Alex
Estar recostado en la cama con la vista en alto me pone a pensar, como si el techo fuera un limbo del que por más que quiera no puedo escapar. La mayoría del tiempo que estuve aquí no tuve ganas de ponerme de pie, por ende, dormí sin parar; y pensar que eso me destrozó. A pesar de todo, despertaba cansado, con un frío interno muy tomentoso. Perdí la noción del tiempo gracias a la ansiedad provocada por el descontrol en mis horarios de sueño, el dolor de cabeza aparecía tan pronto abría los ojos y al día de hoy no tengo con qué calmarlo. Las pastillas ya son inútiles, abusé tanto de ellas que ya ni siquiera representan un efecto placebo.
Pasé por muchas etapas: estrés, paranoia, pánico, zozobra, ansia, furia… traté de buscar en papeles la solución a este problema y por obvias razones no encontré nada. ¿Algo positivo? Todos estos días de soledad me permitieron analizar muy a fondo las cosas. ¿Quién dice que sobrepensar hasta el colapso no es una salida hacia el descanso?
Falta un día para que las vacaciones acaben. No me siento listo para volver… y saber que debo hacerlo no me motiva. Al menos mi coraje por no dejar que se salgan con la suya sigue despierto; ojalá esa incitativa en mi persona nunca se apague.
El sonido del timbre retumbó por toda la casa en forma de eco, me sacó del limbo.
—No es posible, nadie puede entrar y acercarse a la puerta…
Si, Sara entró días antes, pero ella no es el tipo de persona que tocaría el timbre, es muy "original", por no decir otra cosa.
El timbre volvió a sonar sin ansia. La curiosidad me ganó. Me dirigí a la puerta principal solo para quedarme de pie y mirarla fijo desde las escaleras sin saber si lo que sucede es parte de la realidad o de un retorcido sueño.
Momentos antes
Fuera en la acera, un coche blanco se estacionó frente a la gran puerta de rejas. Por el costado izquierdo del coche salió un hombre de mediana edad vestido de traje blanco, abrió la puerta del lado contrario, mostró respeto con una reverencia y ofreció su mano en señal de ayuda. Una delgada y fina mano de tez blanca aceptó el gesto, un zapato de tacón se apoyó en el pavimento, una chica de cabello rojizo y cuerpo esbelto fue iluminada por el sol. Viste un vestido blanco a juego con unos lentes delgados que protegen sus hermosos ojos azules, un anillo discreto en la mano derecha y un collar de perlas en su esbelto cuello.
—Muchas gracias, Alfred —agradeció sonriente—. Parece que fue ayer cuando vi por última vez esta casa, qué días… —suspiró nostálgica al admirar el lugar.
Con su mano y sin dejar de ser respetuoso, el hombre la ayudó para llegar al enrejado. Sacó del bolsillo de su traje una llave dorada y con esta, activó la compleja cerradura:
—Adelante, señorita.
—Tal y como lo recuerdo… aunque unas flores no estarían mal.
—¿Turquesa?
—Exacto —sonrió con gracia por comprobar que la conexión con su acompañante es vivaz.
Avanzó con su mano apoyada en el antebrazo de Alfred por el camino que lleva a la puerta principal. La mujer no puede despegar la vista de sus alrededores:
—¿Quiere hacerlo? —cuestionó el hombre.
—Encantada —acercó su dedo índice al timbre y lo presionó.
Alex
Una vez a la par de puerta, quité el seguro, lento y con una sensación de incertidumbre en la espalda.
—¿Acaso esto es una broma? —pensé al girar la manija y abrir—. ¿Acaso todo esto será parte de una alucinación?
Mis ojos duelen mientras logran acostumbrarse a la luz del sol, después mi vista se inundó con un color rojo vivo, un poco anaranjado. Una chica vestida blanco está de pie frente de la puerta, con un hombre a su lado que porta la misma ausencia de color en sus formales prendas.
—¿Sí? —pregunté muy tranquilo, a saber por qué. Esto no puede ser más extraño.
—Permítame presentarme, jovencito —pidió el hombre—: mi nombre es Alfred y ella es la señorita...
