—¿Qué es lo que has hecho? — cuestioné en cuanto estuve junto a Alice. Subí de buen humor al auto, la noche anterior, cinco horas después de que Alan se hubiera ido, mi hermana había llamado y habíamos hablado un buen rato de su visita en unos cuantos meses, en sus vacaciones.
Y a eso se le debía sumar el hecho de que dormí algunas horas de más.
Al parecer, la presencia de Alan se volvía una clase de protección contra las pesadillas muy crudas. Era un poco ilógico, pero debería agradecerle por eso.
La noche anterior, un rato después de colgué con mi hermana, me llegó un mensaje suyo, deseándome una buena noche. Fue un bonito gesto que respondí un poco seca. Sabía, por experiencia, que el tema con Alan podría durar horas, y en ese momento lo único que había querido era dormir un poco más, algo que no se me fue negado.
—Justicia —respondió mi amiga con simpleza, encogiéndose de hombros como si no quisiera dar más detalles.
La miré enarcando una ceja, cuestionándola.
—Alice…
—Me peleé con Ámber en química…
—¿Qué? ¿Por qué?
—Me insultó, y luego intentó meterse con mi familia, incluyéndote, y no se lo iba a permitir.
—Es una bruja —mascullé, acomodándome mejor en el asiento, cruzando mis brazos para bloquear un poco el frío. Esa mañana, de nuevo, había olvidado ponerme un suéter o algún abrigo.
—Es mucho más que eso —la miré, interrogante —, es una puta —dijo sin rodeos, apretando el volante del auto con fuerza —. Bitch and witch, hasta las palabras se parecen.
—Alice… —la reprendí por lo bajo.
—Sabes que es cierto. En todo caso, por lo menos no la verás por tres días en el instituto… nos suspendieron, por tres días.
Fruncí el ceño, mirándola con curiosidad.
—¿Entonces qué haces aquí?
—Vine por ti —hizo una pausa antes de seguir hablando con un tono de voz casi arrepentido —, ayer te dejé botada. Se me olvidó por completo avisarte. Estoy verdaderamente agradecida con Alan por llevarte a tu casa.
—Sí, fue un gran detalle —susurré, con poco conmocionada. Pensaba que ella le había dicho algo relacionado conmigo y mi transporte —… pensaba que le habías pedido llevarme.
—No. Quizá fue Trevor o solo quiso hacerlo. Creo que el chico quiere ser tu amigo, y me cae bien, así que tiene mi visto bueno para entrar a tu vida, por si te interesa.
La esquina de mi boca amenazó con levantarse en una sonrisa, pero no lo hice, solo le contesté a lo último que había dicho: —No me interesa —me sinceré —, pero siempre es bueno saber quién tiene tu aprobación para acercarse a mí.
—Lo es, créelo.
—¿Y cómo va todo con Trevor? —pregunté, desviando el tema. Supe que había tomado un tema sensible cuando sus mejillas se tornaron rosas.
Sonreí, sabiendo de antemano que aquel chico estaba causando estragos en ella en tan pocos días.
—Muy bien. Se comporta como todo un caballero, es… tierno.
Me reí, un poco impresionada de la timidez que ella mostraba, algo demasiado impropio de ella.
—Estás sonrojada, Alice, te gusta.
—¡Por supuesto que me gusta! Es genial estar con él, pero no estábamos hablando de mí.
—De hecho, sí lo estábamos, pero desviaste el tema —señalé, corrigiéndola.
—Pues volveré a desviarlo ¿Qué es lo que pasa contigo y Alan?
Suspiré, rogando que mi cuerpo se fundiera con el asiento en ese momento.
—Nada, no hay absolutamente nada.
No lo creyó, y el resto del camino se la pasó intentando sonsacarme una información que en realidad no existía.
Miré aliviada la entrada del instituto, suspirando al saber que hasta allí llegarían las preguntas de Alice.
—Como quieras —siguió diciendo, mientras yo desabrochaba el cinturón —, si no quieres hablar de ello aún, me tiene aquí para escucharte cuando gustes… preciosa. —Abrí mi boca, sorprendida.
Sabía por qué me había llamado de esa manera y era algo muy simple: de esa forma solía llamarme Alan.
Ella se rio, despidiéndose de mí con un movimiento de mano. Cerré la puerta, sintiéndome un poco sofocada.
Caminé hacia la entrada del edificio, sintiendo como, unos segundos después, alguien se unía a mi caminata.
Al ver que iba a mi lado, con mi mismo paso, fruncí el ceño, mirando de reojo a mi acompañante, que, por supuesto, era Alan.
Paré de caminar, enfrentándolo, aunque eso tomara todo el valor dentro de mí para poder mirarlo a los ojos.
—¿Por qué ahora todos saben que me dices preciosa? —pregunté cruzando mis brazos sobre mi pecho.
—Porque lo eres ¿No? —Sé que mis mejillas tomaron un poco más de color, pero me acobardé y seguí mirándolo.
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Editado: 05.12.2018