Capítulo 8.
Día 36, Enero 7.
Enot Miller.
No había venido a un lugar así. Era tan grande, y había tanta agua que solo eras capaz de ver a través de las enormes vitrinas.
También era frío, supongo que tenía que ver con su tamaño. Y como la tonta que soy solo me había puesto una camisa de tirantes y unos Jeans normales... Jayce me dio su sudadera.
Y justo ahora nuestras manos estaban entrelazadas por la multitud a nuestro alrededor, era tanta gente que temía perderme, y sin embargo el acuario era un lugar hermoso. Aunque la calefacción era muy alta.
Frente a nosotros había dos estanques llenos de peces pequeños, y caballitos de mar. Me sentía muy pequeña admirando con ilusión todas aquellas criaturas frente a mí, y posiblemente Jayce ni siquiera ponía atención por tener su mirada fija en mi. Podía sentirla perforando mi rostro.
—¿Podemos ir a ver a las tortugas marinas?—. Señale un pasillo que supongo nos llevaría a ellas.
El suéter de Jayce tenía su aroma, y la calidez de su mano entrelazada con la mía era algo que disfrutaba a más no poder. Tenía suerte que papá hubiera caído dormido al llegar esta mañana, y que Alan desapareció diciendo que volvería por la noche. Sino fuera por eso Jayce no hubiera podido traerme a un lugar tan hermoso.
Dios creo que me quedaría sin números si necesitara agradecerle todo lo bueno que ha hecho por mi en tan poco tiempo.
—Si eso quieres ¡Vamos!
Camino rápido, también se aseguro de no soltar mi mano en ningún momento, la calidez de nuestras pieles chocando se sentía como ver una noche repleta de estrellas.
Cuando llegamos al pequeño cuarto lleno de peceras el frío aumentó, supongo que la calefacción era el doble o triple de fría que en cualquier otro lugar. Miré con anhelo las pequeñas tortugas color verde mohoso nadar de un lado a otro, jugar entre ellas. También parecían atrapadas y destinadas a ser simples seres enjaulados.
—¿Vemos los tiburones?—. Asentí al darle un último vistazo a las tortugas.
—¡Si vamos!
Justo con un grupo pequeño de personas, caminamos en un pequeño pasillo que nos perdía en la profundidad del lugar, iluminado solamente con dos o tres luces amarillas que daban escalofríos. Si no fuera porque la mano de Jayce me sostenía, o porque su sudadera se sentía como un tacto suave entre su piel y la mía, me hubiera asustado un poco en ese angosto pasillo.
—Están aquí.
Y si, la transparencia del vidrio nos mostró a aquellos animales enormes, solo eran dos o tres. Pero el color gris y blanco en su piel áspera, sus pequeños ojos negros separados, y los miles de dientes afilados te ponían los cabellos de punta. Incluso vi a una pequeña llorar tanto que tuviera que sacarla de aquí, me contuve un montón por no soltar una inocente risita.
—¿Recuerdas esa película de tiburones asesinos?—. Solté su mano y me acerque a la pecera.
—¿White shark?—. Asentí.
—¡Esa! Imaginas que esto se rompa y nos coman a todos—. Ya lo podía imaginar en mi cabeza.
Y como no controle el volumen de mi voz, varias personas de entre la multitud se me quedaron viendo con una cara de "Necesitas ayuda" lo cual solo me hizo dibujar una sonrisa de lado en mi cabeza.
—Das miedo come libros—. Parecía distante y distraído, sus respuestas lo demostraban.
—Pero eso ya lo sabías.
—Cierto.
No sabía qué hacer, este ambiente de repente parecía pesado, así que metí las manos en su sudadera, aquí hacía bastante frío. Entonces mi mente hizo clic, este tonto me había dado su única forma de mantener el calor en su cuerpo, había estado aguantando todo este tiempo la calefacción de este lugar.
Me le acerqué de nuevo, mientras personas iban y venían sin prestarnos la mínima atención. Suspiré, rodeé su cuerpo son mis brazos y hundí con suavidad mi mejilla izquierda en su abdomen, se tenso como lo imaginé, pero luego sentí sus brazos en mi espalda, no podía decir pero seguro así podía estar más cálido.
—Eres tierna—. Murmuro en ese tono, uff con eso cuantas chicas no tendría a sus pies.
—Solo lo hice porque tienes frío—. Aclaré fingiendo ser la víctima.
—Entonces gracias—. Beso la parte de atrás de mí cuello, y me apretó un poco.
El olor de su sudadera no era nada comparado con la intensidad de su aroma, de la fragancia que desprendía de él.
Y entonces... Me di cuenta de algo, Jayce también se sentía como un ser humano que se podía romper, sin importar su cuerpo, o su personalidad tan animada. Podías hacerle daño con facilidad, y yo, yo no quería hacerle ningún tipo de daño, él no merecía ser lastimado por nadie.
—Mereces el mundo entero—. Susurré contra su pecho.
Me di cuenta de lo que había dicho muy tarde, él estaba rojo y me miraba con los ojos brillantes, talvez no lo escucho, quise pensar eso. Pero estaba más que claro que él lo había escuchado.
(...)
Regresando a su auto sonreía como tonta. No había venido a un lugar como éste y se sentía bien, Jayce Adams era mi primera vez en muchas cosas, tenía un sin número de cosas para considerar que el chico no era uno del montón para mí, y era hora de que él se diera cuenta.
—Hey, pesado—. Por alguna razón él me estaba poniendo mi cinturón de seguridad.
No le voy a buscar explicaciones a eso. Solo lo voy a disfrutar.
—¿Qué pasa come libros?—. Estaba demasiado cerca como para que me pudiera concentrar.
—¿Estas ocupado pasado mañana?—. Pensé que estaría más nerviosa, pero a pesar de que mi corazón latía sin freno, mi voz sonaba despreocupada.
—No... No creo estar ocupado para ti nunca—. Afirma al acomodarse y encender el auto.
—Ven conmigo—. Solté como si nada
—¿A una cita?—. Porque tenía que ponerlo de esa manera.
—Supongo—. Perdí mi mirada en el estacionamiento.
Aunque fui totalmente capaz de ver por el rabillo de mi ojo cuando él sonrió satisfecho, haciendo un desastre en mi pecho. Talvez él no era capaz de escucharlo, pero mi corazón justo ahora latía sin freno, sin ganas de parar, y dejando la puerta abierta por si se le apetecía pasar.
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Editado: 13.03.2024