"Y así sin más llegaste a mí, y supe que todo lo que había vivido hasta entonces no era nada porque te convertiste en mi todo."
- Alexander
Siento que me quedo sin aire cuando aprieta más su agarre en mi cuello observándome furiosa con sus ojos rojos y sus colmillos asomándose ansiosos de sangre.
- Responde, ¿qué demonios haces en mi casa humano? - interroga disminuyendo un poco su agarre.
- Creo que te confundes. Lucy me dijo que...
- ¿Lucy? ¿Conoces a Lucy? - dice mientras me suelta y se pasa las manos por su larga cabellera gris.
- Sí, es lo que trataba de decirte. Ella es una amiga mía y me dijo que me podía quedar en la casa por un tiempo. Aunque jamás mencionó que tendría que compartir casa con un vampiro - logro explicar observando su mirada pensativa.
- Hay algo muy extraño en todo esto. No te muevas de lugar rubio, voy a llamar a Lucy para que explique esta situación.
Se encamina a donde supongo se encuentra su celular y tarda unos minutos en volver algo enojada.
- Es inútil, no contesta el celular. Lo tiene apagado.
Se queda unos segundos pensativa mientras yo aprovecho para dejar en un sillón el poco equipaje que traigo encima.
- ¿Qué demonios haces? - cuestiona frunciendo su ceño.
- Acomodándome, si voy a vivir aquí no puedo andar todo el tiempo con mi equipaje encima. - Respondo como imbécil tentando a mi suerte.
- Bueno pues Lucy no responde y si ella no confirma tu visita entonces tú no tienes nada que hacer aquí. Así que antes de que me de por tomarte de almuerzo recoge tus cosas y lárgate humano.
- ¡Espera! Puedo pagarte por quedarme aquí.
- ¿A sí? - Voltea a verme interesada. - ¿Y de cuánto estaríamos hablando?
Busco en mi mochila mis ahorros por los que muchas veces trabajé hasta caer rendido en la carpintería donde estuve un tiempo a escondidas de todos en casa.
- Esto es todo lo que tengo por el momento, pero planeo conseguir un trabajo en el pueblo por lo que puedo darte más.
- Muy bien, me convenciste. Puedes quedarte humano.
- Por cierto me llamo Alexander. ¿Cómo te llamas tú?
- Mi nombre es Miranda y si quieres tener una buena estadía aquí será mejor que te adaptes a algunas reglas...
🌙🌙🌙🌙🌙
Una semana después...
Ya han pasado siete días desde que vivo junto a la señorita colmillos. Ha pasado solamente una semana y cada hora ha sido un completo infierno. Bueno tal vez exagero un poco, pero no miento al decir lo estúpidas y fastidiosas que me resultan cada una de sus reglas.
Primera regla: No tocar nada que sea de ella. Como si me estuviera muriendo por andar en sus cosas.
Segunda regla: No hablarle a no ser que sea un asunto de suma urgencia. ¿Quién se cree que es, la reina acaso?
Tercera regla: Darle el 50% de mi salario. ¡Endemoniada chupasangre! No es más que una explotadora.
Cuarta regla: No escuchar música a menos que sea con audífonos. Porque según ella mis gustos musicales son un asco. (Esta regla la agregó después de escucharme cantando mientras limpiaba mi cuarto)
Quinta regla: No traer a ninguna "acompañante" a la casa. Esta última regla ni siquiera me voy a molestar en hablar de ella.
Miranda a pesar de todo en estos días ha logrado sorprenderme un poco de buena manera. Creí que al ser uno de esos seres sangrientos trataría de beber mi sangre en cualquier oportunidad o incluso que traería a sus presas hasta aquí para matarlas. Sin embargo la historia es otra, increíblemente su tiempo lo dedica a leer y a veces hasta se prepara café y un desayuno como si fuera una humana cualquiera.
En ocasiones la siento melancólica, en especial cuando llega el atardecer y se sienta observando hacia afuera por la ventana, perdida completamente en sus pensamientos.
Y, sí lo admito, la considero una fastidiosa y una mandona, pero simplemente cuando está presente es casi imposible apartar la vista de ella.
Hoy me he levantado enérgico, con ganas de empezar a buscar trabajo. Así que una vez que me encuentro vestido y arreglado me dedico a caminar por el pueblo.
Después de preguntar en varios lugares, al final una cafetería parece ser el único sitio donde necesitan personal en todo el pueblo. A pesar de que nunca he trabajado en una pruebo suerte y sorprendentemente me contratan asegurándome un buen salario. La dueña, una señora alrededor de 50 años me mira algo pícara y se despide de mí dándome una nalgada, lo que sinceramente me deja algo perturbado.
Como no tengo ganas de volver a casa aún, dedico mis horas a recorrer el pueblo quedando cada vez más maravillado por lo hermoso que resulta a la vista.
Las personas en Rieles son muy amigables y no importa si eres nuevo siempre te saludan y te sonríen como si te conocieran de toda la vida.
Al final de la tarde me encuentro con mis dos manos llenas de regalos de los vecinos, incluso hubo una señora que me regaló un gran pastel de chocolate, mi favorito.