Un día más paso, el pelinegro parecía lentamente adaptarse al ambiente, al punto de
intentar ayudarles a rebanar los olores con tal de que pudiesen ahorrar tiempo.
Sinceramente eso fue algo que la castaña tuvo que agradecerle, pues siempre en las
mañanas tenía que correr de un lado a otro.
Además, en “secreto” ensayaba con los palillos chinos, esos que no hacían más que
frustrarlo más y más.
-Dime, ¿cuánto tiempo tendré que soportar siendo de esta forma tan patética? -
preguntó en un tono bajo, lo que menos quería en ese momento era atraer la atención de una de esas dos chicas.
-Hasta que pueda encontrar una solución- admitió el castaño ante él, negándose a
demostrar en sus facciones lo irritante que le parecía la idea de verlo de esa manera tan penosa.
Una camisa blanca y un pantalón negro de al menos dos tallas más que las suyas
vestían al pelinegro, y era molesto lo ridículamente largo que eran estos. ¿Quién usaba esa ropa? ¿Un poste eléctrico?
-Si no puedes regresarme, terminaré muriendo de esta forma.
-Exactamente, si no puedo morirás tarde o temprana- apretó los puños bajo la mesa
con fuerza, odiaba tanto la situación que deseaba poder agarrar a esa estúpida humana y
darle el mismo la vuelta.
Esperó a que el pelinegro volviera hablar, examinando con la mirada aquel lamentable lugar. Esa pequeña mesa y ese horrible plato hondo no era digna para él, no podía saber dónde empezaba la cocina y donde terminaba, era como una mezcla de cocina y sala. Hizo un gesto de desagrado.
- ¿Moriré? - comenzó a ponerse serio, viéndole con una expresión un tanto asustada.
El castaño odio esa expresión.
-Regrésame…por favor…
- ¿Eso qué es?
Finalmente reparó en los palillos, el pelinegro ante eso sonrió alegre, queriendo
presumir su logro -había logrado echar diez de veinte frijoles en el plato.
-Es algo que descubrí, es supuestamente es esencial para vivir como un humano. Se
necesita de esto, -señaló los palillos- para comer. Y lo que los humanos comen realmente sabe muy bien. Si quiere un día podemos comer juntos…-se detuvo al notar la expresión seria del más bajo, supo que la conversación no le agradaba ni un poco. Guardó silencio.
El castaño con uno de sus dedos hizo levitar los frijoles y metió los frijoles al plato,
algo que considero trampa de su parte, pues ese no había requerido ningún esfuerzo.
La mirada de superioridad del castaño realmente le desubico.
-No eres humano, no lo olvides.
La alegría que sentía hasta el momento se esfumó.
-Ahora me voy- se puso de pie con la intención de irse, y a pesar de sentirse molesto
y decepcionado -emoción la cual hasta ahora experimentaba y no sabía que era eso lo que sentía-, se atrevió a dedicarle unas últimas palabras.
-Jimin…lo siento.
- ¿Qué sientes? ¿Ser humano? - ni siquiera era capaz de disimular su molestia.
-No lo sé, supongo que por todo.
Este bajo la mirada dispuesto a irse, justo en ese momento la pelinegra estaba por
entrar en la cocina y atravesarlo y en el peor de los casos, dejarle igual a él.
- ¡No la toques! - gritó con fuerza, fue hasta entonces que notó su error.
Sus miradas se cruzaron por un momento, pero la pelinegra no se enteró, vio a
ambos lados en busca de lo que le había hablado el pelinegro, nuevamente sin encontrar nada.
Suspiró con alivio al ver que no se había repetido la historia.
- ¿Y ahora qué estás haciendo?
La pelinegra pensó en dejarlo pasar por esta vez, no podía siempre reaccionar ante
las tonteras que este decía. No obstante, la curiosidad le mataba.
- ¿Estabas hablando con alguien? ¿Con un fantasma quizás? - bromeó soltando una pequeña risa al final, el castaño que seguía aún en escena se molestó, pero no hizo nada al
respecto. ¿Cómo se atrevía a burlarse de Suga?
-Yo…estaba solo- y se forzó a sonreír.
La pelinegra volvió a preocuparse con la idea de haberlo dejado tonto con aquella
caída, y antes de darse cuenta, se vio así misma tomándole la temperatura, robando el rol que solía tener Liz con todos aquellos que veía mal.
- ¿Te duele algo?
- ¿Qué significa doler? - preguntó intrigado, algunas veces había escuchado a
humanos quejarse de esto ante de llevárselos. Parecían pasarlo un poco mal.
-Wow…
¡Lo he echado a perder! ¡Está absolutamente loco! ¿Debería llevarlo a un
manicomio?
-Liz, él realmente no es normal. Tiene unos tornillos flojos – intentó susurrar lo
último, lo cual no resulto. Para su suerte, el pelinegro no entendió.