—No puede ser —interrumpió ella atónita—. ¿Eres tú, Alex? ¿Alex Blake?
—Sí, ¿por qué…? Un momento.
¿Por qué esta chica sabe mi nombre? No asiste instituto como para que me conozca a tal grado, estoy seguro. Además, me habla con tanta confianza, como si esta no fuera la primera vez. Quise cerrar la puerta y evitar este momento de incomodidad, pero no puedo despegar la vista de ella debido a la curiosidad. ¿Quién es y por qué esta aquí? Qué fácil sería solo preguntarlo, pero las palabras no me salen. Qué necedad la mía de resolver todo por cuenta propia…
Me tomé mi tiempo para verla de arriba abajo en busca de respuestas; ese cabello rojizo despertó una chispa vivaz en mis memorias que terminó por resultarme familiar. No tanto, pero si puedo decir que es importante. A pesar de haber convivido con demasiadas personas a lo largo de mi corta vida, han sido muy pocas con la suerte de poseer el cabello del ya mencionado color. Dicho y asimilado esto, mi mente fue capaz de descartar y encontrar el nombre buscado entre tantas memorias que creí olvidadas:
—¿Abigail? —abrí la puerta por completo para mostrarme sin tanto miedo como antes. Me veré muy estúpido de haber fallado con el nombre después de todo este tiempo en silencio.
—Es un placer volver a verte, Alex —sonrió amistosa.
—No puede ser cierto. ¿En serio eres tú?
—La misma de hace dieciséis años.
Ahora el atónito soy yo. ¿Por qué no la reconocí desde un inicio? Fue una amiga de la infancia que se acuerda de mí después de tanto y que ahora está de pie frente a mí. No lo puedo creer.
Sus ojos se pusieron cristalinos y sin pedir permiso o sentir inseguridad, se acercó para abrazarme con fuerza. De inmediato su suave perfume se impregnó en mí y todo mi alrededor; qué agradable es. Había olvidado lo bien que se siente ser abrazado…
—Es bueno verte de nuevo, Alex. No tienes idea de cuánto te extrañé —volvió a sonreír, pero esta vez con una lágrima que recorre su mejilla.
Le regresé el abrazo con lentitud (producto de la sorpresa y de no saber si es lo “apropiado) y me aferré más a ella. Cuanta frescura emana esta mujer… ¿por qué me nació el deseo de corresponderla? No es algo que me pase con cualquiera, debe ser todo este descontrol emocional que me tiene loco. Una muestra de afecto humana y caigo redondo… siento un poco de decepción por mis actos.
—Es... una bonita sorpresa —la vi separarse de mí, me miró de pies a cabeza al tomar mis manos.
—Mírate, ¿cuánto has crecido?
Odio estos momentos, nunca sé qué contestar a los cumplidos, solo me quedo en silencio como un bobo. Soltó una risa delicada y con ella, otra memoria se desbloqueó: recuerdo a una niña muy educada y sofisticada para su temprana edad jugando en el jardín conmigo y algunos niños más. No digo que no tuviera sus puntadas, pero alguien así no se ve tan a menudo.
—No has cambiado en nada. Me pregunto si te has vuelto más reservado y callado que antes… —me tomó del brazo y nos dirigimos a la sala.
Sigo sin entender por qué mi cuerpo se vuelve de trapo y responde sin objeción ante ella; si lo pienso con detenimiento, apareció de la nada en la puerta de mi casa, cosa que no debería suceder gracias a la mínima seguridad que hay. De cualquier modo, esto no ha encendido mi radar o sistema de alarma, me siento seguro con ella aún en estas circunstancias… ¿por qué?
Alfred cerró la puerta detrás él y nos siguió para terminar su escolte de la mejor manera. No tuve que ofrecer asientos o dar bienvenidas, Abigail se acomodó en uno de los sillones como si nada, mientras que Alfred se paró a su lado y servicial ante cualquier petición.
Verlos tan apropiados me hizo dar un vistazo a mi propia vestimenta… estoy hecho un asco. No me preocupo de ser juzgado, tanto tiempo encerrado con una jauría en mi cabeza no dio espacio a la presentación y etiqueta, pero puedo hacer un mínimo esfuerzo ahora que “tengo visitas”.
