Ninguno dudó y salieron corriendo tras él en grupo. Ignoraba qué pasaba, pero tenía que ser algo importante o muy malo como para que Alex reaccionara con tanto desespero. Seguía sin prestar atención a los llamados de sus amigos y los dejaba más atrás con cada paso que daba; es más rápido que el resto, alcanzarlo parece misión imposible.
Avanza por las calles sin frenos o precauciones, los coches o semáforos en verde es lo último que le importaba. Esquivaba a la gente sin dar explicación alguna y mucho menos ofreció una disculpa por algún empujón dado. Lo obvio tenía que pasar tarde o temprano: en una calle provocó que un coche frenara en seco para evitar aplastarlo, aún así, no perdió velocidad. El conductor pitó con evidente y justificada molestia, fueron los chicos quienes, sin dejar de avanzar, se disculparon por el inconveniente.
Muchas calles e incidentes involuntarios después, Alex dio la vuelta a una esquina. Creyeron perderlo por leves instantes, hasta que descubrieron que dicho cambio de carril fue el fin del trayecto. Tan pronto lo alcanzaron se encontraron con un terrible accidente automovilístico; policías y bandas amarillas de precaución limitan el paso a todo aquel que quiera curiosear.
Agitado y más alterado que antes, Alex mira la escena sin saber qué hacer; ¿hay un modo de actuar aceptado por la sociedad para estos casos? Agotados por seguir a su amigo, el grupo de cinco recobró el aliento con las manos sobre sus rodillas. ¿Por qué Alex vino desesperado hasta aquí? Las explicaciones serán dadas por los hechos a continuación.
Alex no esperó a que alguno de los suyos insistiera en obtener información valiosa y avanzó con prisa hasta el auto. Pasó por debajo de la banda amarilla y todo hubiera sido un camino recto, de no ser por un policía que lo detectó en la zona:
—¿Qué haces, jovencito? No puedes traspasar la banda.
—Déjeme pasar —forcejeó Alex con la poca calma que su voz aún podía conservar.
—Esto es una negociación, sal del perímetro...
—¡Son mis padres!
La revelación provocó un vuelco en el estómago de los presentes; la agonía, el dolor y desesperación se escucharon muy claras en esa exclamación. El oficial se vio debilitado por la lástima que el chico emitía, quiso cumplir con la única orden que se le asignó, pero por una u otra cosa terminó por perder la disputa. Alex no se mostró indefenso, pues su fuerza física fue suficiente para ganarle al adulto; las órdenes por alejarse del accidente le entraban y salían por los oídos sin crear consciencia. Se pidieron refuerzos de inmediato.
Alex se abrió paso entre basura y parte del automóvil que obstaculizaban su camino; muy poco le importaba no alterar la escena el crimen. Terminó por encontrarse con los cuerpos sin vida de sus progenitores, el terror y el shock en sus ojos hizo que el tiempo se detuviera.
Ambos cuerpos sin vida tenían un disparo en la frente y como si eso no fuera lo suficientemente aterrador, yacían cubiertos de sangre sobre sus asientos, gracias a heridas letales fuera de las causadas. Tan violento tuvo que ser el “accidente” como para crear la perturbadora vista; ni la mente más intrusiva podría hacerle competencia a tal rastro que la muerte deja en el mundo de los vivos. La vista de nuestra víctima se volvió borrosa, su cuerpo comenzó a temblar sin control.
Un charco de sangre se aproximó a sus pies y llegó hasta sus zapatos; un cuerpo que aún no se congela puede almacenar grandes cantidades de sangre. Con toda la fortaleza del mundo, apoyó ambas manos en los hombros de su padre, quizá con la esperanza de verlo abrir los ojos, entra en duda que sea para tragarse la idea de que ya no hay vida en ese automóvil. Tocó y apretó la fría mano de su madre, todo para empeorar su depresión.
—Madre... padre... —musitó con la voz entrecortada, a punto de desbordar lágrima tras lágrima—. Háblenme... por favor. ¡Háblenme! —les imploró inútilmente—. ¡No pueden irse! Por favor... —rogó entre gimoteos.
La realidad no es condescendiente con ningún alma en pena, por más herida y agonizante que se encuentre. Dos policías hicieron que el tiempo volviera a avanzar: tomaron al chico de los brazos y lo jalaron lejos de lo que más amaba en este mundo. Quiso ir en contra en los agarres entre pataleos y exclamaciones, pudo haber vencido, pero los chicos se unieron a la causa. No solo porque de entrometerse más en el trabajo de los hombres sería merecedor de fuertes castigos legales, sino, porque no podían permitir que sus ojos registraran más detalles del horrible acontecimiento. Ver el cuerpo del ser que amas en un estado tan deplorable es un castigo que nadie debería sufrir.
—¡Suéltenme! —exigió con diez manos amigas sobre él—. ¡Madre! ¡Padre! —no hay cupo para la cordura en esa alma tan traumatizada. Lágrimas de desesperación y tristeza salían de sus ojos, mientras estiraba su brazo en dirección al coche en busca de una respuesta imposible—. No pueden dejarme...
Sus fuerzas lo abandonaron, se dio por vencido y se dejó caer al suelo sobre sus rodillas. Con la cabeza agachada, tembló temeroso de que esa fuera su realidad; tragar un sorbo tan amargo como perder a tus seres queridos no es algo que el cuerpo asimile con facilidad. Las lágrimas de sus sollozos caen sobre sus manos ensangrentadas, el terror se convirtió en histeria bloqueada. Sus negaciones sigilosas provocaron impotencia en el grupo de adolescentes, quienes no tardaron en expresar su pésame con lágrimas y un silencio lleno de respeto.
Tras no encontrar consuelo en la incredulidad, Alex se abrazó con la intención de sentirse a salvo, sin dejar de apretar su dentadura para ahogar un grito desgarrador; tenía fe en que su vida de ahí en adelante no se volvería helada. Por desgracia, esos abrazos fraternales que vivió y sintió desde niño no iban a volver jamás.
El resto se acercó y le dio aliento en forma de abrazos; el sonido de una ambulancia fue lo que culminó la memoria.
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Editado: 26.07.2024