–¡Cómo van a hacer una cosa como esa!
Samuel tembló. Hacía años que no veía a su madre tan furiosa. La última vez fue cuando rompió de un pelotazo una pequeña escultura de cristal que su madre exhibía en la sala como recuerdo de su abuela. Aquella vez tenía ocho años.
Ahora contaba más de cuarenta. ¿Por qué tan furiosa, si esta vez no rompió nada? Al contrario, la idea que estaba llevando a cabo era extraordinaria, su madre debería sentirse orgullosa.
A su lado, Esteban se acomodó contra la silla, resopló y tiró de las mangas de su saco. Miró a Samuel de reojo.
Elena pareció dejar de gritar, así que Samuel vio su momento de intervenir para explicar la situación como el hombre que era, y dejarle una mejor imagen a su amigo, que continuaba mirándolo de reojo con una expresión entre indignada y divertida.
–Mamá es que...
–¡Aún no terminé!
–Auch, está bien, continúa.
–Se supone que tengo un hijo inteligente, que ha estudiado y conoce gente y situaciones, que no es un tarado que está encerrado todo el día en su casa. Se supone que tengo un abogado que creo yo que ha estudiado y no es un estafador que compró su título. –miró a Esteban, que la miró con el ceño fruncido y levantó el dedo para decir algo–¡No me discutas, Esteban! Así que, sabiendo todo esto sobre ustedes, ¡¿cómo me explican la semejante estupidez que han hecho?!
–Señora Plá, yo puedo...
–¡Te dije que no quiero que me discutas!
Bruscamente sacó una silla y se dejó caer junto a la mesa, suspirando. Con el repasador se secó las gotas de sudor que brotaban de su frente.
Siguieron unos minutos de silencio sólo interrumpido por una mosca que volaba, a la que Elena se encargó de matar con la palma de la mano en un golpe seco contra la mesa. Esteban miró a Samuel, asustado.
–Yo no quería esto. –dijo, más calmada–Decidieron por mí, como hacen siempre.
–Queríamos que fuera una sorpresa.
–¡Por Dios, Samuel! –exclamó dando otro golpe con la palma sobre la mesa– Una sorpresa es una fiesta de cumpleaños, ¡no la publicación de un libro que sólo me ha traído dolores de cabeza! Además, ¿para qué? Si ya estaba publicado por el Ministerio, ya está en las escuelas, ¿por qué ahora venderlo? Hijo si lo que quieres es vivir a mi costa, me lo hubieras dicho claro. Te daba la parte de tu herencia, y gastabas el dinero como te pareciera. ¡Pero no hacerme esto!
–Mamá, nadie quiere vivir a tu costa. Nos pareció buena idea publicarlo con una editorial seria. Mira, pedimos un crédito y le pagamos al Ministerio por los derechos...No fue difícil, todos saben que el gobierno necesita dinero como sea y no pusieron ni un pero.
–¡Encima pidieron un crédito! No pensé que los jóvenes estuvieran tan tontos hoy en día.
–¡Pero el crédito se pagará enseguida, mamá! ¡Tu libro será un éxito! Nosotros lo propusimos a la editorial y si vieras la cara que pusieron cuando comenzaron a hojearlo y supieron que era el libro que acababa de editar el Ministerio. Dijeron que será un récord de ventas.
Elena negó con la cabeza, mirando hacia la cocina donde burbujeaba una olla con fideos. Aún no quería mirar al rostro de su hijo y mucho menos a su amigo. Sin embargo, hizo un esfuerzo y se giró hacia ellos, con las manos apoyadas en la mesa. Ambos hombres tenían el rostro pálido pero con una sonrisa que intentaba ser convincente y optimista.
–A ver Samuel, que te conozco como si te hubiera parido. Dime la verdad, esto no es una sorpresa ni un regalito para mí. Esto tiene otro motivo, y me lo vas a decir.
–Pero mamá, que te digo la verdad...
–Júralo por la memoria de tu padre.
–Mamá, tú no eres así...
–Y tú tampoco, o al menos eso pensaba yo. Habla.
Samuel suspiró, se pasó la mano por el pelo y miró a Esteban, que asintió. Luego miró a su madre.
–Lo hicimos por venganza. Venganza al tipo ese que te demandó.
–¡Pero hijo si a la larga ese hombre un poco de razón tiene, yo plagié su libro! Me cae mal y reconozco que no es una buena persona y que debí decir todo cuando nos reunimos con sus abogados pero es verdad, el libro no es mío. Lo escribí, sí, pero no se me ocurrió a mí. Sí, debí decir toda la verdad enseguida, no debí hacerles caso a ustedes. Pero en ese momento pensé que eran capaces, no lo que ahora me doy cuenta que son. Si hablaba, esto ya estaría terminado. ¡Y no agrandado como lo agrandaron ustedes! Además, él estaba a punto de retirar la demanda, ¡pero con esto nos meterá diez más!
–¿Iba a retirarla? ¿Cómo sabes eso?
–Me escribió una carta cuando estuve internada.
–Quiere decir que continúa molestándote. Esteban, ¿no podríamos ponerle una demanda por eso también? ¿Acoso o algo así?
–¡Basta con eso, Samuel! Además, esa carta no me molestó, al contrario, me dio esperanza de que todo este asunto fuera olvidado y yo poder seguir con mi vida.
–Está bien señora, retiraremos el libro.
–¿Qué? –gritó Samuel mirando a su amigo–No podemos hacer eso ahora, ¿cómo pagaremos el crédito? No, el libro se publicará, se venderá, y ese viejo se morirá envenenado con su propia bilis.