Le acomodaba el cabello y sujetaba la falda del vestido blanco que su futura nuera vestía. Nieves tenía la mirada perdida en un punto fijo de la habitación, mientras su madre, Doña Gregoria y su hermana la preparaban para la boda. Gregoria le había hecho un maquillaje y peinado sencillos, Nieves ya era demasiado hermosa como para hacerla destacar más. La mujer arreglaba aquí y allá para asegurarse de que el vestido estuviera bien ajustado. Cuando hubo acabado, dio unos pasos hacia atrás y admiró su creación.
—¡Estás hermosa, hermana! ¿Verdad, mamá? —elogió Antonia.
Rutilia asintió con la cabeza.
—Muy hermosa.
Nieves se dio la vuelta para verse en el espejo. Se le hizo un nudo en la garganta al ver que el vestido que estaba vistiendo no sería para el matrimonio con el hombre que ella realmente amaba. Una lágrima rebelde se deslizó por su mejilla; Gregoria lo notó, estaba a punto de meter su cuchara en cuanto la puerta se abrió dando paso a Jorge Pardillo quien iba vestido con un fino traje de corbatín.
—Mujer… —dijo hacia su esposa, viéndose interrumpido por la belleza de Nieves — ¡Dios mío, que suertudo es mi hijo! —alardeó.
Las chicas en la habitación rompieron en carcajadas, a excepción de Nieves quien continuaba forzándose a sí misma para no llorar.
Tras verse eclipsado por su nuera, Jorge le pidió a Gregoria que revisara por completo el traje de Horacio. Esta salió de la habitación dejando en silencio a los Moreno.
Rutilia observó a su hija en el espejo. Aunque intentó encontrar palabras para animarla, se dio cuenta de que cualquier cosa que dijera sonaría vacía en esta situación. Nieves estaba a punto de casarse con un hombre al que no amaba, y Rutilia sentía la impotencia de no poder hacer nada para detenerlo.
—Nieves... —comenzó Rutilia, pero las palabras le parecieron insuficientes. La expresión de su hija en el espejo reflejaba su angustia. Nieves se veía hermosa en su vestido blanco, pero su mirada triste revelaba el conflicto interno que estaba viviendo.
Nieves deseaba que su madre interrumpiera la boda, que hiciera algo para cambiar esta situación, pero sabía que eso era prácticamente imposible. Doña Gregoria tenía un fuerte control sobre la vida de su hijo, y no toleraría una interrupción en este día tan importante.
La madre y la hija compartieron un momento de silencio incómodo antes de que Gregoria regresara a la habitación, complacida de que el traje de Horacio estuviera en orden. La tensión en el cuarto aumentaba a medida que se acercaba la hora de la boda. Aunque Rutilia quería desesperadamente decir algo para reconfortar a Nieves, sabía que no podía cambiar el destino que se avecinaba.
La hora de la boda se acercaba inexorablemente, y Nieves se encontraba atrapada en una encrucijada emocional, deseando que algo, cualquier cosa, pudiera interrumpir esta ceremonia que parecía inevitable.
***
La iglesia estaba llena de habitantes del pueblo, los Pardillo y los Moreno. La ceremonia de la boda era un evento importante en la comunidad y todos querían ser testigos de la unión entre aquellas dos familias de diferentes estatus sociales. Los murmullos y los susurros llenaban la iglesia mientras los invitados se acomodaban en los bancos.
Horacio estaba de pie en el altar, su mirada clavada en el suelo. Sentía que estaba cometiendo un error en su vida al casarse con Nieves, pero no sabía cómo dar marcha atrás en ese momento. La presión de su madre y la expectativa de la comunidad pesaban sobre él.
Sin embargo, en medio de sus pensamientos de duda, un susurro en la iglesia llamó su atención. Alzó la mirada y vio a Nieves entrar por el pasillo de la iglesia, tomada del brazo de Jorge Pardillo. La belleza de Nieves lo dejó sin aliento, y no pudo evitar mirarla fijamente mientras avanzaba hacia el altar.
Cuando Nieves finalmente se detuvo a su lado, Horacio no podía apartar los ojos de ella. La observó de reojo disimuladamente, maravillado por su belleza y la elegancia con la que caminaba. Aunque seguía sintiendo que este matrimonio era un error, no pudo evitar reconocer la deslumbrante presencia de Nieves a su lado. Por un momento, olvidó sus dudas y se perdió en su mirada.
El padre de la iglesia dio inicio a la ceremonia. Los invitados guardaron silencio y prestaron atención a sus palabras. Horacio y Nieves estaban de pie frente al altar, y el padre comenzó a pronunciar las palabras tradicionales de la boda.
Nieves cerró los ojos por un momento mientras el padre hablaba. Trató de bloquear el sonido de su entorno y despejar su mente. En ese instante, en la quietud de la iglesia, comenzó a imaginar que en realidad estaba casándose con Luis, el hombre al que amaba de verdad.
En su mente, vio a Luis vestido elegantemente en un traje, esperándola en el altar con una sonrisa cálida. Imaginó la iglesia decorada de una manera más sencilla, con solo unos pocos seres queridos presentes. Cerró los ojos y se esforzó por sentir la mano de Luis sobre la suya mientras caminaban juntos hacia un futuro lleno de amor y felicidad.
A medida que el padre continuaba con la ceremonia, Nieves mantenía sus ojos cerrados y se aferraba a esta ilusión. En su mente, ella y Luis estaban prometiéndose amor eterno, sin importar las circunstancias difíciles que enfrentaran. Esta fantasía la reconfortó en medio de la realidad que la rodeaba, y sus pensamientos se centraron en el hombre que realmente amaba.