El alba los alcanzó con el resplandor de la brisa de un nuevo día. Ni cuenta se dieron del transcurso del tiempo. Sin embargo, las condiciones climáticas anticipaban fuertes lluvias para el resto de la jornada. Nubarrones acompañaban al sol que apenas se alcanzaba a ver en lo alto de la montaña con forma de sapo. Tras caminar varias horas a vuelta de rueda, llegaron al poblado conocido como Icamole, lugar donde se alzaban modestas casitas de adobe, techadas con láminas oxidadas. Algunas viviendas tenían sus propios establos, aunque sin animales. Para Oliver era extraño ver un establo con semejante pulcritud cuando en la vida real apestaban y siempre había lodo por doquier.
Más allá del poblado, se alcanzaba a ver la continuación de la carretera Icamole, rumbo a las grutas de García. Según palabras de Hari, una vez ahí, necesitarían un par de horas para llegar a las Grutas. Oliver, agotado y sediento por la caminata, observó que el cielo comenzaba a despejarse revelando al astro rey en todo su esplendor. El perfil del anfibio encima del cerro adquirió un toque de misticismo mientras se convertía en el señor del valle y verdadero dueño de la región. Siendo el único en dar la bienvenida a los extraños. Oliver se restregó los ojos después de tropezar con una piedra, así se dio cuenta de lo embelesado que estaba con el cerro. Antes de los eventos desafortunados en su casa, solía mirarlo desde su habitación siempre que las condiciones atmosféricas y la contaminación del aire lo permitieran. Desde luego que no con la misma admiración. Al menos aquí el cielo se mantiene prolijo y no como en el mundo real donde las fábricas, que rodean a la ciudad, crearon un muro de polvo y humo.
Los robots y el niño avanzaron hacia un callejón ubicado a mano izquierda en medio de la carretera. Hari explicó que ese era el mejor atajo para llegar sin contratiempos al sitio donde se encuentra el portal. Además, ésta ruta era la única que el gigante robot desconocía. En el camino encontraron otra casita austera, de una habitación, situada en lo alto de una loma y flanqueada por una anacahuita. A petición del conejo robot decidieron pernoctar en la vivienda. Una vez adentro, Adam aprovechó para indagar sobre aquel autómata que perseguía con esmero al conejo.
Hari reveló que cuando intentaba salir del mundo virtual de los Histriónicos, apareció el robot guardián, encargado de custodiar la entrada al portal, y comenzó a atacarlo. Según sus palabras, la dimensión de los histriónicos es una cárcel para los robots. También lamentó que Oliver se encontrará atrapado en una zona donde abundan los cortos circuitos; un lugar donde predomina un aura de soledad y angustia. Lo cierto es que, para Oliver, la dimensión se tornaba surreal, como la interfaz de un videojuego, pero uno muy triste y desolado. Uno en el que, hasta el momento, no había presencia humana, más que la del propio niño.
—La única manera de salir del mundo virtual de los histriónicos, es atravesando la cascada, dentro se encuentra un manantial iridiscente. La luz que emana de él, es la que genera el portal. Así podré regresar a casa, con Emma — terminó de explicar, Hari. Las orejas del conejo se doblaron noventa grados.
—¿El manantial?, ¿luz iridiscente?, ¿un portal? — dedujo Adam más para sí mismo que para los demás —Suena como un videojuego.
—Es parecido a un set, una simulación — aclaró el conejo.
—No me agradan los videojuegos — confesó Oliver con un hilo de voz.
—Pues ahora estás en uno, amiguito— se burló Hari. Entonces caminó hacia a una pequeña mesita de madera al fondo del único cuarto de la casita.
De repente, Adam se plantó frente al conejo impidiéndole el paso.
—¿Estás seguro de que el gigante robot no sabe de este camino? — preguntó el robot víbora.
—Por supuesto — contestó el orejón.
—No creo que ese robot sea un tonto. Quizás espera el momento para atacar.
Oliver se removió nervioso en su lugar.
—Si Frado planea atacarme, lo hará en la cueva donde se encuentra el manantial y no aquí— corrigió Hari.
—¿Aceptas que el gigante nos tenderá una trampa? — cuestionó Adam.
—¡Escucha! Todo conlleva un riesgo. El que no arriesga, no avanza. Además, tengo un plan. Es solo una ruta la que estamos tomando, aún falta mucho para llegar a la cueva. Como dije, Frado no se moverá del portal, por lo que el camino es seguro.
—¿Existe otra ruta? — cuestionó Adam.
—No. Bueno no estoy seguro, es la única que conozco.
Adam maldijo y Oliver se sorprendió al verlo decepcionado.
—Y, ¿Dónde está el portal?, ¿Cómo lo encontramos? — cuestionó Oliver con su vocecita frágil, recargado en la anacahuita.
—En las grutas, ¿vez hacia allá? — apuntó Hari en dirección al Cerro del Sapo.
Oliver asintió.
—Tenemos mucho que recorrer — añadió el conejo robot.
—Entonces, Emma vive aquí, digo, en la ciudad de García — se aventuró a decir el chico más tarde, cuando el conejo robot reparaba la desgastada puerta de madera.
—No, ella vive en otra ciudad, al otro lado del charco. En sí no importa a donde me lleve el portal, una vez fuera puedo desplazarme a otro continente sin ningún problema — reveló Hari. Con ayuda de sus manos de metal, lanzó una esfera de luz directo a la bombilla para iluminar el pequeño cuarto.