Hombres de luna azul

Capítulo 1

Odiaba la mirada que me devolvía el espejo a esa hora de la madrugada. Volví a lavar mi rostro, refrescando mis mejillas alejando por unos segundos el calor que se había concentrado allí por mi sueño.

O pesadilla.

Sabía que estaba mal que desde hacía poco menos de dos años las pesadillas fueran recurrentes. Necesitaba ayuda, pero ¿cómo conseguirla si sabía que me tratarían de loca? Un encuentro con un lobo, en mis condiciones, no era algo normal. Era algo imposible, de hecho.

Suspiré, escuchando, por tercera vez seguida, mi teléfono en mi mesa de noche. Sabía que era Alice, mi mejor amiga. Ella no solía ser insistente, así que suponía que tenía algo que contarme con urgencia. Con un segundo suspiro caminé hasta mi teléfono, sacando la camisa de algodón de mi cuerpo y tirándola a la cama frente a mí. Estaba sudada, mi ropa se sentía húmeda en mi cuerpo y, si el calentador del agua no se hubiera dañado, me hubiera dado una ducha. El agua del pueblo a aquella hora salía congelada y el ambiente de por sí no era cálido, a ninguna hora del día, por lo que me tocaba conformarme con cambiar mi pijama por uno limpio hasta que saliera el sol de nuevo.

Contesté la llamada antes de que se volviera a perder. Alice no habló en seguida, casi como si esperara que la llamada no se hubiera contestado.

—¿Alice? —Fui yo quien hablé primero, deseosa de saber qué era lo que ella tenía por decirme.

—Abril ¿Te desperté? —preguntó.

—No, ya me encontraba despierta —contesté a su pregunta, sabiendo que ella era conocedora de mis recurrentes pesadillas. Aunque no sabía la razón y mucho menos sabía que ellas estabas presentes cada noche desde hacía dos años.

Para Alice, mis pesadillas habían comenzado hacía solo unas semanas, quizá tres meses. Nada comparado a la realidad.

—Oh, bueno. De igual manera lamento llamarte a esta hora, pero temo que no podré llamarte más tarde. Mamá tiene planeado ir al centro comercial y necesitaba pedirte un favor.

Cerré los ojos, soltando pausadamente una respiración. Era viernes, lo que quería decir que el favor de Alice solo significaba una cosa: fiesta.

No era muy amante a ellas. Por lo general no bailaba con alguien y solo me quedaba hasta que Alice se encontraba lo suficientemente borracha para sostenerse por sí sola y tenía que llevarla a casa. En pocas palabras: era su niñera en las fiestas.

Ella y yo éramos completamente como el agua y el aceite. Alice era glamurosa, yo solo me conformaba con verme presentable cada día; ella gustaba de las fiestas, yo me conformaba con quedarme en casa o ir a tomar un café; los chicos iban detrás de Alice a dónde ella fuera, yo solo obtenía la atención de los chicos que fueron rechazados por ella y se fijaban en la chica que siempre mantenía su cabeza gacha.

—Alice…, no quiero una fiesta en este momento —dije, sabiendo que para ella eso no sería un impedimento.

Alice era mi mejor amiga, sí, pero en muchas ocasiones sentía que aquella amistad no era por placer o por cariño, sino por obligación. Sin ella estaría completamente sola la mayor parte del tiempo; mi mejor amigo, Aarón, se había mudado a otra ciudad lejos de la mía. Seguíamos en contacto, pero eran realmente pocas las veces que lo veía en el año. Supongo que era una fortuna que mi hermana estuviera en una relación con su hermano hacía más de cinco años. Y por otro lado estaba Ámber, la chica que más me odiaba en ese momento, pero que anteriormente había sido una de nuestras amigas. Terminó nuestra amistad de manera precipitada justo en el año que Aarón se fue, sin aparente razón.

—Abril, por favor —pidió, casi implorando.

—¿Qué sucedió?

Luego de mi pregunta ella comenzó a relatarme lo que había sucedido esa tarde. La foto que le llegó de Ámber besándose con Ian, el chico con que charlaba en ese momento, la conversación que tuvo con este en donde solo le salía con excusas y la manera en la que ella quería ver por sí misma lo que sucedía entre nuestra examiga y Ian. Mientras la escuchaba iba cambiando mi pijama y me acomodaba en mi cama, de nuevo.

Escucharla me relajó un poco de aquella pesadilla. Sabía que tenía que volver a dormir, pero mientras escuchaba a Alice por el teléfono me olvidé por un tiempo del frío terror palpitante que siempre me acompañaba luego de despertar.

Terminé aceptando acompañarla a la fiesta, con la condición de que no nos quedaríamos mucho ahí, solo lo necesario para que ella obtuviera lo que quería.

Temía volver a dormir, pero el cansancio era algo que no podía ignorar por mucho tiempo más.

Me volví a dormir luego de un pequeño momento de paranoia, luego de escuchar como algo se rompía fuera de mi casa. Sabía que no era nada, solo mi mente jugando conmigo.

Me sentía sola allí, y los días en los que mis padres no estaban se me hacía más difícil descansar. Ellos eran, para mí, una clase de protección, pero viajaban constantemente, por periodos largos gracias a sus trabajos. Era algo que envidiaba de Alice, el siempre compartir con su madre y tenerla en todo momento para ella. Para mí fue duro cuando mi hermana se fue a la universidad y comencé a quedarme sola en casa.




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