—¡Mamá! Mamá, ¿estás bien?
—¿Pero qué…? ¿...carajo…?
Intentó incorporarse, pero los cables de sus brazos y de su pecho la mantuvieron quieta.
—Mamá no te muevas —dijo Cristina, luciendo preocupada.
De todos modos se movió, aunque sólo podía hacerlo con la cabeza. Miró a todas partes, tratando de entender, y sólo vio una habitación de hospital, con paredes blancas y luces del mismo color, sin ventanas y sin nada de vida, salvo por sus hijos, ella y un par de monitores con líneas y números que se movían.
Sintió pánico.
Nada de lo que vivió, había ocurrido.
Fue todo un sueño, un maldito sueño de anciana hospitalizada por vaya a saberse qué razón.
Rompió a llorar.
No había existido la playa, ni Rafael, ni el velero, ni nada.
Samuel se abalanzó sobre ella, completamente angustiado, y un médico entró, pidiendo que se alejaran y dejaran de molestar, todo en un mal modo que hizo que Elena se sintiera peor.
Sin embargo, sus hijos apenas retrocedieron dos pasos, y se quedaron con las manos unidas, mirándola como quienes ya están pensando en el funeral de la persona más querida.
El médico se acercó a Elena, controló un monitor y luego la miró. Ella aun derramaba algunas lágrimas angustiadas, podía sentir su labio inferior temblando mientras trataba de contenerse ante la presencia del médico. Pero él hacía que todo fuera más real, porque evidentemente, estaba internada, estaba enferma de algo que desconocía.
—Parece bien.
Elena parpadeó, lo miró con atención. El hombre lucía indiferente a todo, pero también muy seguro.
—¿De verdad la encuentra bien, doctor? —dijo Cristina.
—Sí, solo fue lo que llamamos comúnmente, un preinfarto.
Del bolsillo superior de su bata blanca, sacó un bolígrafo que resultó ser una linterna. Inspeccionó los ojos de Elena y murmuró algo ininteligible.
—Todo se ve perfecto, aunque llama la atención de que no haya sentido dolores —miró a Elena arqueando las cejas y ella comprendió que esperaba una respuesta de algún tipo.
—Eh..no, no sentí dolor. ¿Qué pasó?
—Sin embargo, abuela, —dijo ignorando su pregunta—deberá cuidarse en las comidas.
Elena pensó que eso ya lo hacía. Llevaba años cuidándose en las comidas y al parecer, no había servido de nada.
Luego, el médico, aun con su mal carácter y poca disposición, le dio a Elena la pista que estaba necesitando.
—Y sobre todo, nada de amoríos en la playa.
Se alejó riendo un poco, no con ternura sino con...¿sorna? A Elena le pareció eso, que el médico se estaba burlando de ella.
Entonces, ¿había sido cierto? ¿O sólo estuvo delirando y el médico se reía de eso, de sus alucinaciones mientras le conectaban esos cablecitos y tubos?
Miró a sus hijos, que ahora, sabiendo que el peligro se había disipado, no parecían dispuestos a perdonarla como se hace con una persona moribunda.
Se veían enojados. O más bien, furiosos.
Se alegró mucho.
Ese enojo quería decir que ella había hecho lo que pensaba que hizo, y por lo tanto, todo lo que recordaba era real y no producto de un estado mental débil.
—Mamá, necesitamos que nos digas la verdad —Samuel se sentó en el borde de la cama. Tenía un aire de juez que Elena odiaba, y que cuando él era un niño ella le había borrado de la cara a base de reprimendas. Ahora ya no era un niño, y ella no estaba en condiciones de reprenderlo, porque estaba en una cama de hospital, luego de...haberse escapado por ahí. Con un hombre.
Suspiró, trató de incorporarse otra vez, pero Cristina la empujó suavemente, con una sonrisa falsa.
—Mamá, necesitas descansar. Dinos qué pasó.
—No lo sé. Me gustaría que ustedes me lo dijeran, porque anoche me acosté a dormir y ahora estoy aquí.
Vio que Samuel apretaba los párpados con furia cuando escuchó “anoche me acosté a dormir.” La miró, tomando aire, tratando de calmarse.
—Bueno mamá, parece que anoche no sólo te fuiste a dormir. Te acostaste con un hombre.
Sonrió, trató de evitarlo pero no pudo hacerlo. Una sensación burbujeante apareció en su pecho, que la hizo sonreír más. Recordaba muy bien la noche y el día anterior.
Su hijo pareció enojarse más.
—¡Mamá! ¡Con ese tipo! Nos mentiste, dijiste que estarías con tu amiga.
—Ustedes me hicieron eso muchas veces.
—¡Éramos adolescentes! Tú eres una mujer mayor, ¡por Dios, mira cómo terminaste!
Cristina extendió una mano para tocar a su hermano, pero él se apartó, poniéndose de pie.
—Te fuiste con ese hombre. Tienes una relación con él, y nos ocultaste todo. ¡Y sabes que lo odiamos!
—Y no sé por qué. Es un buen hombre.