Honest (editando)

Capítulo 79

De acuerdo... déjenme explicar lo que pasó, porque apenas lo asimilé… eso creo. Abigail le susurró algo a Alfred y minutos después, tras irse, llegó con una caja blanca en sus manos. 

—¿No prefieres llevar tú misma el paquete? —preguntó Abigail con cierta emoción y misterio—. Tu mensaje no le llegará de la misma forma si se lo doy yo. 
—Pero, ¿no es peligroso? 
—Para eso es esto —abrió la caja, dentro había una peluca y un vestido blanco. 

Entendí muy rápido lo que quería ofrecer, aún así me explicó su plan para darme confianza: 

—Con esto fingirás ser yo. Saldrás con Alfred y subirás al coche. Él te llevará a dónde Alex y entonces le darás tu regalo. 
—La policía puede seguirnos... 
—No te preocupes por ellos, no pueden hacerlo. Debido a mi posición en la sociedad tienen estrictamente prohibido acercarse al vehículo a menos que yo pida un servicio de vigilancia. Si lo intentan se meterían en problemas con la seguridad de otro país. Es algo muy difícil de explicar, solo necesito tu respuesta, ¿quieres ver a Alex? —me extendió el supuesto disfraz. 

Creo que no necesito decir qué contesté. Lo último que me dio fue un teléfono para llamar a Alfred en caso de una emergencia, subí al choche y esperé que llegara al destino. Finalmente, después de varios minutos se estacionó y me ayudó a salir cordial, tal y como lo haría con Abigail. Para no interrumpir nada o hacer demasiado alboroto, prefirió esperar en el coche, no sin antes indicarme a donde debía ir.  

Ahora voy por la acera con un vestido blanco, tacones y una peluca. Sobra decir que me siento muy incomoda, no soy fan de los vestidos y no soporto los tacones. 

—¿Cómo puede caminar Abigail con estas cosas?  

¿Cómo llegué a esto? Solo quería dar un detalle, ¡nada más! No importa, en mi bolsa traigo un cambio de ropa, ni de broma voy a estar vestida así todo el día. 

Después de muchas taconeadas llegué a mi destino: el sitio está lleno de pequeños departamentos o bien, casas pequeñas de dos pisos, Thomas tenía razón, no se les ocurriría buscarlo aquí, es un lugar humilde, pero bonito. Sí yo viera a Alex y comparara este lugar con su casa, no tiene nada que ver. 

—¿Qué hago ahora? —pensé al estar de pie frente a la puerta. Me quedé en blanco.  

Supongo que no hay más opción que tocar la puerta y ya que no hay timbre haré uso de mis nudillos.  

Alex 

Recuerdo la primera vez que fumé en la cama: quería hacerlo mientras veía en techo, sentir ese regocijo de superioridad por un momento, hasta que un poco de ceniza me quemó el cuello y posterior a eso, dejé un agujero en la sábana. Mi yo del presente que hace lo mismo, pero con más experiencia, recuerda eso y anhela provocar un incendio que termine con todo. Tratar de relajarse con tantos pensamientos intrusivos en el aire es muy complicado. Expulso el humo y veo tantos escenarios en él que termino por sentirme agobiado 

No he dormido en días, estoy agotado. No puedo dormir aunque cierre los ojos por un buen raro, que irónico y cruel de mi organismo no dejarme descansar, aunque sea un poco. Veo en la oscuridad de mis parpados imágenes horribles, dignas de pesadillas habituales.  

Solo me queda disfrutar (hasta donde sea posible) del silencio que abriga el lugar; el humo que se esparce y desaparece lento quiso darme un pequeño refugio hipnotizante, hasta que unos golpes en la puerta arruinaron todo. Confundido, cambié de posición para estar sentado, todo con el fin de analizar el suceso.  

No se trata de ninguno de los chicos, la forma de golpear es diferente…. siendo sincero, no estoy de humor para visitas. Esperé un poco con la intención de que se fueran, pero los toquidos se volvieron insistentes. Ya no confío en nada, mi mente está hecha un desastre y ahora tengo que lidiar con esto.  

Descargué mi molestia en mi vicio al extinguir su vida y fui hasta la puerta. Ojalá todo sea una alucinación. 

