Deux se acoplo muy bien a la rutina de aquella casa tan grande y elegante. No hablaba mucho con Erica, pues estaba en el cuarto del señor Frederick o en su habitación. Ella había sugerido que cenaran juntos, pero este la rechazo. A veces, cuando se ponía a leer en el sillón de la biblioteca, se encontraba con Erica quien lo miraba. Procuraba ayudarla lo más que pudiera, incluyendo ir al supermercado, hacer labores domésticas, o de cuidado hacia el señor Frederick. Ambos trataban de ser profesionales.
Erica y Luvia se parecían en ciertas cosas. Como tararear mientras nadie las ve, o tronarse las articulaciones de los dedos ante una tarea complicada. Una vez, Erica dejó su cartera en la cocina y Deux la abrió y se encontró con su identificación oficial. Él también tenía una gracias a la visita de Luvia, quien además le entregó unas llaves que daban a una habitación en el último piso de la casa, donde habían subido la cápsula. Le dio una laptop y un teléfono para que pareciera más normal. «Todos tienen uno estos días, sería raro que tu no» fue lo que dijo. En fin, gracias a la identificación que encontró en esa cartera supo que los apellidos de Erica eran Valdez Smith. De nacionalidad americana y mexicana. Estudio enfermería en la Universidad de Houston, se especializó en cuidados geriátricos y trabajo durante dos años en una residencia para gente de la tercera edad.
—¿Hablas español? —preguntó Deux, una tarde mientras se preparan para bañar a Frederick—. Me comentaron que tienes ascendencia mexicana.
—Sí, un poco —dijo, acomodando las toallas—. ¿Tu hablas alemán?
—Sí.
—¿Te gusto vivir allá?
—Sí, es muy bonito.
—Yo estoy acostumbrada al calor —le dijo, sonriendo—. No me gustan los inviernos de aquí.
—Nueva York es muy bonito —respondió Deux.
—Supongo.
Guardaron silencio unos momentos. Deux saco un jabón de su empaque y lo puso cerca de la tina. Luego volvió a doblar una toalla que lucía mal doblaba, la colgó de nuevo con cuidado.
—¿Y desde cuando conoces al señor Faraday? —preguntó la mujer.
—¿Jannis? Amigos en común —respondió sin pensarlo demasiado.
—Es un poco raro que te haya dejado aquí conmigo, y ser mi ayudante.
—Para nada, yo siempre quise ver a su padre —dijo con naturalidad—. Fue una eminencia de la robótica.
Erica bufó. Cerró la llave de la tina y toco el agua.
—Construyó un imperio, creo que es un poco más que eso.
—La palabra eminencia se refiere a cuando una persona sobresale en alguna actividad —explicó Deux en un tono seco—. Creo que es correcta para describir al señor Frederick.
Erica lo miró ceñuda y salió de la habitación.
—Ayúdame a meterlo a la tina.
Deux obedeció. Sin rechistar, levantó al anciano con sus dos brazos y lo llevo al baño dando zancadas como si no pesara nada. Erica lo siguió de cerca, impresionada por su fuerza. Deux podía cargar objetos de cien kilos o más, y para su sorpresa el hombre era tan liviano que no podía creer que los humanos pesaran tan poco.
—No tienes que ayudarme a bañarlo —aviso Erica—. Te diré cuando necesite que lo lleves de vuelta.
Cerró la puerta detrás de ella. Deux empezó a divagar por la habitación de Frederick. No había prestado mucha atención a los cuadros colgados, que eran dos: el primero era el señor Frederick y una mujer rubia sonriente, abrazados. Supuso que esa era su esposa, Olga Linchen. El otro cuadro era Frederick más joven, al lado de un hombre mayor. Lo identifico como su padre, Finnegan. Siguió mirando la habitación, se metió en el armario y reviso las ropas que usaba. La gran mayoría eran trajes. Pues claro, era un hombre de negocios. También encontró vestidos en algunas cajas, pero no eran demasiados. Lo que atrapo su atención fueron unos cuadros pequeños, donde estaban los relojes de muñeca. Era un cuadro de cada miembro de la familia. Identifico a un Jannis adolescente casi al instante. Hans también tenia su retrato, luciendo un poco mayor. Deux y él se parecían demasiado.
—¡Deux!
Deux dejo los retratos en su lugar y salió de inmediato. Ayudo a Erica a cargar al señor Faraday de regreso a su cama. Frederick había adelgazado, se le notaban los pómulos y los ojos hundidos. Era muy difícil hacerlo comer, pues más de una vez creyó que trataban de envenenarlo. Sorprendentemente, aceptaba los líquidos. En ese momento, balbuceaba algo sobre un día de campo parisino. Erica lo cambio y bajo a buscar su comida, dejándolos solos.
Deux se sentó en una silla al lado de la cama. En silencio, escuchando la respiración de Frederick.
—Olga —susurró el anciano.
No parecía tan despierto.
—Olga no esta aquí —informó Deux.
Los ojos de Frederick se enfocaron en la ventana frente a él. Y se quedo callado.
Deux saco su teléfono y abrió el reproductor de música. Él podía reproducir música, pero sería raro si Erica regresaba así que tenía que apoyarse del aparato. Sin preguntar, reprodujo la primera pista. Una melodía de piano.
—La música fue uno de los descubrimientos más grandes que he hecho —comenzó a decir Deux, mirando la punta de sus zapatos negros—. Fue muy extraño, ahora no paro de escucharla. Me hace sentir acompañado. Espero que sientas lo mismo.
Pero Frederick no respondió, seguía mirando al frente. Erica apareció con una charola con un plato de comida, agua y otros líquidos. Deux se levanto y le ayudo a hacer lugar.
—Señor, es hora de comer —dijo Erica, dándole palmadas en la mano para llamar su atención. Frederick parpadeo, y giro el rostro—. ¿Tiene hambre?
Le acerco un vaso con una pajilla y lo hizo beber.
—Baja el volumen de la música —ordeno la enfermera, pero cuando Deux bajo apenas dos líneas, el señor Frederick se quejo—. ¿Estabas escuchando música?
El aludido asintió. Deux sonrió levemente y subió el volumen. Erica lo miro de reojo, pero no le dijo nada. Se quedo hasta que Frederick comenzó su siesta. Quito la música y lo dejaron descansar. Deux se dirigió a la biblioteca, para su sorpresa, Erica lo siguió. Al llegar, busco el libro que estuvo leyendo el día anterior y se sentó en su sillón habitual.