Para la vergüenza del pelinegro, desde que se había vuelto humano su cuerpo había adquirido unos cuantos hábitos humanos. Y una de ellas para su molestia, era ese sonidito que indica cuando tiene hambre.
-Al parecer también hago esos ruidos- susurro de una forma apenas audible, como si temiera que tal afirmación causara una catástrofe.
- ¿Es qué no has comida hasta ahora? - pregunto con preocupación la castaña para luego ver con reproche a la pelinegra. - ¡Ve a hacerle algo! ¡¿No ves que tiene hambre?!
La pelinegra suspiro y fue a hacer lo pedido, no haría de ello un problema, no valía la pena. Tras ella venía un pelinegro que seguía murmurando cosas con una expresión de sorpresa
- ¿Por qué los humanos necesitan de tres comidas al día?
La pelinegra se agarró del pelo con una expresión exasperada.
¿En serio viviría con ese loco? ¿Por cuánto tiempo estaría en su casa? ¡Corrían peligro!
Daría brincos cual niña berrinchuda de no ser que siempre que hacía drama algo le salía mal y no quería en ridículo frente a un loco que creía vivir en el cielo.
Algo que también le era irritante era el mal manejo que tenía este con los palillos y las consecuencias que esto traía -le había arrojado al menos tres frijoles en la cara antes de por fin poder tomar uno de la forma correcta-.
- ¡Me he vuelto bueno en esto! - exclamó con emoción, tanta, que reprimió el deseo de decirle lo malo que realmente era.
También comía mucho, todo lo que llevase carne parecía activar un botón de pozo sin fondo.
-Todo esto es tan delicioso, me gustaría que Jimin también lo probara…aunque dudo mucho que siquiera quisiera intentarlo.
- ¿Jimin? ¿Y ese quién es? ¿Has recordado alguien?
A veces se le olvidaba que no podía mencionarlo, dado que como ahora, le causaría dificultades. ¿Cómo decirle que los humanos no podían verlo?
-No, solo he mencionado un nombre que me ha llegado a la cabeza.
-Dime si llegas a recordar, buscaré a esa persona por ti.
Suspiró y soltó una pequeña risa.
-Como si pudieras verlo, solo yo podría encontrarlo. Humanos como tu no pueden verlo a no ser que estén muriendo.
Admitió de forma simple, no encontraba otra forma de explicarlo por lo que optó por la que había creído más razonable.
- ¿Qué demonios…? ¿Tú acaso ves fantasmas? - observó a ambos lados, como si estuviese buscando algo fuera de lo normal, y no es que ella fuese alguien fácil de asustar. Solamente, le incomodaba un poco la idea de ser observada ya sea por un fantasma o un loco acosador.
Sonrió leve ante una idea que paso de forma repentina por su cabeza. ¿Y si le jugaba una broma como castigo por entrar al baño?
- ¿Pero qué diablos estoy diciendo? -suspiró – Soy demasiado idiota como para intentar al menos tener una conversación contigo.
El resto de la cena pasó en silencio.
Cuando terminó fue hasta su habitación y tomó su uniforme, ese que ya no usaría más. Y se dirigió al mismo basurero donde había dejado la ropa del chico, era un milagro que Lizz no lo hubiese visto, pues de lo contrario, ya le habría dicho toda una conferencia. Tomó la ropa con cuidado -la cual luego lavaría- y dejó en su lugar el uniforme.
Tal vez, solo tal vez pronto podrían llevarse bien. Ya que, de todos modos, Lizz ya lo había autoproclamado parte de la “familia”.
Se asomó a la sala y le vio sentado frente al televisor, viendo con una expresión de completo asombro, a la mujer que cocinaba en la televisión. Y por un momento, le pareció ver a un pequeño niño de ocho años en vez de uno de dieciocho.
Momentos como esos, realmente deseaba cuidarlo, protegerlo de cualquier daño que pudiera existir.
-María, ¿quieres venir a ver esto conmigo?
Sonrió de lado y fue, sin poner alguna negativa antes de proceder a ir a su lado. Cuando llegó, se sentó a su lado, siendo sobresaltada por el fuerte agarra de un par de brazos. Sorprendida volvía a verle solo para toparse con una cálida sonrisa. No pudo molestarse.