Elena Plá le dio la mano y él la tomó. Caminaron por un sendero, ella comía un helado y se reía de algo. Él también se reía.
Se dio cuenta de que estaba soñando. Seguramente estaba bajo los efectos de la anestesia, en ese momento lo estarían abriendo unos cirujanos torpes, metiendo sus manos enguantadas y revolviendo sus vísceras mientras hablaban del partido de futbol de ayer.
Y mientras tanto él soñando con Elena Plá. Siempre que soñó con mujeres, ellas eran modelos o actrices hermosas que conocía. A veces soñaba con su madre.
Pero nunca, ni remotamente, pensó que alguna vez soñaría con Elena Plá y su helado derritiéndose y manchando su falda, Elena Plá en su fotografía de boda, Elena Plá escribiendo, Elena Plá con su rodete de maestra, Elena Plá cepillando su cabello, Elena Plá con un tipo que podría ser el tal Francisco, en fin, Elena Plá, Elena Plá, y Elena Plá. Cómo podía estar tan desesperado como para soñar con ella, y sin embargo lo estaba, estaba desesperado y con miedo de que todo saliera mal. Y ahí estaba, otra vez, Elena Plá dándole la mano y llevándolo a caminar a la orilla del mar.
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Su lumbago la mataría. Desde hacía años que era una constante en su vida, pero llevaban un tiempo sin verse las caras. Supuso que el viaje a la capital fue el detonante.
–Pero mamá, ¿no has hecho nada raro como levantar peso, limpiar, o algo así?
Su hija acomodó una almohada detrás de su espalda dolorida.
–No, para nada. –se sorprendió con su capacidad para mentirle, pero Cristina no estaba de humor como para saber que su madre había viajado sola a la capital a ver a Rafael Sánchez.
Se tomó la espalda al recordarlo y miró la hora. Lo más probable era que continuara en el quirófano. Quiso decir algún rezo por él, pero el sonido del timbre la sobresaltó.
–Yo iré, no te muevas de la cama. –la instruyó su hija. Enseguida volvió, con rostro desconcertado.
–¿Hija?
–Hay un hombre...Dice que se llama Francisco.
El dolor en su espalda se agudizó. ¿Qué hacía ese hombre en la puerta de su casa?
–Dile que no puedo atenderlo, que venga...otro día. O nunca.
Su hija la miró aún más desconcertada, pero se fue.
Oyó las disculpas y la puerta cerrándose. Cristina reapareció, esta vez, en su cara brillaba la picardía.
–Mamá, ¿quién es ese? ¡Cuéntamelo todo!
–Oh, Cristina...–se destapó las piernas, lista para salir de la cama.
–No, no te muevas de ahí. Estás presa en tu cama, no puedes escapar. –Cristina se sentó junto a ella–Vamos, ¿quién es ese señor tan guapo?
–¿Te gusta? Te lo dejo para ti.
–Mamá, es muy mayor, no me interesa. Anda, vamos, dime quién es...
Cristina podía fruncir su rostro como cuando era una niña caprichosa que lograba todo lo que quería. En ese aspecto no había cambiado, tampoco había cambiado que Elena no pudiera negarle nada.
–Ay, está bien. ¿Te acuerdas de la fiesta de Olga? Culpo a esa fiesta de mi lumbago.
–Sí, me cuerdo que me contaste que no fue muy buena.
–Lo conocí allí.
–¡Entonces la fiesta estuvo genial!
–Ay Cristina, ese hombre no es mi novio, ni nada parecido. Quería irme de esa fiesta, él también, así que me trajo con su coche. Eso es todo.
–¿Te trajo aquí?
–Sí.
–¿A tu casa?
–Sí, "aquí" y "mi casa" son exactamente el mismo lugar.
–¿Y te acostaste con él?
–¡Cristina, por favor!
Su hija soltó una carcajada, y ella le arrojó un almohadón, lo que hizo que riera aún más fuerte y cayera sobre la cama.
–¿Cómo puedes decirme una cosa así, o peor, suponerla?
–Mamá, estás viuda hace años, no tienes compromisos con nadie, estás bien si no hablamos del lumbago, y eres muy bella. ¿Cuál es el escándalo?
–No soy una adolescente irresponsable. Como fuiste tú.
–Mamá, no empieces con tus sermones...
–No, no empezaré porque no me sirvieron para nada cuando eras una jovencita y andabas con todos los muchachos que se te cruzaban. Yo no soy así, no lo fui, y no lo seré ahora que soy una vieja. El hombre sólo me trajo hasta aquí, ni siquiera se bajó de su auto. No me interesa y no sé qué vino a hacer hoy.
–No le pregunté, pero dijo que te mejores.
–Como si eso fuera tan fácil...–quiso bajar de la cama, pero un tirón en su espalda la detuvo–Ayyy...
–Te dije que estás presa. Quédate ahí. Mamá, ¿en serio no le darás una oportunidad a Francisco?
–¿Oportunidad?
–Si vino hasta aquí es porque algo quiere. No lo conoces, sólo lo viste por un par de horas y en una fiesta a oscuras. Dale una chance, por favor...
–No.