Tenía mucha hambre. Hacía un día entero que no comía.
¡Maldición! Me estaba muriendo, quería comer.
¿Qué podía hacer? Me di cuenta que no servía para mendigar, y las personas no te darían ni una migaja de pan si no eras bueno, pero yo no pensaba rebajarme a ese nivel, ya era suficiente humillación con tener que beber de una fuente. Dejarme apapachar como a un gato de verdad, ya era demasiado.
Estaba caminando por la plaza, y mis ojos felinos captaron el tacho de basura.
Me subí a él de un salto. Miré su contenido con interés. Había sobras de pizza, de hamburguesa, algunas galletas, un helado derretido, debo decir que era un manjar, un asqueroso manjar, pero se veía apetitoso para un gato que no comía desde hacía veinticuatro horas.
Me pregunto por qué no he visto a ningún gato de esta plaza robando comida de este tacho. ¿Acaso no tienen hambre? Son gatos que viven en la calle, pues deberían tenerla ya que es difícil conseguir comida.
— Estás muy equivocado, Bocanegra, si piensas que comeré de la basura — le dije a la estatua y esta permaneció inmutable, ni me contestó, como era de esperarse de cualquier estatua, por más poseída que estuviera.
Mientras miraba con enojo al retrato de piedra del dios gato, me percaté que, a unos metros de mí, un gato me miraba con curiosidad.
Luna me miraba con interés, al parecer recién se enteraba que había un nuevo gato-humano viviendo en la plaza con ellos.
La gata blanca se acercó a mí e intentó olerme el rostro, pero de inmediato la alejé de una bofetada.
— No te tomes tantas libertades — le dije, pero al parecer lo interpretó como un juego, porque segundos después se arrojó sobre mí y me apresó con ambas de sus patas delanteras — ¡Suéltame! — le grité y mi voz salió como la de un bebé llorando.
La gata era fuerte y no me soltaba. Y al parecer pensaba que mi cabeza era un juguete porque comenzó a mordisquearla sin parar.
Logré soltarme de sus garras al pegarle una patada con ambas patas de atrás.
Luna al parecer no tuvo suficiente, porque intentó volver a apresarme con sus patas, pero yo la esquivé y salí corriendo mientras gritaba como si, el que me persiguiera fuera un león y no una gata.
— ¿Qué tenemos aquí? — conocía esa voz — Luna, no molestes al chico nuevo.
La chica tomó a la gata entre sus manos, y así se dio por terminada la persecución.
— ¿Quién eres tú? — me dijo agachándose a casi un metro de mí, pero yo salí corriendo de inmediato, para ocultarme en mi arbusto.
¡No quería que me viera así! En esta forma, era tan humillante.
— No seas tímido — me dijo cuando se acercó al arbusto.
Podía ver a la chica algo borrosa a través de las ramas. Estaba muy equivocada si pensaba que me comportaría como un gato.
Un fuerte aroma a carne y pescado me inundó las fosas de repente. Miré a través del arbusto con interés. La chica había abierto una lata de comida a unos centímetros de donde me encontraba.
— Ven, gatito — decía mientras sacudía la lata de comida.
Estaba muy equivocada si pensaba que iba a tentarme con eso.
Estuvo varios minutos esperando que yo saliera, me llamó y acercó la lata al arbusto de manera insistente. Pero yo no era un estúpido gato que se dejaría tentar por eso. ¡Ni siquiera era un gato para empezar!
Como vio que no tendría éxito conmigo, desistió en su tarea y se alejó, dejando la lata en el lugar, fuera del arbusto. Seguramente pensaba que si se alejaba yo saldría.
¡Qué estúpida! Era un hombre no un gato. ¡Me negaba a comer esa basura!
La chica se encargó de alimentar a los otros gatos, entonces comprendí porque los gatos de esta plaza no revolvían la basura, pues estaban lo suficientemente alimentados para andar buscando comida en zonas poco placenteras.
Pasó aproximadamente una hora cuando la chica comenzó a limpiar las latas ya vacías, la única que todavía quedaba llena era la que estaba junto al arbusto que era mi guarida del mundo exterior.
La chica se acercó a mí nuevamente y miró la lata de comida con algo de pena.
— No tengas miedo, gatito — me dijo y yo sólo pude ver su silueta a través de las hojas y ramas —. Te dejaré la lata aquí, para que puedas comer cuando ya te sientas un poco más tranquilo.