Usé la ventana principal como punto de espionaje, abrí con cautela la cortina con el fin de verificar si valía la pena el disgusto. El karma se cobró mi mala actitud, los rayos de sol me lastimaron un poco, pero al final pude ver con claridad. Distinguí una figura femenina con cabello rojo al otro lado de la puerta. No me fue difícil saber si dicha mujer era o no era Abigail, me basta con ver ese ridículo bailecito de nerviosismo para confirmarlo. La conozco y la persona que está afuera no es ella. 

Más fastidiado no puedo estar. Pobre del que esté intentando hacerse pasar por ella.  

Fue una maniobra rápida y fácil. No di espacio a saludos o presentaciones: jalé al impostor del brazo y tan pronto lo dejé dentro, azoté la puerta. No le quedó más remedio al pobre que mostrar sorpresa en una tonta exclamación.  
Mi compasión se acabó hace mucho, mi parte desquiciada hizo de la suyas y descargó todas sus energías negativas: con mi víctima contra la pared, apoyé mi brazo sobre su cuello para impedir movimiento. No soy capaz de verle el rostro por todo el cabello despeinado sobre él, igual no hace falta. 

—Tienes agallas para haber venido y tener el descaro de perturbar mi paz —apliqué más presión—. Dame un motivo para dejarte respirar.  
Con el poco aire que le quedó (puesto que sus manos estaban aterradas y aferradas a mi brazo con el fin de ganar aire), hizo a un lado el cabello. Su quejido adolorido y desvanecido me ayudaron a recobrar el control sobre mí mismo.  
—¡¿Sara?! 
—Sí, su señoría... —asintió aturdida por el golpe. 

Quité mi brazo para darle libertad. Pude haberme arrepentido por ser tan brusco, pero la pregunta en mi mente me ayuda a victimizarme: ¡¿Qué hace ella aquí?! 

—Otro poco y me dejas sin aire —rio sin dejar de toser. Ante mi shock decidió empezar de nuevo—. Hola —sonrió dudosa.  
—¿Qué haces a... —la punzada en mi cien me dejó sin voz. 
Apreté los ojos y me llevé una mano a la frente, el dolor escala a pasos agigantados. Empecé a escuchar un zumbido en mi oído y a sentir náuseas seas. No otra vez, por favor... 

Como si mi martirio no existiera, Sara quiso contestar mi obvia pregunta. No obstante, no pude controlarme ni evitar sucumbir. Me tambalee sin poder seguir de pie, perdí fuerza y me fui de lado gracias al mareo que aturdió mi mente.  
Entre nervios y buenos reflejos, Sara alcanzó a sostenerme antes de que cayera al suelo. Me siento muy débil y mi respiración se volvió agitada; mi cuerpo no está bien como para recibir emociones fuertes ahora. Todo me da vueltas y mi cabeza duele al punto de querer provocar un derrame. 

—Tranquilo, te ayudaré... —hizo un esfuerzo— a recostarte. 

Me llevó como pudo hasta el sofá, casi me dejó caer, pero parió un hijo por no permitir mi azote. Todo el movimiento (aunque fuera gentil) empeoró el zumbido que ahora se movió hasta mis oídos. 

—Dios, estás ardiendo en fiebre… piensa, piensa, piensa. ¡Una toalla! 

Como si ella estuviera muy lejos, la escuché ponerse de pie para dirigirse al baño. Por otro lado, también escuché un pequeño golpe: 

—¡Cochinos zapatos! Ay… ya me disculparé con ella después —llegó con una toalla en las manos y me la puso en la frente—. Tranquilo, tú.. tú solo respira, inhala y exhala. 

Mientras yo intento acatar la indicación, ella se pregunta en bajo cómo ayudarme de la manera más efectiva. 
—Hay pastillas... —tragué saliva para que mi voz no sonara tan entrecortada— pastillas en el baño... 
—Ok, ok, te las traeré para que te las tomes. 

Al menos el zumbido había disminuido, ya puedo escuchar con claridad la voz de Sara. 

—Aquí están. Te traeré un vaso de agua. 
—No hace falta... —tomé la caja y me tragué dos.  
No sé en qué momento dejé de necesitar agua para tomar medicamentos, pero no voy a pensar en la respuesta ahora. 

—¿Seguro de que no quieres agua? —preguntó atónita por ver mis “habilidades".  
—Estoy bien... 
—¡No digas que estás bien! Casi te desmayas... 

