Cuando creces en una familia rodeada de narcotraficantes, de mafiosos, locos, ambiciosos y demás, desde niño te enseñan cinco cosas fundamentales:
1. Se inteligente.
2. Se astuto.
3. Se fuerte.
4. Se manipulador. Y,
5. Olvídate de los sentimientos, esos solos te hacen débiles.
Estoy por encima de las cinco hace mucho tiempo, no fue problema para mí aprenderlas al pie de la letra.
Siempre gano. Siempre busco la forma de hacerlo. Siempre soy fuerte. Soy experto en la manipulación y del amor ni hablar, ese tema ni siquiera es relevante.
Disparo la flecha y cae justo en el blanco. Coloco otra en mi arco y ésta también da en el mismo lugar.
Estoy por tomar la tercera cuando la voz del mayordomo llega a mis oídos.
—Señor, su familia lo está esperando en el comedor.
Le doy una mirada fría que él entiende a la perfección.
—Lo siento señor, se que odia que lo interrumpan, pero sus padres desean hablar con usted y lo harán durante la cena.
Apunto mi flecha al mayordomo y su cara palidece. Lanzo la flecha y ésta le roza la piel haciendo que su traje se rompa.
—Esa es solo una advertencia. Interrumpeme de nuevo y no vivirás para contarlo.
Tiro el arco al suelo junto a mis guantes y cabreado me voy en dirección al comedor.
Entro a la cocina y mi enojo aumenta más al ver al personaje que hay ahí, aparte de mis padres y mi hermana.
—¿Qué hace aquí ese señor? — el fastidio en mi voz es no es tan notorio. No me gusta que la gente sepa que estoy sintiendo. De igual manera, odio ver a la plebe en mis propiedades.
—Cálmate hermano, no siempre hay que estar con esa cara de culo. — habla la entrometida de mi hermana — Sonríe un poco, ha venido con buenas intenciones.
Ni siquiera la determino. Sabe que odio ver a esa gente en este lugar, suficiente tengo con tener que estar ligado a ellos para siempre como para verlos en lo que es mío también.
—Vino a suplicar que revoquen la promesa que se hizo hace 24 años.
No digo nada, solo miro a mi padre que es quien me da la información.
—Ya le hemos dicho que es imposible hacer eso, pero sigue viniendo. — aporta mi madre igual de fastidiada que yo.
A Hildegrade Hoffmann no le gusta repetir las cosas.
—Le doy tres segundos para que abandone mis propiedades o de la única forma que saldrá de aquí será como cadáver.
Amenazo y me siento en el comedor.
El señor, si es que se le puede llamar así, asustado se retira del lugar con lágrimas en los ojos. Patético.
A él nadie lo mandó ni aconsejó de que prometiera algo que ahora no está seguro de cumplir.
—¿Para que han mandado a Ludwig a irrumpir en mi entrenamiento? — pregunto a mis padres.
—Todo el día entrenas ¿que no te cansas?
—Deja de meterte en conversaciones ajenas, Heike. — bramo.
La chica rueda los ojos y poco me importa. El hecho que sea mi gemela no le da derecho a meterse en mis conversaciones. Ya demasiado es con soportar su odioso comportamiento durante todo el día como para que siga metiéndose en conversaciones que no le incumben.
—No le hables así a tu hermana.
Alega mi padre. Tomo un bocado de mi comida ignorandolo y miro a mi hermana la cual sonríe victoriosa.
Para ser alguien de 25 años actúa todavía como una niña. Aunque no hay que dejarse engañar. Su extremada belleza, naturalidad e "inocencia", son sus mayores armas y las sabe utilizar muy bien cuando de ello se requiere.
—El llamado era para hacerte saber que dentro de cuatro meses, es la graduación de aquella chica y por ende, el comienzo de tu mandato.
Es lo único que dice. Ya se lo demás.
Asiento pensando muy bien como traerla sin que realice un escándalo que por el momento, no nos conviene. Aunque no lo parezca, tenemos una reputación que mantener.
Mi padre es el dueño de la cadena hotelera Hoffmann. Frente al público un excelente empresario, honrado y con una familia digna de admirar. Fuera del show es un hombre sin escrúpulos, egoísta, prepotente y narcotraficante, como todos los Hoffmann.
Mi madre es su mano derecha en la empresa y en los negocios turbios también. Tenemos mucho dinero ganado de una no muy buena manera y tenemos propiedades en toda Alemania y en algunos países extranjeros. Y pronto, todo eso nos pertenecerá a Heike y a mí.
Me levanto de la mesa apenas termino de comer y me dirijo a mi habitación sin despedirme de nadie. Me apetece descansar un rato antes de salir el día de hoy.
Ingreso a mi habitación y lo primero que veo es a Ágatha recostada en mi cama con un conjunto interior de encaje rojo.
Mis hormonas se encienden de inmediato pues ella es una chica demasiado bella para su bien y tenerla así aunque ya se me es costumbre, no me ha cansado todavía.
—Buenas noches, señor.
Saluda mientras se acerca lenta y seductoramente hacia mí. Sus tacones la hacen lucir más alta de lo que es, haciendo que por poco y llegue a mi altura. Sus prominentes curvas me llaman silenciosamente pidiendo que las toque.
Me acerco ella y le doy lo que quiere rápidamente para que me deje en paz. Ahora no estoy de humor para aguantar a estúpidas ilusionadas.
—Vete.
Ordeno cuando ya hemos terminado. Ella me mira desilusionada y la verdad, me importa muy poco.
Le doy la espalda y Ágatha sale de la habitación dejándome solo.
Ella es la hija de uno de los socios de mi padre el cual murió hace mucho tiempo y la dejó a cargo de la hermana de mi madre y vino a dar aquí y tiene claro que nunca va a pasar algo más entre nosotros que no sea solo placer. También se que ella está enamorada de mí y me importa tanto como que alguien fuera de mi familia se muera, o sea, un carajo.
Ágatha sabe que entre ella y yo solo existe el placer y nuca habrá cabida para el amor.
Me levanto y me doy una ducha para irme al lugar que estaré visitando el día de hoy.
Me subo al auto y el chofer ya sabe qué tiene que hacer. Un camino de una hora o más, es lo que demoramos en llegar.