La respuesta tardó algunos segundos en aparecer, creí que no tomarían el teléfono, pero por fortuna lo hicieron.
—¿Sí?
—Hola, Sara.
—¿Alex?
—Sí, soy yo.
Quizás solo fue mi imaginación, pero me pareció escuchar un pequeño chillido en el fondo. Igual y no es nada.
—Ah, h-hola, ¿a q-qué se debe esta llamada?
—Solo te la devuelvo.
—Ah... sí. Qué rápido eres —rio nerviosa.
—¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué?
—Nada, es solo qué… —un grito infantil de su lado me interrumpió, supongo que se trata de su hermana menor.
—¿Es el príncipe? —mis sospechas quedaron resueltas.
—No, no es el príncipe —contestó Sara con hastío a lo que su hermana volvió a gritar.
—¡Estás hablando con tu novio!
—¡Qué no es mi novio!
—Novio, novio, novio…
—¡Arghhh! Dame un segundo, Alex.
—Sí, no te preocupes —tampoco es como que pudiera irme a otro lado.
El sonido no es claro del todo, pero sí lo suficiente tangible como para saber qué ocurre: Sara regaña a su hermana por gritar. Todo esto me causa gracia al punto de sonreír, ¿será así vivir con hermanos menores? Me hubiera gustado vivir tal experiencia en su totalidad…
—Tuve que encerrarme en mi cuarto —contestó Sara agotada después de un momento más—, esa niña es el mismo demonio.
—Igual a la hermana.
—Esto de hacer de niñera no... ¿me dijiste demonio?
—¿Lo vas a negar? —la bocina me dejó escuchar cómo habló entre dientes, molesta eso es obvio—. Eso pensé.
—Qué cruel eres…
—¿Necesitas algo?
—¿Eh?
—¿Cuál era el motivo de tu llamada?
—Ah... pues... sólo quería saber cómo estabas. No para molestarte, es que no te he visto en la escuela y...
No dijo más. Creo que tiene una idea errónea de mí con todo este asunto de los contactos telefónicos (culpa mía), además, es cierto, ya tiene días que no la veo en persona. Muy atenta; había olvidado que la gente se habla entre sí para asegurar el bienestar. Fuera de las pocas veces en las que Josh suele tener este tipo de atención conmigo, hace meses que alguien me llama para saber si estoy bien. ¿Qué tantas cosas normales he pasado por alto desde que empezó mi infierno?
—Estoy bien, no te preocupes —¿eso será suficiente?
—El último día que te vi no parecías “estar bien”.
—Tuve el tiempo suficiente para asimilar las cosas, ya me siento mejor.
—Bueno, creeré en tu palabra. No tendré que ir a tu balcón de nuevo —rio.
—En las novelas que te gusta leer, el hombre es quién sube el balcón para ver a la mujer, ¿verdad? Parece que tomaste un papel que no te correspondía.
—Qué se le iba a hacer...
—Respecto a eso, ¿cuándo pensabas decirme que quebraste la rama del árbol?
—Ay... eso.
La verdad no estaba seguro de si ella era la responsable (hubiera quedado como un tonto de haber fallado), pero su nerviosismo me lo dijo todo.
—Te juro que no fue intencional. No encontré otra entrada y tampoco pude disculparme ese día, casi no me dejaste hablar. Tenía pensado decirte en la escuela cuando te viera, pero...
—Ese árbol ha estado ahí por muchos años y tú en un día casi lo matas.
—¡Perdón! Algún día me disculparé con él…
—Si te soy sincero, hubiera preferido que rompieras una ventana, al menos eso se podría reparar.
—Me haces sentir peor de lo que ya me siento.
—Es el punto.
Se quejó con optimismo, me alegra que ya entienda mi sentido del humor. Es más divertido cuando no tienes que explicar el porqué de tus comentarios.
—Oye, ¿cómo conseguiste mi número? —ya se escucha más tranquila.
—Los teléfonos guardan el registro de las llamadas y aunque eso no pasara, tengo el recuerdo de tu número escrito en un papel rosado con forma de corazón.
—¿Lo recuerdas? —preguntó tímida.
—¿Cómo no hacerlo? Una experiencia de acoso no se olvida nunca.
—¡No te acosaba! Yo solo quería darte tu libro…
—Con tu número dentro.
—Malinterpreté las cosas, lo siento.
—No te preocupes, te perdoné hace tiempo.
—Qué malos recuerdos...
—Muchos malos recuerdos diría yo.
—¡Perdón! —replicó exasperada, cosa que (admito con vergüenza) me divirtió. —Ya te dije que...
