Histriónicos

Capítulo 5 La advertencia

Oliver palideció, su mente quedó en blanco por algunos segundos. Por primera vez en su vida era testigo de un evento paranormal.

—¿Qué…quieres? — preguntó el niño aterrado, luego de atestiguar aquel evento terrorífico para concentrarse en el robot víbora. Los enemigos estaban por doquier y él no podía huir.

—No te acerques mucho, puede ser peligroso — aseguró el robot levantando la mano como si quisiera que el niño se acercará a él y no continuará avanzando hacia la casita.

«Te tengo más miedo a ti, los fantasmas no dañan, pero los humanos y los robots sí, mejor adentro de la casa que contigo», pensó el niño con aversión, evitando rodar los ojos. Una fragancia con aroma a plástico nuevo se apoderó de los orificios nasales del pequeño.

Adentro de la casita un foco se apagó y otro se encendió siguiendo un patrón de inestabilidad. Así estuvo por varios minutos hasta que explotó la bombilla del primero. Oliver dio un brinco, pero de inmediato recuperó la compostura para que Adam no dudara de su fachada de niño valiente.

«¿Seguro que le temes más a los fantasmas que a los robots, Oliver?» se preguntó así mismo.

En seguida, comenzó a merodear por los alrededores de la propiedad y no tardó en descubrir en uno de los dos cuartos que la componían, a una mujer junto a una niña pequeña de cinco o seis años. La mujer tenía un cabello rubio que le llegaba a la altura de los hombros; la niña lo tenía más oscuro y más largo.

—¿Katia? — reconoció el robot.

Oliver volvió la mirada al robot para descubrir que se encontraba detrás de un frondoso árbol, pero a unos pasos de él. Por alguna extraña razón, el nombre de aquella mujer también le resultó familiar, pero no lograba recordar de quien se trataba o donde lo había escuchado antes.

La mujer dentro de la casita dejó de abrazar a su hija. Se alejó de ella con una actitud fría y distante.

—No me dejes, mamá — suplicó la pequeña entre sollozos y con los ojitos hinchados de tanto llorar. A ratos se limpiaba los mocos y las lágrimas usando sus frágiles manitas. En una de ellas tenía un vendaje sucio y desgastado.

—Será por un tiempo, lo prometo. En cuanto pueda vendré por ti, mi niña y juntas los dominaremos.

Entonces, Katia miró directamente a Oliver y le sonrió de una manera que lo dejó completamente helado. Los ojos de aquella mujer no parecían los de un ser humano, tenían las pupilas muy dilatadas y en color violeta. El sexto sentido del niño le advirtió que escapara, que comenzara a correr antes de que fuera demasiado tarde.

Oliver no lo pensó dos veces, salió del campo de visión de la extraña mujer y se alejó rumbo a la calle. A continuación, emprendió la huida por todo lo largo de la vereda rodeada por hileras de arbustos secos y espinosos. Metros adelante, apareció una especie de bruma terrosa que bloqueó la salida hacia la carretera.

—¿Oliver? — llamó la voz de Katia, con una voz meliflua que al mismo tiempo se propagó por toda la calle como si fueran ecos.

—¡Oliver! — gritó Adam tras el niño. Su voz se empalmó con la del fantasma.

Oliver no respondió a ninguno de los dos, se concentró en correr con todas sus fuerzas y no descansar hasta encontrar a una persona con buenas intenciones o que pudiera ayudarle. No se detuvo a pesar de que su ritmo cardiaco comenzaba a elevarse ni cuando se le olvidó, por un momento, como respirar o mantener el ritmo de la respiración.

—¿Puedes escucharme? No debes confiar en él. Siempre te hizo daño y siempre lo hará — argumentó la voz de Katia, adquiriendo un tono más humano.

—¡No sé quién eres! — exclamó el niño, sin parar de correr — ¡Déjame tranquilo!

—¡Soy yo, Adam! Me conoces, Oliver —respondió el robot adoptando una voz de desconcierto.

En un santiamén, los ojos del niño se llenaron de lágrimas; no quería llorar, pero la situación lo estaba sobrepasando. No quería creer en fantasmas, pero uno se le había aparecido. El dolor que sentía en el corazón alcanzó un punto de quiebre entre lo que podía tolerar y lo que ya se volvió un verdadero tormento. Este dolor se expandió por todo lo largo del brazo izquierdo y procedió sin dificultad a toda la pierna, amenazando con paralizar todo su cuerpo.

—Por favor, soy yo, no te asustes — insistió Adam cuando el niño se detuvo para encararlo, aunque pronto lamentaría esa decisión.

—¡Auxilio!, ayuda, pa … ¡mamá!, ¡MAMÁ! — Oliver grito con todas sus fuerzas hasta quedarse afónico. Oliver ya no podía mantener la respiración y los temblores en su cuerpo finalmente lo tumbaron.

—No confíes en él — siguió diciendo la voz de la mujer al oído del niño. Y cuando Oliver quiso comprobar donde estaba Katia, descubrió que no había nadie con él, salvo el robot creado por su padre. Entonces, los ojos del niño se agrandaron. Aterrado se llevó las manos a las orejas, no quería escuchar más esa voz.

—¡No, déjame!, ¡tú eres el malo, tu eres el malo!, ¡Viene por mí, es un fantasma! — siguió gritando Oliver.

—No, Oliver. Te equivocas— replicó Adam manteniendo una considerable distancia, pero sin perderlo de vista. Temía que el niño desfalleciera de tantos altibajos emocionales.

—¡Si, ella me lo dijo, suéltame, quítate! — gritó Oliver en el instante en que el robot trato de levantarlo.




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