La criada ajustaba el corsé en el cuerpo de Nieves, quien se sujetaba con una mano del asiento de la peinadora. Esther había insistido en ayudarla a colocarse el vestido, sin embargo, Nieves consideraba que era algo vergonzoso mostrarse en paños menores frente a ella. En cualquier caso, hubiesen sido Doña Gregoria y su madre quienes la habrían vestido con confianza, pero no habían aparecido incluso cuando Esther y la tía Isabel aseguraba haber enviado la invitación.
Nieves asintió con una mezcla de nervios y emoción. Aunque estaba acostumbrada a los bailes en su pueblo, este evento en la ciudad tenía un aire diferente. Las luces brillantes, la elegancia de la mansión y las expectativas que acompañaban a la celebración la sumían en un estado de inquietud.
—Se ve hermosa, señorita —le dijo la criada en cuanto le colocó el largo vestido.
Ella sonrió.
—Gracias —soltó un suspiro.
—¿Nerviosa?
Asintió.
—No se preocupe, seguramente se la pasara muy bien. Más porque estará con la señorita Esther, ella es bien divertida.
—Sí —susurró forzando una sonrisa mientras se veía al espejo.
Observó el frasco de perfume en el tocador, y se preguntó si estaba realmente bien colocarlo en su cuerpo. Después de todo, no lo haría por Horacio, estaba segura de que le gustaba la fragancia y se la pondría por sus propios gustos.
—¿Me pasas el perfume? Por favor —dijo.
—Permítame echárselo —dijo y roció dos veces en cada lado del cuello y una vez en el escote.
La criada terminó de acomodar el vestido en cuanto escucharon tres golpes en la puerta. Era Horacio, quien quedó estupefacto al ver a Nieves en aquel hermoso traje blanco.
—Nieves, te ves... preciosa —Horacio titubeó, sus ojos reflejando asombro.
Ella sonrió tímida, al notarlo volvió a su seriedad habitual y dijo:
—Gracias, tú también te ves muy bien.
Horacio llevaba un esmoquin formal, negro y fino con una camisa de cuello y gato blancos. A Nieves le pareció que se veía especialmente guapo aquella noche, sin embargo, hubiese preferido verlo con el cabello despeinado como cuando volvía después de estar todo el día fuera de la mansión.
recuperándose de su momentánea sorpresa, Horacio extendió su brazo hacia Nieves.
—Vamos, no queremos llegar tarde.
—Bueno, la verdad es que se suponía que sería una fiesta sorpresa, pero ya ven que mi prima es bastante mala guardando secretos —dijo Horacio al grupo de burgueses que rompieron en carcajadas.
Nieves se sentía incómoda en el ambiente. Horacio le tenía un brazo sobre los hombros y en la otra mano llevaba una copa de champán. Era obvio que disfrutaba la conversación con aquellos hombres y mujeres que para Nieves eran desconocidos. No sabía como abandonar el lugar, tenía en mente que debía dar una buena imagen para con su esposo, sin embargo, ella no estaba hecha para estar entre la rosca de los refinados. Prefería a los niños pequeños corriendo por el salón de su pueblo, la música del área y los bailes de antaño.
Divisó a Esther a lo lejos junto a un grupo de chicas que rondaban su edad, era su oportunidad para escapar. Apartó con delicadeza el brazo de Horacio, llamando así la atención de las personas que los rodeaban.
—Si me disculpan —forzó una sonrisa, hizo un ademán con la cabeza y se alejó.
Nieves se deslizó entre la multitud elegante y se dirigió hacia donde se encontraba Esther y su grupo de amigas. Al acercarse, Esther la recibió con una sonrisa, ajena a la incomodidad que Nieves estaba experimentando.
—¡Nieves! Estaba a punto de preguntarme si te habías perdido en este mar de gente.
—No, solo necesitaba tomar un respiro. ¿Te importa si me uno a ustedes?
Esther asintió emocionada, mientras que las chicas a su alrededor hicieron sonrisas forzosas.
—Les presento a Nieves Pardillo, es la esposa de mi primo Horacio. Nieves ellas son Lucy López, Tiana Sarmiento y María de los Ángeles Gómez.
—Mucho gusto —sonrió.
—Igualmente —dijeron.
Una de ellas buscó a alguien con la mirada, Nieves la siguió. Era Horacio quien miraba hacia su dirección mientras bebía de su copa. Las chicas comenzaron a soltar risitas chillonas.
—Tienes mucha suerte —dijo Lucy, una niña gorda de hermosos rizos café.
Nieves la miró sin comprender.
—¿Por qué?
—¡Horacio es guapísimo! —exclamó esta vez María.
—Y además es joven —añadió Tiana.
La conversación se vio interrumpida cuando la música comenzó a llenar el salón, anunciando el inicio de los bailes. Aunque Nieves estaba acostumbrada a los bailes en su pueblo, estos eran muy diferentes. Se sintió perdida entre los movimientos elegantes y los complicados pasos que no conocía. Sin embargo, no quería arruinar la celebración para Horacio, así que aceptó la invitación de bailar de uno de los caballeros presentes.