Empezó a dar explicaciones, presté atención a ellas mientras giraba mi silla de un lado a otro sin llegar a los 360º. Abigail llegó a la oficina, al ver que aún estaba ocupado quiso no molestar, pero muy pronto notó la sonrisa en mi rostro junto con la voz femenina en la bocina. Entró de lleno emocionada, dejó lo que traía en sus manos (cosas que muy probablemente quería enseñarme para progresar en nuestros planes) y empezó a hablar en lengua de señas. Tuve que contestarle de la misma manera:
—¿Es una de tus amigas?
—Sí.
—Invítala a venir el fin de semana —dijo después de mostrar aún más emoción que antes.
—¿Para qué?
—Me gustaría conocerla. Recuerda que te lo mencioné.
—¿Quieres conocer a mis amigos?
—Sí. Por favor —rogó.
—Está bien, le preguntaré si puede venir.
Agradeció entre muestras de alegre ansia, salió y cerró la puerta con el fin darme privacidad. Me pregunto por qué le emociona tanto conocer mis amistades.
—…y por eso te seguí hasta allá —terminó su tan detallada explicación.
—Oye, Sara, ¿te gustaría venir a mi casa el fin de semana?
Todo se quedó en silencio. ¿Se cortó la llamada? Al notar que todo seguía en orden traté de nuevo:
—¿Sigues ahí?
—Sí, sí, perdón.
—Entonces, ¿qué respondes? ¿Te es posible venir?
—Sí, claro, ¿por qué no? —rio nerviosa—. ¿Debo llevar algo? O, ¿debo pedir permiso para llegar tarde a casa? —qué recuerdos.
—No. El motivo por el que te invito es porque quiero que conozcas a alguien. Será una pequeña reunión, pienso que no habrá mucha demora.
—Ya veo... está bien.
—¿A las tres?
—Sí, me queda perfecto.
—De acuerdo, nos vemos entonces.
Una vez dada por concluida la llamada, terminé de atender unos asuntos con el teléfono, cosas sin relevancia. Revisé lo que Abigail había dejado en la oficina (cosas útiles) y fui al comedor para hablar al respecto. A penas me asomé cayó el bombardeo:
—¿Qué te dijo? ¿Está disponible? —preguntó ansiosa por conocer mi respuesta. Sospecho que ya olvidó el motivo principal por el que me fue a buscar en la oficina.
—Ella vendrá —tomé asiento y me acomodé.
—¡Genial! ¿Qué hay de tus amigos?
—Les llamaré en otro momento, pero no creo que se nieguen. Es rara la vez que no tienen tiempo libre, claro, sin contar a Josh.
—¡Qué emoción! Les prepararemos sus platillos favoritos. Alfred, deberás encargarte de la comida ese día —recibió su aprobación— . Todo debe ser perfecto. Esto no interrumpirá el trabajo del detective, ¿verdad? —parece que su lado racional ya despertó.
—No lo creo. Él vendrá dentro de tres días y se pondrá a trabajar.
—Entonces hay que pasarla bien. Aprovechar los ratos de compañía y compartir momentos con los seres queridos es crucial para tener una mente sana y feliz.
Le sonreí como respuesta y bebí más té. Qué mujer…
De vuelta con los chicos
Los intentos por despertar a Fred de manera pacífica son inútiles, todos intentaron sus ideas más “amables” y ninguna fue suficiente para el bello durmiente.
—¡Despierta, Fred! — la voz de Thomas evidencia su cansancio.
—Estoy harto —Frank se puso de pie y abrió paso hasta el baño.
—Tendremos que seguirlos desde la escuela, así no perderemos su rastro —sugirió Carl—. Lo que no sé es qué haremos después…
Frank llegó con un balde lleno de agua y lo vació en la cara de Fred sin piedad. Dicho acto lo hizo reaccionar con un grito, mismo que dejó salir mientras se incorporaba y tosía para sacar la enorme obstrucción de agua que afectaba sus vías respiratorias.
—Deja de estar de payaso y ayuda —le reclamó al dejar caer el balde en su cabeza.
—¡¿Por qué el agua?! —la voz de Fred durante su protesto hizo eco dentro del recipiente, se lo quitó y limpió su cara.
—Te desmayaste al saber que la cita de Josh es mañana —explicó Thomas—. Mientras dormías como la princesa que eres pensábamos en seguirlos desde la escuela, así no tendrán oportunidad de perderse.
—Es un buen plan, los seguiremos y veremos qué traman.
