien, creía que me había coqueteado. No podía estar seguro; quizá la única forma de estarlo sería intentarlo. No sabía, lo peor que podía pasar es que lo rechazara. ¿Era tan malo eso?
Cuando menos lo noté, ya estábamos parados en la banqueta y era el momento de la despedida, el que tanto había temido. Nos acercaríamos para darnos un beso de despedida en la mejilla como siempre, pero era mi oportunidad de demostrarte en un beso todo lo que sentía. Seguía peleando ahí, internamente, hasta que en un arrebato, no me enteré completamente de cómo había pasado, pero pasó: se acercó a mí y me plantó un beso en los labios. Me tomó completamente desprevenido, sonrió y se subió a su auto.