—Debo... ir a mi habitación un momento, no tardaré.
—No te preocupes, tómate tu tiempo —contestó sonriente.
Subí rápido e hice lo posible por no parecer un ermitaño. Tengo la vaga impresión de que puedo catalogar a Abigail como una dama, una mujer noble y distinguida, no quiero verme como un vago frente a alguien así, lo tomo como una gran falta de respeto hacia la otra persona.
Hablando de respeto y de buenas impresiones, la naturaleza de esta mujer me da una pista de su procedencia y creo que no me equivoco. Abigail debe ser hija de una de las familias con las que mis padres trabajaban, quizá es miembro de los Lexigton. No solo concluyo eso gracias a mi intuición, Alfred tiene una placa dorada en su saco con una L grabada. Dudo que sea la inicial de un segundo nombre.
John Lexigton fue el hombre remitente de la carta que recibí en mi cumpleaños, su familia debió ser la más influyente, los socios más cercanos a la mía. Ana mencionó colaboraciones y una buena amistad entre los miembros, todo mientras yo era un niño. Por eso conozco a Abigail desde muy joven, tengo su imagen infantil en mi mente debido a que yo también era un infante. Me sorprendo de lo mucho que puedo concluir con tan pocos recursos.
Bajé las escaleras y de inmediato percibí un olor de té fino en el aire. Abigail bebe de una taza de porcelana mientras que Alfred sostiene una jarra de vidrio en sus manos. ¿Habrá calentado el agua en la cocina sin más? ¿De dónde salió ese juego de té? ¿Lo traían con ellos? ¿Todo esto pasó durante mi breve ausencia?
Aún no asimilo su cómoda y repentina estadía en mi casa; de verme en esta situación sin un contexto como el de antes, cualquiera pensaría que he perdido la cabeza y que me he convertido en un caso más del síndrome de Estocolmo. Aunque reitero, no siento la presencia de estas dos personas como intrusiva, a saber por qué. ¿Intuición?
—¿Quieres un poco, Alex? —me preguntó ella tras notar mi perplejidad—. Es mi té favorito, tiene un sabor exquisito y suave.
—No, gracias —agradecí al tomar asiento.
—¿Gusta que le prepare algo, joven? —preguntó Alfred.
—No, no, estoy bien.
—De acuerdo. Con su permiso —hizo una reverencia y salió de la habitación.
Y ahora estamos solos. Me siento como un idiota por no saber cómo actuar, mi sentido de supervivencia y agilidad para la resolución de problemas anda muy mal… igual que mi pensamiento lógico. ¿Me veré extraño si me doy un pellizco? Eso me ayudaría a comprobar que esto no es un sueño.
—¿Qué pasa? ¿El gato te comió la lengua, tesoro? —preguntó Abigail para romper el hielo, también noto cierta incertidumbre en ella.
—No, es solo que... ¿tesoro?
—Suelo usar terminaciones cariñosas cuando hablo con alguien, si te incomoda puedo evitarlo contigo —bebió más té.
—No, no hay problema. Es solo que me pareció algo muy singular —me sonrió como pacto de paz—. Disculpa pero… aún proceso que estés sentada frente a mí. Todo ha pasado tan rápido que no sabría como explicar lo raro.
—Sí… planee todo el camino mi llegada con discurso y resultó ser catastrófica en un sentido natural; aparento ser una intrusa respetada en tu hogar. Perdón por eso. Sin embargo, sostengo la ideología de que las cosas más sencillas son las mejores. No sé cómo decir hola después de tanto sin verme anormal o chiflada…
Al menos no soy el uno con conflictos en esta habitación. Me siento un poco mejor.
—Con un abrazo fue más que suficiente —intenté calmar su culpa y lo logré, pues volvió a sonreír con calma. No la juzgo, de estar en su lugar yo tampoco sabría qué decir.
—El paso del tiempo es impresionante, ¿no lo crees? Te conocí como un niño juguetón e intrépido y ahora eres un hombre serio y con porte. Muy apuesto y alto —rio—. Abrazar a alguien de tu estatura resulta un tanto complicado, casi no te reconozco.