—¿Qué tal si van a un hotel? —dijo Frank asombrado, Thomas compartió su emoción segundos después—. No podemos espiarlos en una situación como esa.
—No creo que Josh sea de esos… —contestó Carl al pensar en su amigo.
—¿Quieres decir que lo haría en un lugar público?
—No, idiota. Me refiero a que...
—Tiene mucha casa para hacerlo ahí sin problemas —interrumpió Thomas para concluir su propia y perversa visión.
Mientras los tres se peleaban en silencio, Fred terminó de concretar su malévolo plan. Llamó la atención de sus “locos” y anunció lo definitivo:
—Los seguiremos, averiguaremos en qué punto está su relación y si es muy avanzada, intervenimos para hacerla pedazos.
—¿Y si nos descubre? —preguntó Frank con temor.
—Ya lo tengo contemplado, pasaremos por alto. ¡A la tienda de disfraces!
Todos corrieron hacia la puerta motivados por la emoción del momento y cuando la abrieron se encontraron con Cassandra a punto de tocar. La chica de baja estatura, cabello chino y con un tinte rojizo muy vistoso era la responsable de entregar los pedidos a domicilio más cercanos a su sucursal.
—Hola, chicos —saludó amable—, les traje su pizza.
—Es cierto, la pizza —recordó Fred—. ¿Ya pasó media hora? —miró su reloj, ni idea de cuánto tiempo estuvo dormido.
—Ya se me había olvidado que tenía hambre —comentó Carl, su estómago volvió a rugir hambriento.
—Hola, Thomas —dijo en un susurro no tan discreto, agitó la mano como pudo. Sus ojos se iluminaron con alegría en cuanto lo notaron al final del grupo.
El ya mencionado muchacho le regresó el saludo con exalto y migajas de promiscuidad. Fue más que evidente el escalofrío que recorrió su espalda en cuanto supo que ante ella, él sobresale del resto. Por algo lo notó aún cuando se hallaba casi escondido detrás de sus compañeros. Entre estos dos hay algo importante y bonito, lástima que el resto no esté tan contento con eso. Tienen al “dueño de sus cuerpos” dentro de un lío amoroso con una supuesta mujer horrible y su mal humor crece debido a que están hambrientos. Cassandra se percató de dicho disgusto (al menos el segundo) y acudió a su faceta más propia para calmar la desdicha:
—Lamento la demora, chicos, tenemos unos problemas en la cocina por falta de personal. Vine lo más rápido que pude para entregar su orden, espero que no sea demasiado tarde.
Thomas se abrió paso entre todos para quedar en el frente, no iba a perder esta oportunidad de oro. Dos salieron ilesos, pero Frank terminó hasta atrás y en suelo. No tardó en maldecir a su amigo desde su baja posición con un «¡Hijo de…!», pero Thomas lo ignoró y prestó atención a lo que había enfrente suya:
—No hay problema, esperaríamos el tiempo que sea necesario —recibió las cajas de pizza con una gran sonrisa en su rostro. Un ligero y simple roce de manos puede hacer muy feliz a un varón, ¿lo sabían?
—En compensación por el disgusto les regalamos una orden de cuatro hamburguesas y una orden de papas familiares —explicó ella al descolgar su mochila y sacar el par de bolsas para entregarlas. Carl fue quien recibió el presente, obvio le echó un ojo de inmediato.
—Qué generosos… —Fred miró a la chica con sospecha, ¿acaso sería un cargo extra?
—No queremos perder clientes tan valiosos como ustedes.
Los cuatro mostraron vergüenza tímida, se sintieron elogiados y como los chicos solteros, sin mínima experiencia en el amor que son, solo se voltearon para esconder sus rostros colorados. Thomas se encargó del pago y obvio añadió una generosa propina. Cassandra no quiso aceptarla en un inicio, pero terminó por hacerlo debido a la insistencia del chico.
—Buen provecho, chicos. Esperamos su visita en el restaurante o su siguiente pedido con gusto. Gracias por su preferencia —sin más que decir, partió para volver a sus deberes en el trabajo.
Thomas cerró la puerta con el peso de su espalda, suspiró ilusionado y sus ojos brillantes se perdieron en el techo. No pasaron ni dos segundos y sintió las miradas juzgantes de sus compañeros.
—¿Qué? —frunció el ceño—. ¿No que tenían hambre? Traguen y dejen de verme así.
—Después nos arreglamos contigo… —amenazó Fred—. Vamos a acabar con esta comida, ¡y después a la tienda de disfraces! Tenemos una relación que romper…
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Editado: 26.07.2024