Hola, hijo de Poseidón

Parte 3 - Arriesgar -

Atenea se despertó el día después con la extrema curiosidad de saber si alguien del fondo del mar le había contestado a su carta, así decidió vestirse y dirigirse a la playa. El cielo era de un hermoso azul y no había ni una nube, tanto que el sol llegaba a quemar, aunque era pleno invierno.

La joven, al llegar al final del camino que conducía a la arena, se quitó los zapatos y los 

calcetines; desde pequeña adoraba andar descalza por la arena y disfrutar de ese suelo suave y húmedo, cuando llegó la playa estaba desierta, ningún humano ni animal paseaba en ella, el único sonido que se podía oír era el de las olas que, aquella mañana, estaban bastante tranquilas.

Atenea dejó las zapatillas en la orilla, se quitó los pantalones y se acercó al agua, su temperatura no era extremadamente fría, al contrario, era casi tibia, la joven dio varios pasos, dejando que el agua llegase hasta los muslos.

Estuvo unos minutos, esforzando la vista hasta el horizonte, buscando aquel alguien que le había salvado la vida, nadie apareció.

Volvió hacia sus cosas y entonces el móvil sonó: era David.

-Atenea, ¿te has vuelto a dormir? Esto no es posi… - la joven no le dejó acabar.

-No, no me dormí - empezó, observando profundamente las olas moverse. -Lo dejo, buscar a otra gilipollas para la mierda de puesto, a ver si encuentra alguien que te aguante - y sin esperar respuesta, colgó.

Atenea, por la primera vez, había decidido, con un poco de egoísmo, pensar en ella y lo que deseaba realmente, y ese puesto absurdo, era lo último que quería.

Se sentó en la arena aún húmeda, a su alrededor se encontraban varias conchas, algunas de un tamaño pequeño, pero otras, tan grandes que nunca había visto; el sol reflejaba sus colores y a momentos parecía tener diamantes en la playa. Recogió una y la guardó en los bolsillos de sus pantalones. Fue entonces que tuvo una brillante y peligrosa idea. 

Se quitó la camiseta, quedándose solo con su sujetador rojo favorito; respiró hondo y se lanzó entre las olas, empezó a nadar, después de unos minutos paró y las puntas de los pies, aún, podían tocar el fondo del mar, así que, cogiendo aire, volvió a nadar, hasta que, buceando, vio el fondo del mar, mucho más profundo, fue entonces que se quedó en apnea un minuto, notaba como ya necesitaba oxígeno, pero aguantó y cerró los ojos; manteniendo la concentración y pensando en que alguien le habría salvado la vida, otra vez; estaba empezando a notar como el agua le estaba ahogando, cuando, algo, tocó sus piernas, al tacto parecía rugoso, con escamas, como un pez, pero mucho más grande. Atenea tenía que aguantar con los ojos cerrados, pero moría de las ganas de ver que estaba pasando; en unos segundos sus brazos fueron cogidos por unas manos, la joven notaba las diez yemas de los dedos; fue entonces que no aguantó y abrió ligeramente los ojos: una preciosa cola aguamarina estaba al lado de sus piernas, volvió a cerrarlos, quería sonreír, pero no podía, necesitaba llegar a la orilla y ver quien poseía aquella preciosa cola; entonces notaba como rápidamente volvía a la superficie del agua y con una rapidez, que solo un pez podía tener, llegaron a la orilla en pocos segundos. 

Atenea fue apoyada suavemente en la arena y abrió los ojos, delante de ella se le apareció la mejor obra de arte que jamás había visto: el pelo negro, bastante corto, pero una parte le caía por el lado y le cubría el ojo izquierdo; sus ojos tenían una inmensa profundidad, miró hacia abajo y sí, era un tritón estupendo.

Χαῖρε- afirmó Atenea, sonriendo.

El maravilloso joven, viendo que la humana le había visto,  se asustó y en un momento desapareció entre las olas sin decir nada. 

Atenea estaba sin palabras, sentía que su vida acababa de cambiar para siempre. 

 

Después de unos cuantos minutos, donde la joven no sabía como reaccionar, tuvo la necesidad de ir hacia la biblioteca y hablar con Jaime.

-Hola cariño, ¿qué tal?

-Me ha salvado la vida, lo vi, un tritón precioso, guapo, no, guapo, no, es lo mejor que vi en toda mi vida- afirmó sin tomar una pausa entre una palabra y otra.

-¿Cómo? Tranquilízate y cuéntame.

Atenea suspiró: - vi el tritón.

-¿Cómo lo viste?

-Sí, tuve una idea, fingí ahogarme, y cuando me llevó a la orilla, ahí abrí los ojos y lo vi: nunca vi algo tan maravilloso. Necesito tu embarcación, tengo que volver y verle.

-Espera, pero, él se dio cuenta de que… 

-Sí, le saludé en griego, pero no me contestó, se fue corriendo, bueno, nadando - afirmó Atenea sin dejar que Jaime acabara su frase.

-¿Por qué lo hiciste?

-Porque necesitaba verlo, era algo que iba más allá de todo.

-No fue una buena idea.

-Quería agradecerle, verle, saber quién me había salvado la vida, me encantaría poder hablar con él, conocerle.

-Atenea, él no vive como nosotros.

-Justo por eso, necesito saber más.

-Si ellos hacen todo a escondidas es porque no quieren que se sepa de su existencia, podría ponerle en peligro.

La joven, entonces, se dio cuenta de que había cometido, nuevamente, otro error.

-Solo quería…

-Sí, lo sé, pero no funciona así, cariño. - suspiró Jaime.

-Entonces, aparte de haber hecho un lío, ¿no lo volveré a ver?

-Lo siento.

-No pasa nada, no son humanos, tienes razón. - afirmó tristemente la joven abriendo la puerta y dejándose Jaime atrás.

Estaba a pocos metros de su casa cuando decidió volver a la playa, sacó la preciosa concha de su bolsillo, que había guardado aquella mañana y con un rotulador escribió: “Perdón ♡ “ y la tiró al agua, con la esperanza que su tritón la recogiese y aceptase sus excusas.

“Ojalá volverte a ver y poder escuchar tu voz”, pensó, mientras dejaba el mar a su espalda.








¹Χαῖρε: hola



#11416 en Novela romántica
#6410 en Otros
#1896 en Relatos cortos

En el texto hay: mitologia, drama, amor

Editado: 09.04.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.