Su comentario me hizo algo de gracia, mi cara dejó salir emociones que habían estado encerradas por varios días.
—Tan pronto vi tu ojos supe que eras a quien buscaba, los admiro desde el primer día hasta hoy. ¿Recuerdas lo que decíamos? Tu ojo verde representaba las plantas y el azul el agua. Qué tontera.
—Cosas de niños…
—Un ojo de tu padre y otro de tu madre. Los llevas contigo a todas partes.
—No lo había visto de esa forma—aclaré con nostalgia, qué raro que eso no me haya dolido—. La crítica social silenciosa me ha llevado a verme con un defecto en la mirada.
—Cualquiera que sea un buen observador sabe que llevas algo único y especial contigo, fuera de ello, ningún otro comentario tiene importancia— dejó su taza en la mesa—. Ves las cosas diferente, ese es tu don... Pero cuéntame, ¿por dónde te ha llevado la vida?
—En definitiva por un camino muy diferente al tuyo, no esperes mucho de mí en estos momentos.
—Sé directo.
—Imagino que estás rodeada de gente todo el tiempo, quiero decir, incluso tienes un mayordomo personal. En estas paredes las cosas son diferentes.
—Hay muchas personas en mi hogar y debido a mi posición debo convivir con muchas más, es cierto, pero respecto al mayordomo, todos los integrantes de las familias tienen uno. Incluso tú lo tenías.
Vaya sorpresa, mi mente quiso bloquear esa idea y ahora renació… vuelve a doler igual que el inicio. Si hablamos de cosas que no tengo no termino de enlistarlas.
—Entonces ya lo sabes —no tuve el valor para mantener un contacto visual, me parece que mis ojos se volvieron cristalinos.
—Ese es el motivo de mi visita… no sabes como lo siento, Alex. Mi misión no es hacer que pienses en eso ahora, vine para ayudarte —se sentó a mi lado y mostró disposición.
—Te sorprendería saber cuánta ayuda he rechazado —sonreí con discreción—. ¿Cómo supiste lo de Ana?
—Las siete familias somos una sociedad muy unida, ¿sabes? Es nuestro deber apoyarnos en todo momento, tenemos ojos en todos lados y tú... tú eres la cabeza ahora.
Entonces no me equivoqué en su procedencia, por primera vez en años me hubiera gustado haber errado. Escuchar del tema me sentir incómodo, todos los pensamientos que me atormentaban días y meses atrás quieren volver. ¿Responsabilidad exorbitante? A penas recuerdo a Abigail y ahora hablamos de un poderoso liderazgo.
Mis manos temblaron al estar apoyadas sobre mis piernas, hasta la que frescura de Abigail se apoyó en una de ellas. Cortó toda emoción negativa en un abrir y cerrar de ojos.
—No te agobies con mis palabras, es lo último que deseo para ti. ¿Cuándo se reinicia tu rumbo académico?
—Mañana —el desánimo fue bastante obvio.
—Oh, qué mal tino tuve para llegar. No importa. Haremos que dejes toda esa bruma que cargas de una forma u otra. ¿Qué te parece si disfrutamos el día de hoy? Aquí mismo. ¿Por qué no… me ayudas a recordar tu casa? Te revelo con pena que muchas memorias de ti y este enorme lugar se han borrado. Quisiera revivirlas, me siento capaz de eso. ¿Y tú?
—Un recorrido por mi casa… no veo por qué no.
Estuve tanto tiempo aquí metido y la vez estuve ausente. Un espacio enorme y me resigné a vivir en un hoyo negro de culpa y remordimiento. Igual y fue miedo a recordar buenos días… supongo me aterraba de idea de caer y saber que nadie vendría en mi auxilio. Aunque si tuve a alguien…
¿Por qué mi cuerpo y mente no rechaza a Abigail? ¿Será simple resignación? ¿Acaso la veo como alguien superior y por eso no me inmuto para ir en su contra? Sara y los otros llegaron a un extremo ilegal por mí y ni siquiera me importó. Creo que les debo una disculpa a todos… Odio ser inestable, no me permito valorar y dar agradecimiento a quiénes lo merecen.
¿Por qué dañamos a los que más queremos?
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Editado: 26.07.2024