El calor provocado por estar en la habitación de Holly empezaba a provocar que el cabello se me pegara al cuello, sofocándome. Amarré mi cabello en una moña desprolija y solté un suspiro jadeante. La antes mencionada me tenía ayudándole a buscar unos malditos documentos que le requería la universidad, ¿para qué? No tengo idea. Pero lo que sí tenía en cuenta era que al parecer esta chica lo tenía perdido entre el caos de su cuarto.
Su figura se localizaba en el suelo en posición sobre sus cuatro extremidades buscando debajo de su cama los dichosos documentos.
—¿Dónde y cuándo fue la última vez que los viste? —demandé. En mis manos tenía papeles de todo tipo, hasta la factura por unos condones. «Me alegro que se cuiden, no deseo ser tía a tan corta edad»
Lancé la factura a la pila de basura.
—Eh...—caviló, levantando su cabeza— desde que mamá me las dio al principio de la carrera.
Calculé mentalmente, luego boqueé estupefacta.
—Eso fue hace 3 meses —sonrió incomoda—. Es lo que tenemos de estar en la universidad —le reñí.
Volvió su cabeza a la búsqueda del folder, mientras que yo seguí leyendo las facturas viejas para aparentar que hacía algo.
—¿Cuándo te irás a casa de Ash? —traté de picarle las costillas. Sabía que no le gustaba que le tocaran ese tema.
—¿Y tú cuándo admitirás que le gustas a Tobías y que él te atrae? —contraatacó, petulante.
Mi quijada se abrió, podía apostar que mi rostro mostraba detalladamente lo pasmada que me encontraba.
—¿Qué...?—solté, atónita.
—¡Oh, vamos! —se reacomodó, sentándose en la mullida alfombra beige—. Tratas de omitir el hecho de que el chico está muriéndose por ti y lo único que recibe de tu parte es indiferencia. Empiezo a creer que es masoquista con licencia.
Me alabé internamente al darme cuenta de que si le hubiera comentado la escena de la vez pasada cuando regresamos de la azotea, ahorita mismo estuviera perdida.
—Él no me atrae —canté con determinación.
—Pero no negaste el hecho de que tú le gustas —me señaló con una sonrisa egocentrista—. Tobías es muy guapo, ¿qué tiene de malo? A ver; es atento, buena onda, tranquilo, entre otras cosas que sólo tú sabes porque vives con él —puntualizó—. Y si no te has dado cuenta son muy lindos juntos.
Mi rostro se mostraba apacible.
—¿Te golpeaste la cabeza contra la cama o qué demonios te ocurrió?
Me fulminó con la mirada.
—No, estúpida cara de chango —masculló—. Lo dices porque quieres obviar la realidad, ¿Cuándo dejarás de huir, Emma?
—¿Cuándo dejarás de respirar, Holly? —sonreí maquiavélica.
—Jodete. En serio, Emma. Si deseas cambiar las cosas debes de estar abierta a las oportunidades del amor.
En mi interior alucinaba con darme de frente contra una pared por mencionarle lo de mi futuro cambio.
—¿Por qué al amor? Podría sólo cambiar mi estilo de vida pero tratar de no relacionarme con cosas de enamorados y...—la rubia me interrumpió.
—Emma Cooper Lancaster...—me reprendió molesta.
—¿Sí, mamá Holly?
Apretó sus labios para seguramente evitar soltar un millón de maldiciones hacia mí.
—Mejor sigamos buscando mis documentos —sugirió, con toda la calma que pudo obtener.
Asentí completamente de acuerdo con ello.
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A través de los días ocurrieron acontecimientos que hicieron que me replanteara la idea de que Tobías no podía ser un chico en el cual fijarme.
«Esto ocurre cuando tus amigas te meten chifladuras en la cabeza y lueguito estás pensándolo todo el tiempo»
Bien, comencemos con la mañana del martes.
Sus toques exhaustivos en la puerta de mi habitación me sacaron de mis sueños. Y aunque deseé lanzarle el despertador, soy una buena y educada compañera y nunca haría eso. Aparte, los despertadores no son tan baratos, y no soy una puberta tonta como para arrojarlo las veces que desee. Eso no pasa en la realidad.
Me descorrí de las crueles garras de mi cama y salté hacia el pedazo de madera que nos separaba. Abrí una rendija para poder verlo, sacando apenas mi cara y escondiendo todo mi cuerpo. No traía sostén, apostaba todo de mi salario a que iba despeinada horriblemente y es muy posible de que trajera baba en la orilla izquierda de mi labio.
Su cuerpo se hallaba vibrante de alegría, el par de canicas color miel evaporaban calma, sus manos cubrían su boca y sus cejas se querían juntar en el entrecejo. Su vestimenta me indicaba que estaba listo para salir y mi respuesta fue darme un golpe en la frente.
—¿Qué hora es? —murmuré, pasmada.
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Editado: 17.06.2019