Los vampiros no solían darnos mucho qué hacer.
Hacía siglos, unos dos atrás, sí que había sido una guerra constante, pero la población vampírica había disminuido mientras que la nuestra se había incrementado. Cuando nacieron los cazadores, un grupo de humanos que descubrieron que el oro mataba a un vampiro, se hizo un pacto y se trazaron líneas claras en donde se podía cazar y donde no. Los cazadores se extinguieron cuando los vampiros dejaron de alimentarse e intentar convertir a quien fuese, pero había casos en los que esas reglas no se respetaban, más que todo por vampiros jóvenes, acabados de convertir, que no conocían esas reglas.
No me gustaba asesinar vampiros, consideraba que mi vida estaba más que todo en el lado humano, con la constructora, las clases y todo lo que no implicara liberar almas al descanso eterno que habían estado buscando.
Un guardián apareció a mi lado, Gustavo, o Gus como le gustaba que lo llamaran.
—Uh, mira eso, bebé abeja, ese fue un buen golpe.
—Gracias —respondí, limpiándome la ceja en donde me había golpeado el vampiro que en ese momento no era más que un charco de sangre negra y coagulada.
Hice una mueca. Kiona también estaba allí, pero, al ver que me ensañaba con el vampiro, me había dejado el trabajo a mí.
Debía admitir que había imaginado el rostro de Stevenson en el vampiro, para golpearlo más a gusto. Al dar la estocada final solo podía ver a Kirian allí, así que sí, había sido una pelea que el vampiro nunca pudo ganar porque tenía mucha ira con los dos mencionados y conmigo mismo.
—¿Ya su alma murió? —Gus lo pensó, aunque sabía que ya tenía una respuesta.
—Su vida terminó, sí.
Suspiré, limpiándome de nuevo.
—Deberíamos ir donde tu madre a que te revise. —Negué ante las palabras de Kiona.
—Más tarde, cuando vaya a casa le diré que lo haga.
—¿Estás seguro? —Asentí. Me miró, apretando los labios—. ¿Irás donde Abril? —Mi respuesta fue un suspiro.
—Se nota a kilómetros que no estás durmiendo bien, o descansando. Creo que deberías parar por hoy, ir a casa e intentar descansar—interrumpió Axel.
Gus se había desaparecido, dando por finalizado su trabajo allí.
—Estoy durmiendo bien y solo iré a asegurarme de que Kirian no anda cerca de ella, nada más. Podremos estar separados, pero sigo siendo el responsable de ella, solo hago mi trabajo.
La pareja frente a mí se lanzó una mirada.
—Los círculos debajo de tus ojos no dicen lo mismo. —Resoplé, decidido a ignorarlos.
Me di la vuelta, haciendo mi camino hacia la salida. No había llevado mi auto, así que debía caminar, pero no estaba del todo lejos de la casa de Abril, correr un poco no me haría daño, además de que podía tomar un pequeño atajo por el bosque.
Llevaba en esa rutina desde que habíamos dejado lo nuestro: en la mañana pretendía que estaba muy bien con el hecho de haber terminado, a la tarde entrenaba e intentaba hacer mis deberes y luego, a la noche, iba a vigilar un poco y a asegurarme de que llegaba bien a su casa.
Alicia había seguido pasando por ella. Mi hermano, que tampoco le había mencionado nada sobre nuestra naturaleza a su compañera, tampoco le dijo la verdadera razón por la que había dejado a Abril. Alicia había comenzado a odiarme, pero estaba seguro de que nunca me odiaría más de lo que yo mismo ya me odiaba.
Aun seguía recordando las lágrimas cayendo por su rostro y su mirada triste en la mía.
Como fuese, ese día no sería la excepción en mi nueva rutina, pero sí que pasó algo que me haría desviarme de mi propósito.
Frené mi caminata, de mal humor, al ver a Kirian.
—¿Ahora qué quieres, Kirian?
—¿Te digo la verdad? Quisiera burlarme de ti en tu cara por lo estúpido que estás siendo. Seguiste mi consejo, bravo, pero te olvidas de que eso no es todo... ¿A dónde ibas? ¿A ver a la chica a la cual perdiste? —Apreté mis puños—. Estás siendo tan patético, Lee.
—Es tu problema si crees lo que te digo. Si voy a su casa es solo para asegurarme que tú no le harás nada. Este es ahora mi territorio, Kirian, y protejo lo que está en él, mucho más si son personas que no saben nada de nosotros. Eso mismo deberías hacer tú, en tu manada.
—Ni siquiera tú te preocuparías tanto por una simple humana si no tuviera relación contigo ¿Acaso olvidas que yo ya cuidé a alguien de la misma manera en la que tú lo estás haciendo? Si lo hiciste, tengo a alguien que te puede recordar lo que sucedió esa noche.
Miré a su espalda, tensándome cuando vi a un lobo gris. John. Volví la vista a Kirian, pero en vez de ver a un humano allí, había otro lobo.
Me sentí acorralado por unos segundos, pero había practicado, entrenado y podría tener el ego muy alto, pero nadie —nadie— era capaz conmigo.
En menos de un segundo me convertí, dándoles lo que ellos estaban buscando. No sé si su intención era que gastara energías, pero todavía tenía muchas como para darles guerra.
Recordé muy tarde que no estábamos en la protección sino en el pueblo. Lo recordé solo cuando Abril estaba viendo el espectáculo.
Si no había sentido pánico, lo sentí cuando la vi, petrificada viendo a tres lobos, a solo unos pasos de ella. Mis sentidos se ampliaron. Solo podía pensar en salvarla y alejarla de ellos. Y luego de un par de vueltas, logré sacar a trompicones a Abril, a quien alcancé unos momentos después.
Busqué la cinturilla de su pantalón, tomando la piel de su cintura en vez de la tela. No presté atención a su sangre, en cambio, la arrastré conmigo hasta el bosque.
Se pegó todo lo posible a un tronco, luego se dejó caer en el suelo a mi lado, llorando.
Me dolían mis patas, y todos los lugares en donde me habían atacado, pero nada dolía más que verla así.
Me acerqué con cautela, olfateándola, buscando rastro de alguna herida. Escuché su risa lejana cuando llegué su cintura, el lugar donde la había mordido sin querer.
Seguía teniendo en mi boca el sabor de la poca sangre que había logrado meterse ahí, también esa sensación eléctrica en mi cuerpo. Me había metido en un problema, pero no podía ocuparme de eso en ese instante.
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Editado: 15.01.2022