¿Cómo le digo que es algo que ya me ha pasado otras veces? 

Quitó la toalla de mi frente pasados unos minutos y apoyó su mano para conocer mi temperatura. Un breve comentario me dio a entender que el calor había disminuido un poco. Por alguna razón, sentir su mano en mi frente hizo que el dolor disminuyera por leves instantes, igual y solo es la medicina haciendo efecto lo que me hace creer eso. A quién engaño, no estoy bien como para tener sospechas sin fundamentos.  
—Iré a cambiar al agua —no la dejé ponerse de pie y la tomé por la muñeca. 

No tengo ganas de hablar, así que me di a entender con hechos: volví a poner su mano sobre mi frente.  

—La fiebre ya bajó, Alex. 
—Tu tacto ayuda con el dolor... 

Captó mi agotamiento y sin hacer más cuestiones (aún habiendo varias) aceptó cumplir mi petición. Ni ella ni yo entendemos por qué algo tan simple como esto ayuda con un malestar, tal vez es la empatía. 

Se sentó en el suelo y mantuvo su mano en mi frente: 

—Me quedaré aquí hasta que te sientas mejor. 

La sensación de relajación (muy extraña, debo decir) llegó a mi cabeza, ya puedo respirar con tranquilidad y el dolor disminuye poco a poco. Mis párpados se volvieron pesados, intenté mantenerme despierto, pero… parece que al fin voy a poder dormir, aunque sea un poco. 

Sara 

Han pasado unos veinte minutos y sigo aquí a sentada. No dejo de ver a Alex y deducir su cansancio extremo, pero algo me hace creer que ya se siente mejor. Hasta ahora que lo veo con más detenimiento puedo notar sus ojeras pronunciadas, seguro no ha dormido bien. Verlo tan demacrado y… diferente me da pesar.  
Retiré mi mano de su frente solo para comprobar que por fin se durmió, menos mal. El trasero me duele de estar sentada.   

—No puedo dejarlo así —pensé al ponerme de pie y estirar los músculos.  

Sé que la idea era venir, darle el regalo y ya, pero no puedo abandonarlo, no en su estado actual. Podría decirle a Abigail que venga... ¡no! Tengo que resolver esto sola. 

Llamé a Alfred para decirle que regrese con Abigail, puesto que no voy a volver con él. Le pedí que le comentara lo que había pasado y que la llamaría cuando todo estuviera bajo control. Me quité el vestido y la peluca para volver a usar mi propio atuendo; extrañaba mi pantalón. 

Ahora que estoy más cómoda y tranquila tengo que hablar con Paola y pedirle ayuda. Si no regreso a casa mi mamá me va a colgar. Tengo que crear una excusa. 

—¡¿Qué?! ¿Dónde estás? —reclamó Paola eufórica. 
—Estoy con Alex… por favor no te enojes —es lo último que necesito ahora. 
—¡Dijiste que no lo ibas a ver, muchachita mentirosa! 
—Sí lo sé, pero pasaron muchas cosas. Te juro que te lo explicaré después, estoy fuera de peligro, lo prometo, solo necesito que me cubras con mamá. 
—Otra vez... 
—No puedo dejarlo así, Paola. 
—¿Te das cuenta de lo que haces por él? Pones en riesgo tu vida, a tu familia y probablemente la confianza que tu madre tiene en ti. 
—Es mi amigo. Yo haría lo mismo por ti, por Josh o por los chicos. Tu harías lo mismo por mí, ¿no? 
—Sí... eso creo. 
—Por favor, sólo por esta vez, inventa que voy a dormir en tu casa. 
—Conozco a tu mamá, va a querer hablar contigo. 
—Dile que estoy en el baño u otra cosa, eres muy inteligente para los planes. Cuando todo termine juro ir contigo para que compruebes que estoy bien. 
—Más te vale, muchachita mentirosa. Voy a cubrirte… 
—¡Gracias, gracias! No sabes cuánto te quiero. 
—Mira hasta dónde llego por ti, espero que lo aprecies... 
—Lo hago y mucho. 
—Más te vale. Te dejo, no olvides llamarme por cualquier cosa. 
—Lo prometo. 

Con un peso menos encima me di un momento para respirar en paz. Ahora solo queda esperar a que Alex despierte y… veremos qué sucede después.  

—Bien, ahora a esperar. 
 




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