El padre Roberto despedía a los feligreses, la misa había estado tranquila y se enorgullecía del sermón que había dado, cuando se despidió de la gente muchos lo felicitaron por su sermón diciéndole que era uno de sus mejores mensajes, muy profundo y lleno de amor. Él sonreía ya que su sermón trataba del amor, en especial del amor de hermanos, tanto de hermanos biológicos y hermanos en la fe, la gente casi salía por completo de la iglesia, pronto cerraría las puertas y descansaría, pensó él, hasta que se percató que había una mujer sentada al final, estaba con su cabeza escondida entre sus manos, daba la impresión de estar rezando o de estar llorando, la gente había pasado por su lado sin notarla, decidió acercarse y al hacerlo pensaba cansada mente: "este trabajo nunca termina cuando quieres".
- ¿qué tienes hija? - hablo suavemente. La mujer levanto la cabeza.
- hola padre, disculpe la molestia - hablo con lágrimas en sus ojos, era joven de cabello castaño, Roberto sintió un pequeño estremecimiento al ver una cara tan triste pero hermosa.
- no es molestia, de verdad. No te había visto antes ¿es la primera vez que vienes?
- sí, yo en realidad no sé por qué estoy aquí, salí de mi casa a caminar sin rumbo y terminé aquí.
- muchas veces salimos sin rumbo hija - comenzó a filosofar, no podía evitarlo, creía que todo pasaba por algo y que nada era al azar - pero en el fondo sabemos que es porque buscamos algo.
- ¿algo como que padre? - dijo curiosa.
- eso solo tú lo sabes o lo sabrás.
- me llamo Alejandra, por cierto - le sonrió estirando su mano, con la otra se secaba los ojos.
- soy el padre Roberto, es un gusto Alejandra - dijo estrechando su mano, era suave.
- ¿qué es eso? - dijo apuntando a una esquina.
- eso un confesionario.
- ¿y yo puedo confesarme?
- claro que puedes, pero ¿porque? - le dijo amablemente - puedo ver qué no eres creyente.
- sí creo en Dios, padre, aunque no creo agradarle.
- ¿porque sería eso?
- he hecho algo horrible, pero preferiría que habláramos allí, es más privado.
- claro, pasa - dijo guiándola con su mano.
La joven camino al confesionario, Roberto la siguió y no pudo evitar fijarse en su figura, era atractiva, su cuerpo era atlético, Roberto creía que debía de tener su edad, unos treinta y dos.
Cuando entro en el lugar, ella estaba pensativa, tal vez estaba dudando de hablar con él o lo que quería decir era muy grave. Roberto sólo la miró y decidió esperar, así estuvieron unos minutos hasta que ella tomó aire y le miró.
- me gusto su sermón, aunque me puso muy triste.
- entiendo, ¿por qué te puso triste, te hizo recordar algo?
- sí, me hizo recordar a mi hermana.
- ¿ella está muerta?
- no padre, pero le falta poco, tiene cáncer.
- lo siento.
- yo también - dijo y le miró más seria - la cosa es que... siempre la odié sabe, desde que tenía quince, la odiaba de verdad
- ¿ahora no la odias?
- no lo sé, pero antes se con seguridad que si.
Siempre fue buena en todo, era atlética, inteligente, la favorita de mis padres obviamente, siempre sobresaliente. En ese entonces yo estaba en mi fase rebelde, fiestas, salidas si permiso, lo que sea con tal de no parecerme a ella, ¿pero sabes que era lo peor?
- ¿que?
- que ella siempre me ha querido, mejor dicho, siempre me ha amado.
- ¿y eso que tiene de malo?
- ahora que entiendo las cosas, no tiene nada de malo, pero en ese entonces creía que solo lo hacía para burlarse de mí, yo siempre la trataba con indiferencia y ella siempre me correspondía de forma cariñosa, cuando me castigaban ella siempre se ponía de mi parte y eso me hacía odiarla más. Cuando pasaron los años ya cuando tenía veinte, parecía una vieja amargada, no tenía amigos, no tenía una pareja estable, todos me dejaban y yo siempre la culpaba por eso.
- ¿porque te dejaban tus novios?
- sí, es que siempre que los llevaba a casa y la conocían era como si quedarán hipnotizados por ella y yo montaba en cólera, hacia unos espectáculos dignos de telenovelas. Hasta que un día exploté, fue un martes o miércoles no lo recuerdo muy bien, mis padres me presionaban para que trabajara o estudiara, cualquiera de las dos opciones era válida para ellos, pero me dijeron que no podía seguir de vaga en casa, en eso mi hermana intercedió por mí, hizo que mis padres se calmaran y fue entonces que mi padre me dijo "¿por qué no puedes ser como tú hermana? Sentí como el calor se me subía al rostro "tono no quiero ser como está perra" grite apuntándola, mi padre me dio una cachetada tan fuerte que me dejó un moretón en el labio, entre tanto mi madre me miró con lástima y ella también, desde ese día la evite tanto como pude, casi no le hablaba y ella se esforzaba en qué nos llevaremos bien.
- bueno, a veces tendemos a actuar por impulso y cuando estamos molestos decimos lo primero que este en nuestros labios.