Las celebraciones duraron toda la noche. Al parecer, no eran muy comunes los nacimientos (menos los exitosos) entre los oscuros, en parte porque trataban de romper todas las reglas de Aethäe y una era, precisamente, tener al menos un hijo por pareja; y en parte porque eran muy peligrosos.
Greta y David fueron muy aclamados por sus hermanos, siendo el centro de la fiesta, mientras que el niño dormía pacíficamente en la Cabaña Principal (donde me había recibido Vernon Kellogg, el jefe). Acerca de Elias, tras echarse a llorar en la Cabaña, había salido corriendo del Refugio y no lo había visto desde entonces. Me sentía impotente: ese chico era la prueba más importante de que mis sueños sí estaban conectados a la realidad y, muy probablemente, a mi pasado, pero había huido de un modo demasiado repentino y desesperado, y ahora solo me había quedado con más preguntas.
Elias era mucho mayor de lo que había visto en mis sueños. Lo recordaba llorando, agachado junto a mí, con unos trece o catorce años como mucho. Ahora, sin embargo, debía de andar en los diecisiete o dieciocho años de edad. Igual que yo, caí en la cuenta con sorpresa. La idea se me hacía incómoda. No me lograba hallar de la misma edad que el chico... Me sentía como un hermano mayor que, tras proteger a su hermanito pequeño toda la vida, descubre un día que éste tiene su misma edad.
Hice una mueca, bebiendo un trago de cerveza. Una agradable quemazón me besó la garganta y suspiré con añoranza. En Aethäe la bebida alcohólica estaba prohibida. Según las autoridades, no traía más que desgracias y no era nutritiva en lo más mínimo para el cuerpo humano. Lo único permitido era el vino, pero solo una copa o dos en alguna celebración importante como un casamiento.
Aethäe era un sitio tan pacífico, risueño y feliz que a veces uno no caía en la cuenta de lo restrictivo que era. Me preguntaba si eso era algo malo.
Eran alrededor de las tres de la madrugada cuando avisé al jefe que debía irme mediante un mensajero, y este me llamó para despedirme. Sentado en una silla de madera alta y que antaño mostrara, orgullosa, muy bellos tallados (ahora tan gastados, manchados y rotos que eran irreconocibles), el delgado hombre me observó con detenimiento. Con un suspiro, me ofreció una sonrisa cansada y algo amargada.
- Me pregunto quién eres - murmuró, con una voz ronca como un gruñido - Salvas a nuestra gente, no estás drogado y no quieres unírtenos a pesar de que comprendes la realidad. Es la primera vez... - guardó silencio, pensativo - Bueno... Como sea. Como dije en un principio, quiero agradecerte. Dado que no tenemos nada de valor que darte y que no quieres formar parte de nuestra comunidad... te daré las pocas respuestas que traigo conmigo. Pero no las oirás de mí.
Alcé una ceja, confundido. El viejo parecía algo borracho, pero no lo suficiente para no ser consciente de sus palabras. Vernon bebió un gran trago de cerveza y llamó a grandes voces:
- ¡Eh, Isadore! ¡Ven un momento aquí! - Fruncí el ceño. Pero si Isadore sabía poco o nada. ¿Oiría las respuestas de un chico más perdido que yo...?
El joven se acercó, tambaleándose levemente. Lo sujeté cuando se inclinó peligrosamente a la izquierda, y él pasó su mirada nublada de su tío a mí con el ceño fruncido. Gruñó.
- ¿Qué pasa? ¿Quieres más cerveza? - me miró, confundido.
- No, gracias, ya tengo - alcé mi mano izquierda, en la que sostenía un vaso semi lleno. No quería oler muy mal cuando llegara a casa.
- Ah. Entonces, ¿cuál es el prob...?
- Quiero que a partir de mañana, te mezcles con los drogados y vayas al Instituto con este guapísimo señorito de aquí - lo interrumpió Vernon, agitando su vaso -. Apuesto a que harás muchos amigos, aprenderás muchas cosas y podrás darle respuestas a este caballero.
Tanto Isadore como yo le dedicamos miradas estupefactas. ¿Acaso los oscuros usarían las viejas drogas...? Estaban los rumores de sus tráficos de cocaína y marihuana, pero... Sacudí la cabeza.
- ¿Qué? - logré formular. No sabía ni por dónde empezar a enumerar todas las cosas que podían salir mal. Si era positivo, tal vez Kellogg solo estaba más borracho de lo que parecía...
- ¿Estás loco? - le increpó Isadore, con los ojos rojos muy abiertos. Su aliento apestaba - ¿Al Instituto? ¿Es que - hipó - quieres matarme? Yo... no sé geografía y... ¿de qué materia eran las placas tectónicas? Tío...
- Aprenderás. Necesito un espía desde dentro que me diga cómo funciona todo. Sé que ya lo hemos intentado antes y no ha funcionado, pero eso es porque no sabían cómo actuar en esas situaciones y los descubrían fácilmente. Ahora tendremos un aliado que te ayudará a acostumbrarte a la vida allí - No, no parecía drogado. De todos modos...
- Pero - la voz ebria de Isadore era arrastrada y se le resbalaban las consonantes - ¿Por qué yo? Envía, no sé, a Leo ahora que nació...