No me lo creerán, ¡pero la forma de explicar de Alex es muy buena! Lo que un profesor tarda en explicarnos en una o dos clases sobre un tema, él lo hace en minutos. Eso sí, si te pierdes de algo y no prestas atención, te confundirás muy rápido. Digo esto, porque muchas veces me distraje con sus ojos y me salió caro.
Después de que resolvió mis dudas, me puso a hacer muchos, muchos, muchos ejercicios, pero con el apoyo del libro no tuve mayor problema para resolverlos. Además, si me trababa en algo, él me ayudaba con una nueva instrucción. Estoy muy feliz y concentrada con lo mío, lo doy todo con cada movimiento del bolígrafo y entonces... escuché una regadera. ¡¿Está en la ducha?!
No es que eso sea malo, está en su casa y puede hacer lo que quiera, pero, ¡¿por qué ahora?! Intento concentrarme pero con su olor por toda la habitación y más fuerte que de costumbre, me es imposible. No pude más y abrí una de las ventanas. Me gusta su olor, de hecho me encanta, pero me desconcentra y todavía me faltan ejercicios por resolver. Con un poco de aire fresco relajé mis hormonas traicioneras y pude continuar con mis labores.
En uno de tantos cálculos mentales, escuché que abrió la puerta del baño y de nuevo, el olor se esparció por toda la habitación. Escucho cómo mueve cosas detrás de mí sin la intención de ganarse mi interés; juro que trato de abstraerme en los problemas, pero escucharlo caminar por todos lados me pone alerta.
—¿Por qué abriste la ventana? —preguntó de la nada.
—¿Mande? —respondí sin voltear con la inteción de aparentar concentración.
—La ventana, ¿por qué está abierta?
—Yo... —no puedo decirle que es debido a mis hormonas locas, ¡vamos piensa!— tenía calor.
No dijo nada ante mi declaración, lo dejó pasar y retomó sus asuntos. Creo que se lo creyó y que bueno, porque no se me ocurre otra excusa convincente.
Después de un rato me trabé en uno de los problemas. Imagino que de la frustración suspiré mucho, porque Alex se acercó por atrás sin previo aviso y recargó sus manos en el escritorio para ver mi cuaderno:
—¿Cómo vas?
Muy cerca, muy cerca, ¡está muy cerca! Mi cara se ha calentado de nuevo. Sus brazos me aprisionan sin ningún tipo de predilección y su cabeza se asoma por mi costado superior derecho. Lo miré, tiene el cabello un poco húmedo y está despeinado; es una escena parecida a la de la fuente, solo que más intensa.
—V-voy bien —contesté al retirar la mirada de boba que tenía en él. No despegó su vista del cuaderno, entonces busqué una salida para mis emociones locas sin que se dé cuenta.
—No es cierto. Aquí te equivocaste —señaló la hoja casi rota de tanto borrón.
Me fijé en el cuaderno y en efecto, tiene razón. Una vez entendí mi error, se incorporó y se alejó. Por fin puedo respirar sin tener la sensación de desmayo repentino por embriaguez olfativa.
Después de unas horas más terminé mis ejercicios y pude descansar: me duele un poco la cabeza, me recargué en el respaldo de la silla agotada. Alex tomó mi cuaderno, se recargó de una pared cerca del escritorio y revisó los ejercicios.
—¿Qué tal? —pregunté nerviosa por escuchar que haya un error. Le tomó unos segundos contestar.
—Todo está bien.
—¡Gracias! —dije aliviada—. En serio esto es agotador.
Dejó el cuaderno en su lugar frente a mí y se sentó en su cama.
—¿Tú hacías esto todos los días? —pregunté aún en mi estado de reposo.
—A veces.
—Qué cansado es, no puedo creer que de verdad lo hicieras.
—Solo es cuestión de disciplina.
—Creo que nunca había hecho tantos ejercicios seguidos en mi vida, —me levanté para estirar mis brazos y piernas— hasta me dio hambre.
Alex se puso de pie y se acercó a un botón qué hay cerca de la puerta, lo apretó y empezó a hablar:
—Ana, ¿puedes traer lo que te encargué en la mañana, por favor?
—Sí, señor, en seguida.
—No sabía que eso estaba ahí —dije sorprendida por ver tal tecnología.
—No lo uso muy seguido —quitó los libros del escritorio y me pidió guardar mis cosas.
Minutos después tocaron la puerta, él abrió y vimos Ana con una bandeja en manos; mis ojos brillan ilusionados, hay muchos platos tapados con domos de metal. Acomodó todo en una mesa y cuando terminó, se retiró al cerrar la puerta detrás de ella. Alex dejó una silla en frente de dicho lugar:
—Empieza cuando quieras —dijo amable al cederme el asiento.
Con sumo cuidado destapé cada uno de los platos. La emoción me traga viva, todos exponen algo que me gusta.
—¿Cómo supiste que me gusta el helado de menta?
—Lo averigüé.
—¿Y todo esto por qué?
—Es bueno comer cosas que te agraden después de esforzarte, yo lo hacía antes.
—Muchas gracias. Voy a encajarle el diente a esas albóndigas, no puedo esperar más.
Mientras yo como, Alex lee recostado en su cama para pasar el raro. Todo está muy delicioso, decidí dejar el helado hasta el final.
—¿Oye? —pregunté al girar mi silla con él—. ¿No quieres helado?
—Ya tuvimos esta conversación, no me gusta.
—Es cierto —reí apenada— ¡Oh! Lo olvidaba, te traje algo —me acerqué a mi mochila y saqué una pequeña caja.
—¿Dulces salados? —preguntó al sonreír por recordar momentos pasados.
—Vi que te gustaron mucho, así que te compré unos antes de venir aquí.
—Gracias —dijo al recibirlos. Abrió el paquete y empezó a comerlos con gusto.
—¿Puedo preguntarte algo y no te enojas?
—Mi emoción dependerá de la pregunta.
Demonios, ya empezamos con limitaciones. Vi mi cuaderno guardado y se me ocurrió una idea:
—¡Ya sé! Por cada diez que saque en mis calificaciones me contestarás una pregunta.
—¿Y por qué aceptaría eso? —me miró poco convencido.
—Por diversión. Anda, con eso me ayudarías a motivarme.
—No necesitas motivación para aplicarte en la escuela, es tu obligación.
—Vamos, ¿qué te cuesta?
—¿Por qué te interesa tanto mi vida privada?
—No lo sé— sinceramente no tengo un motivo concreto—. Somos amigos y los amigos se cuentan cosas.
—También respetan su privacidad.
—No te voy a exigir que me respondas algo que no quieras. ¿Por qué no empezamos con cosas simples y genéricas?
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Editado: 26.07.2024