Veronique era una de las chicas más lindas del lugar donde residía, que era un pueblo de aspecto decadente; los hombres de aquel poblado a cada momento le proponían matrimonio, le ofrecían joyas y demás lujos con tal de que los aceptara, siendo entonces la envidia de las otras mujeres; sin embargo, ella siempre se rehusaba a tales propuestas.
Veronique no aceptaba a ningún hombre debido a que ella ya tenía a quién amar, un amor tan prohibido y al mismo tiempo tan puro como el agua. Cuando ella se reunía con su amor, la alegría llenaba su corazón; pues la apariencia de éste amor era de ensueño: cabellos rojizos, nariz fina, ojos color ámbar, cuerpo virgen, cálida y tímida. Aquel amor se llamaba Diantha.
Ellas se conocieron cuando la madre de Veronique la presentó ante la dueña de la casa donde trabajaba, Veronique era de procedencia plebeya y Diantha todo lo contrario, y a pesar de los estatutos sociales se hicieron amigas. Con el paso del tiempo y a medida que crecían las dos chicas, empezaron a sentir algo más que amistad, los nervios y rubores delataban los sentimientos de amabas. Pasados algunos años, ambas en plena pubertad, fue cuando la amistad acabó, pues tomadas de las manos se dieron su primer beso a escondidas en el lago del pueblo en un día lluvioso; beso que sellaría el destino de aquellas jóvenes en una larga felicidad, según ellas.
Los meses pasaron, besos y caricias cobrarían factura el día del aniversario de la fundación de aquel pueblo. Llegado el día de la celebración, los adinerados y plebeyos convivían en una animosidad, que era brindada por los músicos de orquesta, los fuegos artificiales y platillos exquisitos.
—Nada puede ser más romántico que esto. Hoy te ves tan linda con ese vestido, los hombres te verán y yo estaré celosa de ello.
— Lo mismo digo de ti Diantha, tu belleza resaltará entre muchos. La plebe estará celosa cuando me vean tomar tu mano.
— Es mejor que la gente no sospeche de nosotras, toma—le entregó un antifaz color negro—con esto no sabrán quién eres, yo usaré también uno, así podremos estar juntas de forma más segura.
Ninguna de las personas del pueblo soportaba la idea de las relaciones entre el mismo sexo, la enseñanza de "hombre con mujer" era irrefutable.
Cuando las lindas chicas llegaron a la celebración, permanecieron íntimamente tomadas de las manos en cada lugar y puesto a donde iban, simulando que eran muy buenas amigas; pero sus acciones hacían que la gente, al observarlas, levantaran sospechas de amor maligno entre mujeres.
— ¡Venid Diantha, no seas tímida, el baile comenzó! —La pieza musical Danielo Acoppa estaba siendo tocada, todos los participantes comenzaron a bailar. Hombres con mujeres, niñas con niños, pero Veronique y Diantha tomadas de la cintura, una acción que provocó el disgusto de los participantes; Diantha se dio cuenta que las miraban con asco y trató de separarse, pero el amor embriagó a Veronique y sus impulsos del deseo carnal provocaron que soltase un beso en los labios de la otra chica.
— ¡Repulsivo, asqueroso! —puso el grito en el cielo un viejo decrépito, toda la gente empezó señalar y a gritar: ¡lesbianas, nauseabundas, pecadoras!, más y más sonaban aquellas frases. Un impulso tan simple y estúpido había echado de cabeza todos los años de amor secreto entre ellas.
La gente comenzó a tomarlas de los brazos para separarlas, les quitaron los antifaces y la sorpresa de la muchedumbre no se hizo esperar. La señora Babette, la madre de Diantha, vio todo aquel caos.
—¡Ayudadnos madre, diles que suelten a Veronique! —imploró la chica, pero la respuesta de la madre no fue satisfactoria. La señora hizo que soltaran a su hija y que los guardias la llevaran por la fuerza devuelta a su casona, Veronique se quedó sola con la maldad a su alrededor.
—Hagan lo que quieran con ella—fue lo último que dijo la señora Babette, quién con su dinero podía hacer y mandar a cualquiera a su gusto.
Los ciudadanos llevaron a la repulsiva lesbiana al lago donde dio su primer beso con Diantha, amarraron sus manos y pies con sogas y la arrojaron para que se ahogara. En ese momento se le vino el recuerdo cuando respiraba el dulce aroma del perfume de su amada cuando ésta se lo ponía en su cuello, pero en sus últimos momentos, cada intento de respirar le llenaba violentamente los pulmones de agua fangosa que le provocaba un enorme dolor; sintió impotencia y pánico de que la vida se le iba al igual que su amor. Escasos minutos pasaron para que muriese.
Al poco tiempo, el pecado de Veronique hizo que su madre fuera despedida y mandada a encarcelar por haber engendrado una aberración de la vida. Diantha nunca perdonó a su madre por lo que le hizo a la chica que amó.
— ¡Fue por tu propio bien, agradece que no moriste con ella! —Para la chica habría sido preferible estar muerta que vivir sometida a una mujer inmoral.
Desde aquel fatídico día, Diantha salía todas las madrugadas al lago donde murió su amor, que nunca olvidó. Siempre lloraba a la orilla del lago, recordando los momentos en que se tomaban las manos y se susurraban al oído sus amores y deseos.