El frío del invierno se hacía sentir en la decadente ciudad, las calles y callejones estaban iluminadas por las artificiales luces de neón, que no eran más que una alegoría al Sol que ya no brillaba para todos, la vida se había vuelto repulsiva y sucia. Si Roma cayó por los placeres mundanos que corrompieron a su gente, ¿qué sería de éste mundo futurista tan fracturado?, los ideales estúpidos dichos por personas que parecen profetas, son seguidos por ignorantes, y han provocado que ya ni sepan que son ni quienes son...
Las bebidas y drogas extrañas ya no eran un secreto a voces, cualquier empleado, obrero, burgués o intelectual podían usarlas, reunidos en sitios como clubes; y estos hombres, viejos, gordos, jóvenes y mujeres ahí podían saciar sus instintos de lo morboso y sus placeres mundanos. Cada día que pasaba, más era la gente que demandaba los clubes para poder sentir un poco de felicidad, y entre los famosos clubes estaba el llamado Pretty Sad.
Los empleados de la planta baja del enorme edificio, guiaban a los nuevos clientes que entraban en tal club; aquel lugar se dividía en pisos que podían ser accedidos por ascensores: El primer piso correspondía a todo lo que es bebidas y drogas; tan potentes que podían trastornar o matar al que las ingiriera. En el segundo piso es donde comenzaba lo mundano, pues ahí se armaban bailes y orgias con prostitutas, muchos eran los clientes que bajaban en tal piso, pues ya era lo bastante costoso. Cada piso era más caro que el otro, pues los placeres ofrecidos eran más fuertes.
Los gemidos dejaban de oírse a medida que se llegara al tercer piso, tan famoso como el segundo piso, pues ahí se podía encontrar fetiches de delicia: Máscaras, bondage, pies, silaba, sangre, y un sin fin de parafernalias para provocar estimulación. Los besos entre lesbianas, para las mujeres, eran obligatorios si éstas querían estar ahí.
En el cuarto piso, los placeres eran ya de otro nivel, pues sólo se oían gritos, llantos de tortura, el olor a sangre inundaba el ambiente. Había mujeres con lindos vestidos, que eran ahorcadas con sogas, y encerradas en cristales cilíndricos, a su alrededor los espectadores más pudientes podían darse el lujo de mostrar sus caras de asombro y risas, viendo cómo se retorcían aquellas muchachas. Adentrándose al interior de aquel piso, podía verse un cristal que delimitaba a una sala donde mutilaban a viejos y vagabundos; y unos cuantos metros más se colocaban a embarazadas de la calle, donde eran atadas de manos y pies hacía atrás; con látigos de tortura en las manos, los espectadores podían golpear el vientre de aquellas personas e incluso matarles si así lo deseaban, aunque el precio a pagar sería mayor.
En una zona aislada de aquella sala, se encontraban jovencitas con el cuerpo desnudo y ensangrentado. En sus plantas de los pies se hallaban incrustados 3 clavos grandes, tan grandes que atravesaban los finos y suaves pies de ellas. Hilos salían del techo y eran amarrados a las extremidades de las chicas, pareciendo así marionetas; posaban debajo de un colchón con sábanas blancas, cubiertas de alambre de espino y rodeadas de cristales rotos. No podían moverse por causa del dolor infringido por los cristales y sus músculos tensados, además si lo hacían, serían clavadas por dos largas puntas de acero, donde una estaba dirigida al pecho, y la otra ubicada muy cerca del ano. Tales jovencitas eran sus pieles como de porcelana, que sólo servían para tocar sus cuerpos con gran depravación...