El día había comenzado como cualquier otro, sol por todo lado, personas transitando, lo usual de siempre.
Tan monótono y aburrido como la vida misma.
Los humanos eran seres frágiles, capaces de morir por la mínima cosa, ya fuese por haberse mojado y sufrir de una fuerte fiebre, no comer o ser atropellado por una de esas cajas con ruedas. Sus muertes algunas veces eran tontas.
Acostado en uno de los sillones de una tienda, observó sin interés alguno el programa que en ese momento se estaba transmitiendo, programa en el cual no hacían más que llorar por terminar relaciones o pelear por una chica fea, cuando en realidad había muchas en el mundo. Amor… ¿qué era eso en realidad? ¿realmente era tan doloroso como para ocasionar el llanto a quienes lo padecen?
De ser así, concordaba con aquellas personas que decían con firmeza que era la peor enfermedad existente y que las mujeres eran la peor forma de contagiarse.
A pesar de odiar dichos dramas, algunas veces eran interesantes, podían ayudarle a dormir, lo cual agradecía. Cerró sus ojos sintiendo el sueño llegar, y él como era de esperar, no era quien para negarlo. Ya se había entregado a los brazos de Morfeo cuando sintió una mano tocarle el hombro.
Resopló molesto, el menor siempre elegía los momentos más inoportunos.
- ¿Qué quieres Jimin? - su voz mostraba total desprecio, ese que únicamente le sería dirigido a los idiotas que se atrevían a despertarlo.
-Deberías de dejar de perder el tiempo imitando costumbres humanas – el menor infló sus mejillas con aire molesto, era sorprendente que este pudiera poseer un puesto más alto que el suyo, y también que no le pegase por su falta de respeto. Ese enano de cabello castaño es su superior por más que no le gustase.
- ¿Y a ti qué te molesta que venga a verlos un rato o quiera dormir como ellos? – se incorporó finalmente- Hacer cosas como estas son agradable.
- ¡Suga! ¡Estás perdiendo el tiempo! - y el pequeñín comenzaba a perder realmente los estribos. - ¡Incluso parece que te gustan los humanos!
Sintió un estremecimiento ante lo dicho.
Los humanos eran seles viles y asquerosos, no le gustaban en lo absoluto. ¿Cómo era posible que inclusive hubiese considerado tal idea?
Vio al menor serio.
-No vuelvas a decir algo así, inclusive si es de broma, eso jamás sucederá.
Sus ganas de dormir habían desaparecido como por arte de magia, se levantó malhumorado y atravesó la puerta, no pensaba quedarse más tiempo a escuchar las palabrerías del más pequeño.
Mirar la rutina de los humanos no era más que un pasatiempo suyo.
El pelinegro vestía una camisa negra de manga larga junto a un saco atigrado, el cual era acompañado con un lazo negro, su pantalón era negro, ajustado a su cuerpo, resaltando de esa manera su figura, sus zapatos eran del mismo color, con un pequeño tacón.
Y sus orejas eran adornadas por unas pequeñas argollas la cuales no hacían más que causar más críticas de parte del castaño.
Esa mañana el primer accidente estuvo por ocurrir, un chico castaño pasaba la calle sin mirar a ambos lados, concentrado en la música que sus audífonos hacían resonar contra sus oídos. Por ello, no pudo reaccionar cuando una moto se aproximaba a toda velocidad.
- ¡Cuidado!
La expresión del chico mostraba verdadera desesperación.
Suspiró y tronó sus dedos, el tiempo a su al redero se detuvo, al igual que los sonidos siendo el de los zapatos el único audible.
Frunció el ceño.
-Por cosas como estás es que viven poco, tontos humanos- refunfuño mientras le jalaba del chaleco que parecía ser de su colegio. Luego de eso, volvió a desaparecer.
El tiempo siguió y el chico de la moto -el cual era un lindo peli-rosa- cayó al suelo, se lastimó un poco pero no pasó a mayores.
-Ay…-murmuró desde el suelo, negándose a levantarse debido al punzante dolor en su brazo.
El castaño se quitó los audífonos y le vio enarcando una ceja, el pobre peli-rosa había tenido la mala suerte de encontrarse con el menor cuando estaba de mal humor.
-Por favor…pásame la pizza- articulo entre jadeos, le sonrió leve cuando la vio levantarla, jamás se imaginó que el pequeño la tiraría en media calle y un carro le pasaría encima. - ¿Pero…qué demo…?
***
Aunque muchos no lo creyeran en más de un día varias personas morían, un caso de esos era el que muchos estaban presenciando.
Allí, en el suelo yacía un hombre de traje, seguramente un abogado o profesor, o cualquiera de esas profesiones que desempeñaban los humanos.
- ¿Señor, se encuentra bien? - preguntó la pelinegra un tanto preocupada por aquel hombre que había colapsado, su pronunciación no era perfecta, daba mucho a entender que era una chica de intercambio, apenas aprendiendo de la nueva cultura.
Él no se levantó y ella se agacho para ayudarle a incorporarse, pero él no era más que un peso muerto.