Ana
Compro los víveres y lo que necesito para llenar de nuevo los huecos en la cocina. Esos muchachos comen lo que el señor Alex come en un mes... son unos glotones.
—¿Necesita que vayamos a otro lugar? —me preguntó el chófer antes de acomodar la carga en sus manos.
—No, creo que es todo. Yo llevo las naranjas —tomé el par de bolsas en manos.
—De acuerdo, madame.
Nos dirigíamos al coche para guardar todo lo comprado, cuando escuché varias cosas caerse detrás de mí. Me di la vuelta y encontré al chofer tirado en el suelo:
—¡Ay, dios mío! —me agaché rápido para ver qué le había pasado. Levanté su cabeza y pude ver en mi mano sangre—. Por dios, no se duerma. ¿Me escucha?
—Yo creo que no —me contestó una voz masculina ajena a mis conocidos.
Alcé mi mirada, un hombre alto y vestido de negro está frente a mí. ¿De dónde salió?
—¡Ayúdeme, por favor! —le pedí sin importarme nada—. Llame a una ambulancia, este hombre está herido.
—Creo que eso no va a ser posible...
—Hay un teléfono en el auto, llamaré de inmediato —expliqué al ponerme de pie con prisa.
—¡¿A dónde vas?! —me jaló del cabello sin cuidado algun y me cubrió la boca con su mano; tiene un guante negro puesto.
Intenté gritar, liberarme, pero el hombre es mucho más fuerte que yo. No hay alguien cerca, nadie puede escucharme. Dicho hombre misterioro me jaló hasta el callejón más cercano de la calle y me arrojó al suelo sin piedad.
—¿Quién es usted? —pregunté con lágrimas en los ojos—. ¿Qué quiere de mí?
No obtuve respuesta. Miró el exterior del callejón e ignoró mi ataque de pánico.
—Por favor... no me haga daño —imploré casi al punto de mostrarle respeto con las manos heladas y temblorosas en el suelo.
—¡Cállate! —me propinó una cachetada y caí de nuevo al suelo. Pude sentir la sangre caliente salir de mi boca producto del golpe—. Qué molesta eres...
Varias lágrimas salieron de mis ojos, el dolor es horrible. ¿Por qué me sucede esto? No conozco de nada a este hombre y jamás le hecho daño a alguien de manera intencional. Mis pensamientos y análisis fueron interrumpidos cuando escuché el sonido de una pistola siendo cargada en frente de mí. Esto no puede estar pasando...
—¡No! No, por favor, haré lo que sea —rogué con la voz llena de pánico.
—Di tus últimas palabras, anciana —quitó el seguro al arma y apuntó a mi frente.
—No por favor, no. ¡No!
El sonido del disparo provocó un frío y sonoro eco en el callejón. Las naranjas rodaron por el piso cuando las asas de las bolsas dejaron de ser sujetadas, el anillo que se portaba rodó unos cuántos centímetros lejos y no tardó en bañarse por un charco de sangre que poco a poco se hacía más grande. El hombre guardó su arma y se fue del lugar como si nada hubiera pasado; su estoicidad después de haber arrebatado una vida inocente es tan descarada que da miedo.
Unos cuántos minutos después, una pareja que caminaba por el lugar vio al chofer desmayado en el suelo. El hombre rápido fue a ver qué le sucedía. La mujer permaneció de pie cerca de su acompañante para apoyar en caso de ser necesario, entonces notó un líquido rojo que se acercó a su zapato. Volteó la mirada al callejón para encontrar la fuente y se topó con un cuerpo sin vida. Pegó un grito de terror que alertó a su pareja de inmediato; otras personas se acercaron y se llamó a una ambulancia y a la policía.
Sara
Después de la eufórica guerra de comida nos limpiamos lo mejor que pudimos en el jardín (de paso y regamos el césped). ¿A qué me refiero? A que lo primero que se nos ocurrió fue usar la manguera, así acabaríamos más rápido.
—¡Está muy fría! —reclamó Fred al cubrirse sin éxito del chorro de agua.
—¡Cállate y no te muevas! —exclamó Paola sin dejar de apuntarle.
—Sirve y con eso se te baja un poco todo lo que bebiste —rio Josh mientras exprime su ropa.
Alex permanece en el otro extremo del patio. Está igual de mojado que todos (o peor), así que entré rápido a casa y fui por unas toallas. Llegué con una toalla pequeña en la mano y la dejé lo mejor acomodada posible sobre su cabeza teas llegar por su espalda. Me agradeció después de que le di una más grande para el resto de su cuerpo y repartí las demás entre todos.
—Qué día...—exclamó Thomas cansado al sentarse en una silla—. No tengo energías ni para tirarme un pedo...
—¿Por qué no se quedan a dormir? —sugerí entre risas —. Aunque... no puedo ofrecerle una habitación a cada uno.
—No te preocupes, Sara, nosotros podemos dormir en donde sea —contestó Carl optimista con la idea.
—Eso es una excelente idea, además, ya es tarde como para volver a casa —dijo Frank—. Qué flojera caminar.
—¿Por qué no? —añadió Josh al ver a su grupo dispuesto.
—¿Puedes Cris? —pregunté y obtuve casi al instante su confirmación—. ¿Y tú Alex?
—Tendría que hablar con Ana para avisarle que no voy a llegar a casa...
—Hazlo, por favor —lo abracé y miré con cara de perro regañado.
—¿Por qué siempre haces eso cuando me pides algo?
—Para convencerte, obvio.
—Está bien —contestó después de suspirar resignado.
—¡Super! Paola, acompañarme por unas mantas y almohadas al segundo piso.
Alex
Saqué mi teléfono y marqué el número de la mansión, sonó y sonó, pero nadie me contestó. Intenté con el resto de contactos y la respuesta fue la misma: entradas a buzón después de sonar. Miré la pantalla del teléfono confundido:
—Es muy raro que Ana no tome la llamada... quizás aún no llega de sus compras —pensé con vaga ilusión.
Opté por buscar respuesta con el número del chofer y nada. También con el teléfono del auto familiar y el resultado fue el mismo.
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Editado: 26.07.2024