Antes de darse cuenta, como si se tratara de la mejor atracción jamás vista, ambas morenas se encontraban viendo el espectáculo que armaba el pelinegro al comer, nunca habían visto a alguien hacer tanto desastre, y comenzaban a pensar que debían enseñarle a comer o darle de comer si querían evitar que ensuciase todo el lugar.
- ¿Qué edad tienes? – preguntó la castaña, le daba bastante curiosidad, a decir verdad, ver al pelinegro era como ver a un bebé sin conocimiento del mundo, un enorme y torpe bebé.
- La verdad es que yo nunca la conté – menciono de forma distraída, sin pensar que sus palabras podrían sonar extrañas para aquel par de muchachas.
Ambas se voltearon a ver sin saber realmente que decir. ¿Contar su edad? ¿Qué clase de disparate era ese?
Tarde noto su error, tragó grueso y sonrió de forma nerviosa.
- Soy de la misma edad de ella -señaló a la pelinegra.
- ¿Tienes diecisiete? -preguntó con cierta desconfianza la castaña, y es que aquel pelinegro había lucido tan confuso al decirlo que ninguna de las dos sabría decir si su pérdida de memoria -que era la teoría más razonable del porque estaba tan confuso y decía vivir en el cielo- afectaba incluso el recuerdo de su edad.
- Eso mismo, diecisiete.
Quisieron jalarse del cabello o soltarse a reír por tal afirmativa, y es que casi por un segundo parecía querer copiar de cierta forma a la pelinegra, como si viese en ella algo que pudiera ayudarlo a recuperar las memorias perdidas. Además, bastante les costaba tomar enserio a un chico con todo el cuello lleno de caldo y vestido como si de un intento barato de leopardo se tratara. Pobre aquel que le viese en la noche, seguramente pensarían que se trataba de la mismísima parca, después de todo su expresión seria era algo que intimidaba bastante, aunque tal idea en realidad era bastante tonta, pues ese chico no podría en absoluto realizar una labor como esa.
- Ustedes tienen espacio aquí. -señalo con su dedo índice el pequeño salón de su sala, ese que era una de las pocas cosas que habían logrado conseguir con el dinero de sus trabajos de medio tiempo. - ¿Puedo dormir aquí?
Fue hasta en ese momento que la pelinegra frunció el ceño y le vio con desagrado.
Era cierto que tal vez por el golpe que tuvo por su culpa hubiese perdido la memoria y se hubiese hecho un tanto loco, pero había intentado redimirse, le había traído a su pequeño departamento y dado algo de comer, pero aun así este parecía querer aprovecharse de su bondad, pidiendo de esa forma tan poca educada que le dejasen quedarse.
No lo permitiría, bien podía ser un pervertido que podría atacarlas mientras dormían.
-No, ni siquiera pienses en aprovecharte de nosotras, te dejaremos que termines tu comida y te marcharas para no volver a meterte en nuestras vidas.
La castaña le hizo una mueca que supo identificar, quería que se callara y lo hizo pues el pelinegro no lucía como si fuera a contradecirla.
- ¿Tus padres viven por aquí? - la castaña le interrogo nuevamente, buscando una forma de poder cumplir con el caprichoso de la pelinegra sin sentir remordimiento.
¿Y si el chico no tenía donde pasar la noche? ¿Y si tuviera que pasar frío durmiendo debajo de un puente sin cobija o algo que le calentase?
El pelinegro se quedó callado y observó el suelo.
- ¿No los recuerdas?
Ante la pregunta de la pelinegra este sonrió levemente y negó.
¿Jimin contaba como un padre?
Era cariñoso algunas veces y se preocupaba por él, a punto de enfadarse cuando no le obedecía y pegarle algunos golpes en su intento de hacerle entrar en razón, aunque tales golpes rara vez los recibía.
- Te puedes quedar esta noche ya que salvaste a María, te estamos en deuda- confesó la castaña. Su amiga era todo para ella, en ese momento solo se tenían la una a la otra, y no sabría qué hacer en caso de perderla, su cariño había crecido tanto que comenzaba a asustarla. ¿Desde cuándo se comportaba como una madre preocupada por las estupideces que podría hacer su hija?
- ¡Eliza!
-Ella es tu salvadora, y nada de lo que digas hará que cambie de opinión.
Y terca como siempre la castaña seguiría con lo dicho hasta el final, por más que se quejara o hiciera una pataleta.
- Vamos a buscar algo que te sirva, un amigo me regalo ropa antes de mudarnos, quizás podría servirte.
Sonrió nuevamente.
El castaño que le veía desde una esquina frunció el ceño. El Suga que conocía no sonreía tanto, ellas le estaban haciendo algo raro.
Desapareció de inmediato, debía buscar una solución para traerlo de vuelta.
- Gracias, gracias.
Si hubiese sabido desde antes que salvar a alguien significaría recibir tan buen trato hace mucho lo hubiese hecho.
La pelinegra vio furiosa a la castaña y lanzó un pequeño gruñido, sin decir más tomó ese abrigo café que le había acompañado desde que la conoció y salió sin mirar atrás. Fue la pobre puerta la que sufrió su berrinche.