Hola extraño: me gustas.

23

Fijé la vista en la vista en el ventanal del fondo e intenté disimular el gesto de aburrimiento. La luz entraba a través de las cortinas se reflejaba en el suelo. Jerry hablaba y hablaba y yo comenzaba a tener jaqueca. Aparté los ojos de la ventana y, por enésima vez, recorrí aquel lugar con la mirada. El consultorio de Jerry se parecía a él; era un lugar cálido, agradable, lleno de colores pasteles que de forma misteriosa te hacían sentir cómoda, tal vez para empujarte con delicadeza a contarle tus secretos más oscuros mientras él te hablaba con esa voz apagada y monótona que también se parecía a él.

Mi terapeuta era un tipo joven, mucho más de que te imaginabas cuando te hablan de quien se sentará toda una hora a escucharte quejarte, y sonreía casi todo el tiempo. Las veces que no estaba sonriendo, Jerry tenía un gesto entre la comprensión y la ternura que a mí, particularmente, me hacía perder la paciencia.

—¿Me escuchaste? —cuestionó apoyando la cabeza sobre su puño.

—Sí, si...

Jerry cambió de postura mientras murmuraba un "humm". Llevaba bastante tiempo yendo allí todas las semanas como para que el hombre no supiera cuando le mentía. Cambié de posición junto con él, cruzando las piernas sobre su sofá blanco.

—Cuéntame cómo va el trabajo —cambió de tema.

Yo ya sabía cómo funcionaban las cosas con Jerry; comenzaba las sesiones hablándome de cualquier banalidad para que me relajara lo suficiente y cuando creía haberlo logrado hacía una pregunta, partiendo de lo que, para él, era puerto seguro, algo inocente que fuera llevándome con delicadeza hacia las cosas que realmente quería saber.

Se esforzaba demasiado en que las sesiones de terapia parecieran reuniones de amigos, vestía jeans y camisetas flojas y nunca, nunca tomaba notas. Sabía que en realidad grababa las sesiones en grabaciones de audio con discretos micrófonos que se encontraban debajo de la mesa del café.

—Bien —repliqué.

—¿Qué tan bien? —insistió. Todavía no lograba identificar cuando el interés de Jerry era fingido o no. Pero comenzaba a sospechar que realmente se entretenía con el desastre que era mi vida.

—Lo normal, nunca va mucha gente, así que tengo tiempo libre y sin Ivy ahí... Ya sabes, lo normal.

Jerry volvió a emitir ese "humm" que hacía cuando no me creía, pero yo no estaba mintiéndole esta vez.

—Sé más específica.

—No puedo ser más específica, Jerry, no pasó mucho. Creo que vendí un ramo de petunias el lunes... No, fue el martes. El hombre era raro, pero me dio propina.

—¿Y cómo te sentiste con eso?

No pude evitar entornar los ojos, no me importaba si Jerry lo notaba. No podía creer que aún no notara lo mucho que detestaba esa pregunta. ¿Cuántas veces debían repetirla antes de poder graduarse de la escuela de psicología?

—¿Importa? —repliqué.

—Todo lo que te pase me importa, claro que me interesa saber cómo te sientes.

—¿Porque te pagan?

Independientemente de cuantas veces Jerry podía hacerme enojar en una sesión de una hora, en realidad me agradaba y con el paso del tiempo había comenzado a sentirme cómoda con él, así que a veces le tomaba un poco el pelo.

—Bueno, sí, ese es un plus —sonrió un poco más— ¿Sigues usando tu diario?

—No le llames diario, por favor, es vergonzoso. Tengo veinte —interrumpí— Y no, no he escrito nada ahí por semanas.

—¿Por qué no?

—Porque no me ha pasado nada que merezca la pena contar —señalé, frustrada.

Me molestó que lo hubiera arruinado cuando comenzaba a sentirme más cómoda.

—¿Eso crees?

—Estoy segura.

Jerry inspiró con disimulo, así era como yo notaba que lo estaba desesperando un poco, pero como el profesional que era y como la persona paciente que pretendía ser volvió a cambiar de tema. Si yo fuera más sensible, terminaría todas estas sesiones mareada.

—¿Y qué me dices de tus clases?

Sí, bueno, un par de semanas atrás habían comenzado clases de pintura en el centro comunitario, no estaban tan mal  y él creía que me obligaban a "socializar". Jerry parecía muy emocionado por eso en nuestras últimas sesiones, como si clases de pinturas no fuera más que un grupo de raros sin vida social dejándose guiar por otro perdedor que ni siquiera recibía un pago por lo que estaba haciendo.

—Las clases van bien.

—¿Te gustan? —insistió, intentando obtener más información.

—Me entretienen.

—¿Has hecho algún amigo?

Respiré profundo, fingiendo pensar. Obviamente no había hecho contacto con nadie; en un salón lleno de raros yo era la más rara de todos y todavía no había abierto la boca la primera vez para algo que no fuera presentarme ante el grupo.



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En el texto hay: obsesion, diario, psicologo

Editado: 18.04.2022

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